Desde nuestros problemas y
sufrimientos nos unimos a la Pascua del Señor, haciendo de nuestra vida pascua y
ofrenda al Señor.
Jeremías
20,10-13; Sal
17; Juan
10,31-42
‘Pero el Señor está
conmigo, como fuerte soldado… Señor de los ejércitos, que examinas al justo y
sondeas lo íntimo del corazón… a ti encomendé mi causa…’ Es la confianza del profeta; es la
confianza de quien se pone en manos del Señor.
No siempre es fácil y es ahí donde se manifiesta la
grandeza y la fortaleza de la fe. El profeta está hablando desde su propia
experiencia. Su misión como profeta no ha sido fácil, porque además han sido
momentos muy difíciles para el pueblo. Allí ha estado siempre valiente y
profética su palabra, pero no le han hecho caso, más bien se ha convertido en
el hazmerreír de la gente.
Jeremías abre su corazón a Dios, que lo ha elegido para
cumplir una misión verdaderamente difícil: anunciar la destrucción del pueblo;
y con toda sencillez se lamenta ante Él. Sus predicciones y oráculos, observa
el profeta, no sólo no mueven a los oyentes a penitencia y a reflexión, sino
que producen el efecto contrario: se ríen y se mofan de él y, por si fuera
poco, le maltratan. Pero él aún sigue confiando en Dios. ‘El Señor está conmigo como fuerte soldado… a ti encomendé mi causa…’
La profecía que es la misma vida del profeta hace
referencia a Jesús. Unos le aceptan y se admiran de sus palabras escuchándolas
con gusto, mientras otros se le resisten, se opone, no quieren creer en El,
maquinarán contra El hasta llevarle a la muerte. Estamos en la última semana de
la cuaresma y ya todo va teniendo tintes de pasión. Ya todo va siendo anuncio
de lo que fue la pascua de Jesús, de su pasión y muerte que vamos a celebrar de
manera intensa en la semana de la pasión. Pero en Jesús contemplaremos también
siempre su voluntad decidida de ponerse en las manos de Dios. ‘Hágase tu voluntad… en tus manos, Padre,
encomiendo mi espíritu’, le escucharemos decir.
Pero lo que vamos escuchando en la Palabra en estos
días tenemos que plantarlo en nuestro corazón, verlo hecho realidad en nuestra
vida. Por una parte desde lo que nos cuesta hacer un anuncio valiente de Jesús
con nuestra vida, porque no siempre será aceptado por el mundo que nos rodea, o
desde lo que puede ser la realidad de nuestra vida con sus sufrimientos, con
sus problemas, con nuestros temores o con las angustias que pueden aparecer
también en nuestro espíritu. Desde ahí nos tenemos que unir a la Pascua del
Señor, vivir su pascua en nuestra pascua, hacer de nuestra vida pascua porque
sepamos hacer ofrenda al Señor.
Y aunque haya pasión, sacrificio, sufrimiento o
angustia en nuestra vida, también tenemos que saber ponernos en las manos del
Señor porque, como decía el profeta ‘El
Señor está conmigo como fuerte soldado… a ti encomendé mi causa…’
Que lo que hemos rezado en el salmo sea de verdad
oración de confianza en nuestra vida: ‘Yo
te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales, torrentes
destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los
lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios. Desde su
templo él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos’.
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