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sábado, 26 de septiembre de 2020

Los cristianos seguimos teniendo miedo por la superficialidad con que vivimos nuestra fe que nos hace cobardes y débiles a la hora de proclamar los valores del evangelio

 


Los cristianos seguimos teniendo miedo por la superficialidad con que vivimos nuestra fe que nos hace cobardes y débiles a la hora de proclamar los valores del evangelio

Eclesiastés 11, 9 – 12, 8; Sal 89; Lucas 9, 43b-45

‘Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres… Pero ellos no entendían este lenguaje… y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Es prácticamente el breve texto que nos ofrece hoy el evangelio. No entendían y les daba miedo preguntarle.

El miedo muchas veces nos paraliza. Viene frente a nosotros corriendo un perro furioso y amenazante y nos quedamos paralizados por el terror sin saber qué hacer. Es ante cualquier accidente en el que nos vemos involucrados o ante una amenazante catástrofe natural que sentimos miedo. Pero no son solo esos los miedos que nos afectan en la vida. Sicológicamente nos vemos presionados en un momento determinado y en la duda o ante la presión sentimos miedo en nuestro interior ante lo que tenemos que hacer o cómo tenemos que reaccionar.

Hay momentos de angustia y desasosiego, problemas que se acumulan, responsabilidades que tenemos que asumir, situaciones críticas en la sociedad como lo que ahora mismo estamos viviendo y tememos ante el futuro, tememos porque no sabemos cómo encontrar una salida; nos embarcan en una tarea inesperada que nos dicen que podemos desarrollar, pero que en el fondo vemos nuestras debilidades y las carencias que podamos tener y nos acobardamos en nuestros temores, casi preferimos eludir lo que quieren confiarnos, estamos dispuestos a huir en estampida antes de tener que asumir esas funciones. El que se siente ignorante y pobre teme ante el que se manifiesta poderoso y autosuficiente poniéndose por encima de nosotros. Tantos miedos…

Muchas situaciones por las que podemos pasar; muchas situaciones en las que nos podemos sentir acobardados; muchas situaciones llenas de dudas y de incertidumbres; muchas situaciones en las que tenemos que enfrentarnos a momentos que sabemos que no son fáciles pero que sabemos que ahí tenemos algo que hacer o que decir; muchas situaciones en que en nuestros miedos nos sentimos desbordados y eso nos hace quizá encerrarnos más en nosotros mismos y escondernos o huir para no tener que enfrentarnos. Muchas situaciones muy humanas, porque muestran nuestra debilidad, pero también podrían hacernos ver la fortaleza que desde nuestro interior tenemos para afrontar la vida con valentía.

Nos hablaba el evangelio del miedo de los discípulos a preguntar ante los anuncios que Jesús hacía de momentos que iban a ser muy difíciles y que para todos iban a ser una gran prueba. Esto nos ha dado pie a pensar en nuestros miedos, pero esto tendría que hacernos dar más pasos en nuestra reflexión para ver también donde se manifiestan esos miedos en nuestro caminar como cristianos.

Quizá nos sea fácil entrar en juicio contra los apóstoles por sus miedos, pero no somos capaces de ver los nuestros. Empezando porque muchas veces de entrada nos hacemos algunas reservas en lo que tendría que ser nuestro seguimiento de Jesús, nuestra vida cristiana. ¿No habremos dicho alguna vez hasta aquí llego, pero que no me pidan más porque a tanto no voy a llegar? Cuando escuchamos la Palabra del Señor y tratamos de hacerlo con sinceridad llega un momento quizá en que nos llenamos de temores, porque vemos que cada vez se nos pide más, aparecen nuevas exigencias en nuestra vida cristiana y quizá a tanto no estamos dispuestos.

¿Y qué sucede con el testimonio que tenemos que dar ante los demás? Quizá, quizá negar nuestra fe no lo hacemos, pero tratar de disimularla, callarnos ante situaciones embarazosas donde nos veríamos comprometidos, son salidas concurrentes que nos damos. En esta sociedad que vivimos en que parece que nos sentimos apabullados por los que tienen otras ideas u otros principios, muchas veces quizá preferimos pasar desapercibidos, porque no nos sentimos fuertes y seguros para dar una razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, y tratamos de diluirnos en medio de los demás.

A la hora de plantear ante la sociedad los principios en los que creemos y que animan nuestra fe y sobre los que construir nuestra sociedad lo menos que aparecen son los principios y valores cristianos porque falta entre los dirigentes de nuestra sociedad quienes estén de verdad imbuidos por esos principios y entonces vamos dejando y dejando que sean otros los que traten de imponer sus maneras y sus estilos; luego quizá en las esquinas o en las comidillas de bar hablamos y decimos muchas cosas, pero donde hay que defender esos valores nadie da la cara. Y eso que decíamos que venimos de una sociedad fundamentada en principios cristianos.

Son los miedos que los cristianos seguimos teniendo, porque no hemos aprendido a fortalecernos en el Espíritu del Señor que es el que anima nuestra vida. Vivimos con mucha superficialidad nuestra fe y eso nos hace débiles, cobardes y miedosos y no somos capaces de dar la cara por los valores del evangelio y del Reino de Dios.

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