La verdadera riqueza de las personas no está en lo material
que acumulamos sino en la generosidad con que nos damos compartiéndonos a
nosotros mismos
Isaías 55, 6-9; Sal 144; Filipenses 1,
20c-24. 27ª; Mateo 20, 1-16
Todos trabajamos por
algo. Cuando terminamos nuestra jornada queremos llevarnos a casa el fruto de
nuestro trabajo con el que cubrir nuestras necesidades; jornal suele llamarse a
esa ganancia que hemos tenido con nuestro esfuerzo y con nuestro trabajo de la
jornada. Es cierto que los sistemas de pago suelen ser hoy de otra manera, pero
todos queremos recibir el fruto del trabajo que realizamos. Pero ¿realmente
todo lo hacemos por ese interés material o pecuniario o en la vida hacemos
otras cosas no solo desde esos intereses económicos?
Hoy nos propone Jesús
una parábola que creo que podría hacernos pensar en esos intereses, esas
ganancias o esa riqueza de la vida que va más allá de lo material porque hay
otros valores que engrandecen a la persona y son la verdadera riqueza de su
vida. La parábola en si misma habla de algo tan normal como que un propietario
que necesita jornaleros que trabajen en su vida, va a la plaza en la mañana,
pero nos dice también en otras horas del día, incluso hasta el atardecer, a
contratar quien vaya a trabajar en sus campos. Ha quedado con ellos en un
denario y al final del día paga a sus trabajadores el denario convenido.
Pero es aquí donde
está la paradoja de la parábola y donde tenemos que saber encontrar el mensaje
que Jesús quiere transmitirnos. A todos ha pagado por igual, tanto los que
comenzaron en la mañana, como los que llegaron a trabajar cuando casi caía la
tarde, lo que va a motivar la protesta de los que trabajaron desde la mañana
aunque con ellos había quedado en ese precio. No pretende la parábola darnos lecciones
de justicia social o laboral, en eso realmente no entra. Lo que pretende es
presentarnos la figura de aquel hombre que tiene otros valores, que no es el
buscar más o menos el rendimiento en este caso de su dinero en el trabajo
realizado por aquellos jornaleros sino mostrarnos la generosidad de su corazón.
Ya nos está
manifestando unos valores humanos muy ricos en esa búsqueda de trabajadores en
la plaza donde sabe que hay gente que está sin hacer nada y que necesita
trabajar; no importa que sea a hora temprana, a media mañana o al caer la
tarde. Allí hay gente con necesidad de trabajar que nadie ha contratado, como
le responden cuando les pregunta que como es así que han estado todo el día
mano sobre mano sin hacer nada. ‘Nadie nos ha contratado’, le responden
y él los manda a su viña. ¿Le mueve solamente el sacar el trabajo adelante o
hay un interés por la persona y por aquellos que están allí en su necesidad sin
hacer nada?
Creo que esto tendría
que hacernos pensar en el uso que nosotros hacemos de nuestros bienes, en cómo
nosotros seríamos capaces de contribuir con lo nuestro y con nuestra
generosidad a hacer algo bueno por los demás. Cuando medito en esta parábola
siempre recuerdo la confidencia que me hacía en una ocasión un empresario que
me decía que realmente él no tenía necesidad de volverse loco con nuevos proyectos
o empresas, pero que lo hacía pensando en la gente a la que podía dar trabajo
con eso nuevo que emprendía.
La parábola quiere
ayudarnos a comprender la grandeza del corazón humano cuando lo llenamos de
generosidad y somos capaces de pensar en los demás, cuando no nos encerramos en
nosotros mismos y en nuestros propios intereses y ganancias y somos capaces de
pensar que con lo que somos podemos contribuir mucho a hacer más felices a las
personas que están a nuestro lado. Son esas personas generosas, altruistas, que
dedican su tiempo, que desarrollan sus valores y cualidades, que son capaces de
comprometerse para poner su granito de arena en hacer que ese mundo que les
rodea sea cada día mejor.
Quizá esa salida de
aquel propietario a la plaza en las distintas horas del día para buscar
jornaleros para su viña sea una interpelación que se nos está haciendo preguntándonos
qué es lo que hacemos con los brazos cruzados sin hacer nada. Ya sé que siempre
nos escudamos en que no tenemos tiempo, que tenemos nuestras responsabilidades
y cosas que hacer, que tenemos que atender a nuestras cosas o nuestras
familias, que también tenemos nuestras aficiones, pero muchas veces son
pantallas tras las que queremos ocultarnos para rehuir el compromiso.
Lo que necesitamos es
querer, despertar de ese letargo en que nos adormilamos en nuestras rutinas, o
levantarnos de esos miedos que nos paralizan. Serían tantas las cosas hermosas
que podríamos realizar con lo que haríamos resplandecer nuestros valores, y con
lo que lograríamos un mundo mejor y con gente más feliz. Que la verdadera
riqueza de las personas no está en los bienes materiales que acumulemos sino en
la generosidad con que nos damos por los demás compartiendo no solo nuestras
cosas sino compartiéndonos a nosotros mismos.
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