FIESTA SANTO TOMÁS APÓSTOL
Ef. 2, 19-22
Sal. 116
Jn. 20, 24-29
Sal. 116
Jn. 20, 24-29
Es importante para los cristianos la celebración de la fiesta de los Apóstoles. Unos los celebramos con mayor solemnidad como San Pedro y San Pablo que celebramos hace pocos días o como Santiago Apóstol por ser patrón de España. Pero todas las celebraciones de los apóstoles tienen la categoría de fiesta en nuestra liturgia.
Hoy nos decía san Pablo en la carta a los Efesios: ‘Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas’, pero a continuación nos recordaba algo importante, ‘y el mismo Jesús es la piedra angular’. Nuestra verdadero fundamento es Cristo, porque es el único Salvador, pero en expresión de san Pablo, como ‘cimiento’ tenemos a los apóstoles.
Somos una Iglesia apostólica, como confesamos en el Credo de nuestra fe. ‘Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica’. Y cada Iglesia local tiene esa garantía de comunión apostólica en el Obispo, verdadero sucesor de los apóstoles, en torno al cual está congregada la Iglesia local, o diócesis.
A los apóstoles envió Jesús a predicar y anunciar la Buena Noticia de la salvación. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio’, como se nos dice al final del evangelio y hoy recordamos como responsorio en el salmo. Por nuestra comunión con la fe de los Apóstoles proclamamos nosotros la fe en Cristo Jesús, verdadero Dios y Señor.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo Tomás. Evangelizador de Siria, Persia y la India según recoge la tradición. La Iglesia siro-malabar de la India le reconoce como su evangelizador. Y en el evangelio san Juan nos recoge diversas intervenciones del apóstol.
Un primer momento fue cuando Jesús, que se había retirado más allá del Jordán, decide volver a Judea por la muerte de Lázaro, y ante la insistencia de los demás apóstoles que le recordaban a Jesús cómo allá estaban tramando contra El, Tomás les dice: ‘Vayamos nosotros también y muramos con El’. Una decisión valiente a tomar nota para nuestra vida, que expresa su fe y amor por Jesús, aunque luego le encontremos en otros momentos entre la duda y la incredulidad.
En la última Cena cuando Jesús habla de su vuelta al Padre, aunque había escuchado a Jesús como los demás, todavía había dudas y sombras en su interior. Por eso pregunta o comenta: ‘No sabemos a donde vas, cómo podemos saber el camino’. Quiere tener la certeza de saber lo que significa ese ir al Padre del que Jesús les habla. Quiere saber realmente que es lo que tiene que hacer, porque quien quiere emprender un camino ha de tener una meta clara a la que ha de llegar.
Pero el texto más comentado es el de después de la resurrección. Cuando Jesús se apareció por primera vez a los discípulos reunidos en el Cenáculo, ‘Tomás, llamado el Mellizo, no estaba con ellos. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor’. A pesar de la alegría y el entusiasmo de sus compañeros él quiere comprobar muy bien que no ha sido una ilusión o un fantasma. Por eso lo que pide. ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, y no meto la mano en su costado, no lo creo’.
Esta duda de Tomás nos está haciendo una afirmación importante. Nos está confirmando datos de la crucifixión y muerte de Jesús narrados en otro momento por los evangelistas. Pero podríamos decir con los santos Padres que la incredulidad de Tomás nos está ayudando a la afirmación de nuestra fe.
Cuando Jesús vuelve de nuevo ‘y Tomás con ellos’, se le acercará para que vea lo que había pedido, para que metiera sus dedos en las llagas de sus manos, para que comprobara por si mismo lo que él quería comprobar, que no era un fantasma, que era el mismo Crucificado el que estaba allí vivo ante él. No necesitará ya palpar por si mismo, sus mismos ojos lo están viendo, su corazón lo está proclamando: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ Una hermosa proclamación de Fe. Es el Señor. Es Dios mismo que está ante él.
‘¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto’, es la afirmación de Jesús. Muchas veces nosotros queremos palpar con nuestras manos, ver con nuestros ojos, o encontrar razones con nuestros razonamientos. Queremos conocer el camino y conocer la meta, pero la vida se nos llena de sombras y de dudas. Hemos de saber fiarnos. ‘Hemos visto al Señor’, nos dicen los apóstoles a nosotros también en la tradición apostólica de la Iglesia. Podemos sí, llegar a conocer a Jesús y conocer su camino que nos lleva al Padre. Es la tarea en la que hemos de empeñarnos cada día, para que un día podamos decir con Tomás ‘¡Señor mío y Dios mío!’
Dichosos por que creemos. ‘¡Dichosa tú que has creído!’, le dijo Isabel a María. Dichosos nosotros por nuestra fe. Vivamos con dicha, con gozo, con alegría, con entusiasmo nuestra fe. A veces pareciera que no estamos tan convencidos por la tristeza con que vivimos nuestra vida y nuestra fe. Pareciera que siguiéramos con miedos y nos ocultáramos. Es cierto que sigue habiendo dudas en nuestro corazón pero tenemos la luz del Espíritu que nos ilumina, que nos guía, que nos fortalece. Es un regalo, una gracia el don de la fe. Demos gracias a Dios por ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario