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sábado, 27 de junio de 2009

Fe, humildad y amor para acoger a Cristo en los demás



Gén. 18, 1-15
Sal: Lc. 1, 46-47.50. 53-55
Mt. 8, 5-17


Hermoso el mensaje que nos ofrece el texto del Génesis que nos presenta hoy la liturgia. Lo primero que aparece ante nuestros ojos es la hospitalidad de Abrahán. ‘Junto a la encina de Mambré… sentado a la puerta de la tienda porque hacia calor’ se encontró con tres caminantes que llegaban hasta su tienda.
La hospitalidad es una virtud muy destacada entre los orientales y sobre todo en los hombres del desierto. Agua y pan es lo primero que se les ofrece así como la oportunidad del descanso en cualquier lugar de sombra frente al calor del desierto. Pero Abrahán no se quedó en eso porque ‘corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a su mujer para que lo guisase enseguida…’ Cuajada, leche, una hogaza de pan, el ternero guisado, las mejores viandas para el banquete de la hospitalidad.
Pero bien sabemos que el texto sagrado quiere decirnos algo más. La imagen de estos tres caminantes es la imagen de Dios que sale al encuentro de Abrahán. Esta imagen que nos ofrece hoy el Génesis ha dado pie a una hermosa con el árbol de Mambré y los tres caminantes que vienen a ser como icono de la Santísima Trinidad, ya que los santos Padres de la antigüedad en estos tres personajes han querido ver un signo de la Trinidad de Dios.
Abrahán, el hombre creyente, el padre de los creyentes sólo pudo ver ese signo de la presencia de Dios que venía a su encuentro y la hablaba. Es el Dios de la promesa que una vez más le anuncia su cumplimiento. Quien le había dicho que iba a ser padre de un pueblo numeroso, ahora le confirma, a pesar de su mucha edad, que ‘cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo’.
Duda Sara y duda el mismo Abrahán, porque se creen viejos e incapaces de poder engendrar y procrear. ‘¿De verdad voy a tener un hijo siendo ya viejo?’ El texto habla incluso de la risa de Sara en un detalle hermoso y humano. Abrahán es centenario y Sara ya es muy vieja, pero el Señor le recrimina por su desconfianza mientras le dice: ‘¿Hay algo difícil para Dios?’ Unas palabras que nos recuerdan las que el ángel de la anunciación dirá a María cuando le comunica que su prima Isabel está también esperando un hijo, y ya está de seis meses. ‘Para Dios nada hay imposible’.
Si Abrahán en aquellos caminantes fue capaz de ver a Dios por su fe, recordemos que Jesús en el evangelio nos enseñaré que también nosotros verle en lo que hagamos al hermano, porque se lo hacemos a El. ‘Estuve hambriento, sediento, desnudo, estaba en enfermo o era peregrino… y me diste de comer, de beber, me vestiste, o me visitaste y acogiste… en uno de esos pequeños hermanos a mí me lo hiciste’. Por la fe como Abrahán también tenemos la oportunidad de acoger a Dios en nuestra vida.
Fe y amor que nos hacen descubrir a Dios. Es la fe, llena de humildad, que descubrimos en el centurión del Evangelio del texto de hoy. Tenía fe aquel hombre en que Jesús podía curar a su criado. Una fe con una certeza muy grande de manera que Jesús alabará la fe de aquel hombre. ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Pero era una fe llena de humildad, porque se sentía indigno de que Jesús visitara su casa. ‘Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo?’ Ya sabemos cómo hemos tomado estas palabras para la liturgia y repetirlas nosotros antes de acercarnos a comulgar, sabiendo que la Palabra de Jesús nos sana y nos salva.
Nos hace falta fe, humildad y amor para acoger a Cristo en los demás. No siempre es fácil, pero sí es posible. Pidamos esa fe, tengamos esa humildad, llenemos nuestro corazón de amor y sabremos acoger al otro, recibirle como a Cristo en nuestra vida.

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