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lunes, 26 de diciembre de 2016

Como Esteban siempre hemos de ser diáconos, servidores de los pobres y de la comunidad, como testimonio de la buena nueva de salvación en Jesús que hemos de anunciar

Como Esteban siempre hemos de ser diáconos, servidores de los pobres y de la comunidad, como testimonio de la buena nueva de salvación en Jesús que hemos de anunciar

Hechos 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22
Sabia es la liturgia de la Iglesia cuando en este día siguiente a Navidad, y siguiendo aun con los mismos aires de alegría por el nacimiento del Señor que con toda solemnidad se prolongan en toda esta semana de la octava, se nos presenta hoy a nuestros ojos y para la celebración la figura de san Esteban, el protomártir.
Bien sabemos que protomártir significa el primer mártir, el primer testigo, el primero que derramó su sangre y dio su vida por el nombre de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen el relato de su muerte. Había sido uno de los siete diáconos escogidos por los apóstoles para el servicio de la comunidad, de manera especial para la atención de las viudas y de los pobres. Los Apóstoles debían ocuparse de la predicación, de la proclamación de la Buena Nueva de la Salvación, pero alguien había de atender en la caridad a los más necesitados. Así surgió el ministerio del diaconado en aquella primitiva comunidad de Jerusalén.
Pero Esteban era alguien que llevaba fuego ardiente en su corazón. No podía callar lo que vivía. Ya no era solo el testimonio de la caridad en medio de aquella comunidad donde todo lo compartían porque tenían una sola alma y un solo corazón, sino que con su palabra ardiente anunciaba el evangelio de Jesús. Discutía en la sinagoga con los judíos anunciándoles el evangelio y a todos dejaba callado con su sabiduría y su elocuencia.
Era el Espíritu divino prometido por Jesús que estaba con El y hablaba por su boca y por su  vida. Como Jesús había anunciado pronto esto le granjearía muchos enemigos que no pudiendo acallarle en su sabiduría lo hicieron callar  con su muerte. Acusado de blasfemia fue condenado a ser apedreado. Es lo que nos relata el texto de los Hechos de los Apóstoles que se nos ofrece en la liturgia.
Hoy, en este día siguiente a la navidad del Señor celebramos su memoria y su fiesta. Es para nosotros un testimonio fuerte que nos interroga por dentro. También nosotros hemos de ser testigos de lo que vivimos. Testigos hemos de ser ahora y en este mundo que nos toca vivir, en estas circunstancias.
Y en medio de este mundo que celebra la navidad, para todos estos días son días de fiesta aunque muchas veces no tengan en cuenta lo que realmente celebramos, todos se desean los mejores parabienes, tienen los mejores deseos de felicidad, nosotros tenemos que hacer nuestro anuncio, nosotros hemos de manifestarnos como verdaderos testigos de Jesús haciendo presente en nuestro mundo a ese Dios que se hace hombre, que se ha encarnado para ser Dios con nosotros, pero que no todos saben reconocer.
Ha de ser un anuncio claro, un testimonio transparente, una palabra valiente, unos gestos verdaderamente comprometedores los que hemos de tener para hacer ese anuncio. No nos hemos de cansar en proclamar que a quien celebramos estos días es a Jesús, el hijo de María, pero que es el Hijo de Dios que ha nacido para traernos su salvación. No podemos callar ni ocultar este mensaje.
Será nuestra palabra valiente, como la de Esteban, que no nos faltará la asistencia y la fuerza del Espíritu que nos dará las palabras más convenientes, las palabras más certeras y sabias; dejémonos conducir por el Espíritu, no lo acallemos en nuestro interior. Pero ha de ser el testimonio del amor, del servicio, de ese diaconado que ha de haber en la vida de todo cristiano. Todos somos diáconos aunque no hayamos recibido ese ministerio, porque todos hemos de tener revestida y empapada nuestra vida del amor, un amor que tiene que hacer verdadero servicio a los demás. Es el testimonio de Esteban que le llevo a dar su vida por el nombre de Jesús.

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