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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Tras el nacimiento de Jesús celebramos con júbilo el triunfo del martirio de san Esteban

Hechos, 6, 8-10; 7, 54-59; Sal. 30; Mt. 10, 17-22
En la oración final de la Eucaristía de esta fiesta daremos gracias al Señor por la abundancia de su misericordia ‘pues nos salvas por el nacimiento de tu Hijo y nos llenas de júbilo por el triunfo de tu mártir san Esteban’.
Creo que con esta oración, entre otras de la liturgia de este día, se expresa el sentido de esta fiesta del martirio de san Esteban precisamente al día siguiente de la celebración del Nacimiento de Jesús. Podría parecer que estando dentro de la octava de la Natividad del Señor todo tendría que girar en torno a esta fiesta grande que celebramos sin embargo la liturgia nos presente en este primer día la celebración de san Esteban, el protomártir.
Por ahí podría venir la clave de esta celebración; por eso pediremos llenarnos de júbilo en el triunfo del martirio de san Esteban. Sí, es un triunfo, es la manifestación de una victoria. Fue el primero en derramar su sangre por Jesús. Como anunciaría Jesús a lo largo del evangelio y hoy una vez más lo hemos escuchado ‘os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas, os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio de mi ante ellos y ante los gentiles’.
Es lo que vemos ahí casi en los comienzos de la Iglesia en Esteban. ‘Todos os odiarán por mi nombre, pero el que persevere hasta el final, salvará’. Es la manifestación de un triunfo y una victoria, como la de Cristo. Nos conviene recordarlo ahora que estamos celebrando su nacimiento, porque así miramos el camino y la meta. Hoy contemplamos al primer testigo, el protomártir.
Había sido elegido por los apóstoles para formar parte del grupo de los siete diáconos, cuando ante el crecimiento de la Iglesia y también de los problemas y necesidades se decide elegir a estos siete para el servicio de la comunidad en especial para la atención de los huérfanos y las viudas. Pero pronto no será sólo ése el servicio que van a prestar a la comunidad, porque veremos a Esteban, ‘lleno de gracia y de poder’, discutir con los judíos en las sinagogas de manera que no había quien pudiera hacerle frente a sus razonamientos anunciando a Jesús en quien se cumplían las Escrituras. Es el servicio de la Palabra, el servicio misionero del anuncio, como veremos en algún otro diácono como Felipe.
Era un hombre lleno del Espíritu Santo, que se dejaba conducir por el fuego y el ardor del Espíritu. Pero su testimonio no se quedó en el servicio de la caridad a los necesitados sino que fue más allá en el anuncio de la Palabra y en el testimonio que daría con su sangre por el nombre de Jesús.
Ya escuchamos el relato de su muerte en el martirio, que se nos cuenta casi como en paralelo como la muerte de Jesús. Le persiguen, le llevan ante los tribunales, ante el Sanedrín, pero no teme, tal como Jesús nos había enseñado. ‘No tengáis miedo: el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’. Y El ve al Espíritu Santo junto a él, siente la presencia de Jesús, contempla ensimismado la gloria del cielo que el Señor le tiene reservada. Por eso ante los que le acusan y le apedrean repetirá al estilo de Jesús ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado’. En el momento de su muerte se pondrá en las manos de Jesús, como Cristo en la Cruz se había puesto en las manos del Padre. ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’.  Será el primer testigo, el primer mártir.
Muchas lecciones para nuestra vida. Seguir las huellas de Jesús ha de ser nuestra tarea. Dejarnos inundar por el Espíritu para llenarnos de su amor; sentirnos fortalecidos por el Espíritu en el testimonio que ante el mundo hemos de dar; poner siempre nuestra vida, nuestros actos en la manos del Señor, porque en nadie podemos sentirnos más seguros.
Es necesario dar un testimonio valiente de nuestra fe, aunque los que nos rodean no lo entiendan; mantener la integridad de nuestra fe y ser constantes a la hora de vivirla y de testimoniarla; sentirnos fortalecidos por la fuerza del Espíritu cuando nos vengan las contrariedades o los tiempos adversos que no nos faltarán con la certeza de que podemos vencer las fuerzas del maligno. Si mantenemos integra y firme nuestra fe seremos también vencedores, seremos los testigos necesarios para que el mundo crea y se acerque a Jesús. 

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