El día de los Santos Inocentes nos tendría que llevar a pensar en tantos otros inocentes que a lo largo de la historia y hoy son víctimas de nuestra manera de actuar
1Juan
1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18
Hoy es el día de los Santos Inocentes. Sin embargo en el sentido de
nuestra sociedad, al menos en mi tierra, es sobre todo el día de las
inocentadas; un día para la broma, para la picardía de ver cómo caes en una
inocentada creyéndote aquello que te cuentan o te dicen de manera que hasta en
los medios de comunicación social y hasta en los noticiarios buscan esa
aparente noticia extraordinaria con la que hacer caer a todos en la inocentada.
Es la picardía que llevamos dentro, el deseo de la broma y de la alegría que
quizá quiera hacernos olvidar otras angustias u otros problemas que pudieran
afectarnos hasta quitar esa alegría de nuestra vida.
Con la reflexión que ahora me hago y os ofrezco quizá arroje un jarro
de agua fría en medio de nuestras alegrías festivas, pero siento dentro de mí
la urgencia de ofreceros esas quizá desordenadas líneas de reflexión pero que
puedan ayudarnos a pensar en otras cosas.
Pero bien sabemos que celebrar el día de los Santos Inocentes es mucho
más que eso, porque realmente estamos celebrando un momento muy dramático en la
historia de nuestra salvación en el que por querer quitar de en medio a aquel
recién nacido rey de los judíos como decían los Magos venidos de Oriente, el
Rey Herodes al verse burlado mandó decapitar a todos los niños menores de dos
años de Belén y sus alrededores.
Ya escuchamos en el evangelio cómo el ángel del Señor anuncia a José
lo que ha de suceder y cómo ha de salvar la vida del niño huyendo a Egipto. Un
rememorar de alguna manera la historia del pueblo de Israel en la que Jesús se
ha encarnado, pero que es de alguna manera ver cómo Jesús se encarna en nuestra
historia, en nuestra vida, también con los sufrimientos y las angustias que
padecemos los hombres.
La liturgia de las Horas nos evoca la matanza de los niños recién
nacidos de Egipto cuando el faraón oprimía al pueblo de Dios y mandó arrojar al
Nilo a todos los varones recién nacidos. Es la historia que se repite en
nuestra humanidad llena de pecado, de odios, de rencores, de envidias, de
ambiciones, de violencia. No podemos menos que hacer pasar ante nuestros ojos,
aunque sus imágenes sean muy hirientes para nuestras conciencias adormecidas,
las muertes de tantos inocentes que también en nuestro tiempo son víctimas de
la miseria, del hambre, de la violencia, de las guerras, de las ambiciones de
los hombres.
Cuando en la televisión nos ponen imágenes de la guerra, imágenes tan
recientes como lo que sucede en Alepo, en Siria, en Irak o en tantos otros
lugares azotados en este momento de nuestra historia por la guerra, nos dicen
que son imágenes que pueden herir nuestra sensibilidad. No queremos sentirnos
quizá interpelados, no queremos quizá escuchar el grito angustioso de tantos
que ven destruidas sus casas, o las vidas de sus seres queridos, no queremos
inquietarnos por esas cosas que suceden ahí a un tiro de piedra de nuestra
cómoda e insensible sociedad.
Es duro que así nos hayamos endurecido las conciencias. Tiene que ser
inquietante que sigamos impasibles ante tantos sufrimientos. Es inhumano que
quizá nosotros estos días tengamos nuestras mesas repletas de alimentos que al
final se desperdiciarán, mientras ahí al lado hay gente en la miseria y muere
de hambre.
¿Es así como hacemos un mundo mejor? ¿Es así como nosotros, los
cristianos, los que nos decimos seguidores de Jesús vivimos la Buena Nueva que
con Jesús quiere llegar a nuestras vidas para que vivamos un compromiso por
hacer un mundo mejor?
Es el día de los Santos Inocentes, de aquellos niños que murieron a
causa del odio o de la ambición de Herodes, pero es el día en que tenemos que
pensar en tantos santos inocentes que mueren en el mundo a causa de nuestra
insensibilidad, de nuestra insolidaridad, de nuestros ojos que queremos
mantener cerrados, de nuestros despilfarros, de nuestras violencias. Es para
pensarlo.
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