Con el evangelista Juan aprendamos a buscar a Jesús queriendo conocerle más
y más para entrar en la intimidad de su vida que nos llena de vida para siempre
1Jn
1,1-4; Sal 96; Juan 20,2-8
‘Eso que hemos visto y oído
os lo anunciamos…, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que
estaba con el Padre y se nos manifestó… para que nuestra alegría sea completa…’ Así nos dice Juan en el principio de su carta.
Es lo que fue su vida en torno a Jesús y lo que fue su anuncio desde entonces.
‘Vio y creyó…’ nos dice el evangelio de Juan cuando entró en
el sepulcro vacío después de la resurrección. Vio, creyó y nos lo anunció. Ya
desde el principio del evangelio se nos habla de sus deseos de ver, de conocer,
de saber. El Bautista había señalado a Jesús como el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo y allá se fueron tras Jesús Andrés y Juan.
‘Maestro, ¿Dónde vives?’ Querían conocer por si mismos, querían saber de su
vida, querían estar con Jesús. Era la forma mejor de conocerle. Ya al día
siguiente saldrán haciendo el anuncio.
Celebramos hoy en este marco de
la Navidad de Jesús a Juan, el evangelista, el hijo de Zebedeo, el hermano de
Santiago, el que quería estar cerca de Jesús; el que quería conocer los
secretos de su corazón. Le veremos en la cena pascual casi recostado sobre el
pecho de Jesús y preguntándole en secreto que Jesús le revelara de quien se
estaba refiriendo cuando Jesús anunciaba la traición de uno de los discípulos.
Pero le veremos siempre
caminando tras Jesús, queriendo conocer lo más secreto y lo más hondo del corazón
de Cristo. Subirá con Jesús al Tabor y
allí será testigo silencio de la transfiguración; estará con Jesús en la alcoba
de la hija de Jairo cuando Jesús la resucita; será de los que se adentrarán con
Jesús en el Huerto de Getsemaní para ser testigo de su oración y de la agonía
del corazón de Cristo; podrá estar cerca de Jesús en los comienzos de su pasión
porque podrá entrar incluso al patio del sanedrín donde se juzga a Jesús, y
será el único de los apóstoles que llegará a estar al pie de la cruz recibiendo
a María como a su madre.
Luego tras la resurrección
correrá hasta el sepulcro tras la noticia de la Magdalena de que se han robado
el cuerpo de Jesús y aunque llega el primero dejará paso a Pedro aunque cuando
entre y vea las vendas por el suelo en el evangelio se nos dirá que ‘vio y
creyó’. Y será el que le reconocerá entre las nieblas del amanecer allá en
la orilla del lago cuando Jesús se les manifiesta y realicen una nueva pesca
milagrosa; ‘es el Señor’, le dirá a Pedro aunque éste en su ímpetu sea
el que se lance al agua para llegar pronto a los pies de Jesús.
Quería ver, quería saber, quería
conocer a Jesús, quería entrar en la intimidad de su alma, por eso nos hablará con gran profundidad teológica de
Jesús en su evangelio. Vislumbra bien que Jesús es la luz y es la vida, es la
resurrección y es el camino, es la verdad de nuestra vida y lo será todo para
nosotros porque sin El nada podemos hacer. Es hermoso y profundo su evangelio,
la buena noticia que nos trae.
Como nos dice hoy en la carta,
lo que había visto, lo que había oído, lo que había palpado incluso con sus
manos no lo podía callar. Ya responderían a los sumos sacerdotes que no podían
callar lo que habían visto y oído. Ahora nos lo trasmite en el evangelio y nos
deja las joyas preciosas de sus cartas con la profundidad escatológica de su
Apocalipsis que nos llena de esperanza en ese cielo nuevo y en esa tierra nueva
donde ya no habrá ni luto ni llanto ni dolor, porque todo será vida, que es lo
que nos ha dado Jesús porque quien cree en El tendrá vida para siempre.
Esta festividad de san Juan
evangelista nos está invitando a que nazca ese deseo en nuestro corazón, de
conocer a Jesús, de entrar en esa intimidad de vida con Jesús. Busquemos su
evangelio, escuchemos esa buena noticia, empapémonos del Espíritu de Jesús y
nos llenaremos de vida para siempre. Nuestra alegría será completa.
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