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domingo, 28 de junio de 2009

Jesús nos sale al encuentro para despertar y fortalecer nuestra fe


Sap. 1, 13-15; 2, 23-25;
Sal. 29;
2Cor. 8, 7-9.13-15;
Mc. 5, 21-43

Un padre con el corazón lleno de dolor por una hija enferma que está en las últimas y que encima vienen a decirle que ya no hay nada que hacer; una mujer humanamente desesperada porque no encuentra un remedio para su enfermedad ‘a la que muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y en lo que había gastado toda su fortuna’…
Creo que situaciones así todos conocemos o habremos pasado quizá por trances y angustias de este tipo. Acuden a Jesús, ¿cómo un último remedio? ¿cómo la única y última tabla de salvación que les queda? ¿será así cómo nosotros acudimos a Dios desde nuestras angustias y nuestros problemas? Algunos en situaciones así acuden disimuladamente para que los otros no vean que son religiosos (¡!).
El texto del evangelio hoy nos da un hermoso mensaje que puede contribuir mucho a animar nuestra fe, despertarla, quizá purificarla y madurarla. En los dos casos que se nos presentan hay todo un proceso de crecimiento en esa fe.
Fijémonos en algo que pienso que es muy significativo e importante. Jesús viene a nuestro encuentro, nos sale al encuentro y se deja encontrar por nosotros, o se mete tanto en lo que es lo ordinario de nuestra vida que le tenemos al alcance de nuestra mano.
‘Al arribar de nuevo a la orilla, se le reunió mucha gente alrededor, se quedó junto al lago – allí donde se reunía la gente – y un jefe de la Sinagoga que se llamaba Jairo se acercó a Jesús’ y le planteó el problema que le apenaba. ‘Mi hija está en las últimas, ven pon la mano sobre ella para que se cure y viva’.
La mujer de las hemorragias le tenía tan mano entre la gente que lo apretujaba que pensaba que era suficiente tocarle el manto sin tener que descubrir su enfermedad ni decir nada. ‘Se acercó a Jesús por detrás, le tocó el manto pensando que con solo tocarle el mano, curaría’. Con sus miedos y temores sin embargo ahí está la fe de aquella mujer que tenía la certeza de que podría curar, como tenía también esa misma fe confiada Jairo al pedirle a Jesús que fuera a curar a su hija.
En esa cercanía del Maestro vemos que ‘Jesús se fue con Jairo acompañado de mucha gente…’ De camino se pone a hablar con la mujer de las hemorragias. Jesús camina a nuestro lado y para cada uno de nosotros tiene una palabra de vida y de salvación; nos hace sacar a flote nuestra fe.
‘¿Quién me ha tocado el manto?’ Aquello no se puede quedar en una acción íntima y secreta de aquella mujer. Las obras de Dios tienen que salir a la luz, y los posibles miedos o temores tienen que desaparecer. Jesús despierta y aviva nuestra fe. Cuando vienen a decirle a Jairo que todo está acabado – ‘¿Para que molestar al Maestro?’ – Jesús no deja que se derrumbe. ‘No temas. Basta que tengas fe’.
Tampoco podemos quedarnos en lamentaciones y lloros. ‘Al ver el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos, les dice: ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerte, está dormida… Se reían de El’. Unos se quedarán en quejas y lamentaciones cuando se encuentran con problemas en la vida y otros habrá que quizá se reirán de nosotros por nuestra fe. Pero con Jesús tenemos que sentirnos seguros. Es nuestra fortaleza y nuestra vida aunque otros no lo comprendan. Con Jesús encontraremos paz, nos llenaremos de vida. Todo va a comenzar de nuevo y será distinto. La mujer se fue curada y en paz. ‘Hija, te fe te ha curado. Vete en paz y con salud’.
Jesús tomando de la mano a la niña, la levantó con vida. ‘Contigo hablo, niña, levántate… la tomó de la mano y la niña se puso en pie inmediatamente’. Dejemos que Jesús nos tome de la mano y nos ponga en pie, nos llene de vida. Tenemos que saber dejarnos conducir por Jesús. Siempre querrá llenarnos de vida.
Acudamos a Jesús desde nuestras necesidades, o con las dudas y las sombras que tengamos en la vida. No importa cuál sea nuestra situación, porque Cristo nos sale al encuentro, camina a nuestro lado y su presencia nos reconforta, nos anima, nos despierta a la verdadera fe, a la vida.
Nos despierta a la verdadera fe porque ya no es sólo acudir a El como al taumaturgo que de forma mágica nos va a resolver nuestros problemas, carencias o necesidades. El encuentro con Jesús por la verdadera fe es otra cosa. Algo más hondo que nos transforma por dentro. Algo que ya no sólo vamos a confesar a solas o a escondidas. Tendrá que manifestarse también públicamente. Será algo que vamos a vivir en la comunidad de creyentes.
El hecho que nos detalla el evangelista de que Jesús entrara consigo a Pedro, Santiago y Juan a la hora de dar vida a la hija de Jairo, ¿no pudiera ser expresión de la presencia de la comunidad creyente? Es así cómo tenemos que vivir y proclamar nuestra fe en Jesús. No como un acto que vivimos a solas de forma individual, sino que lo vivimos en el seno de la comunidad eclesial, en comunión de Iglesia.
Despierta, Señor, mi fe. Ayúdame a hacerla crecer y madurar cada día más. Que llegue a entender también que esa fe la viviré más intensamente cuando la proclame y la viva con la comunidad de los hermanos, que es la Iglesia.

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