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viernes, 26 de junio de 2009

La curación del leproso signo y señal del Reino de Dios que llega

Gén. 17, 1.o-10.15-22
Sal. 127
Mt. 8, 1-4


El comienzo del evangelio es el anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios que llega y al que tenemos que convertirnos. Fue la primera predicación por las aldeas y pueblos de Galilea y toda Palestina. ‘Convertíos y creed en la Buena Noticia porque está cerca el Reino de Dios’.
En el Sermón del Monte nos explica Jesús cómo hemos de vivir el Reino de Dios, cómo tenemos que hacer para que en verdad pertenezcamos al Reino de Dios, y cuál es el estilo de vivir que hemos de tener los miembros del Reino de Dios. En estos últimos días hemos venido escuchando precisamente todo este llamado Sermón del Monte que comenzó por las Bienaventuranzas.
Seremos felices si vivimos el Reino aunque nos cueste y Jesús nos propone las Bienaventuranzas. Hemos de dar señales en nuestra vida de que en verdad queremos que Dios sea nuestro único Rey y Señor con nuestro amor, nuestra humildad, nuestro estilo de vida desprendido y generoso, nuestra capacidad de perdón para sentirnos todos hermanos, nuestra nueva y especial relación con Dios que es nuestro Padre, para eso nos enseña a llamarle Padre y nos ofrece como modelo de nuestra oración el Padrenuestro.
Pero Jesús ese anuncio del Reino de Dios lo hace a través de signos y señales que son sus milagros. Significan esa transformación que con Cristo tiene que realizarse en nuestra vida. Así el milagro que hoy hemos escuchado en el evangelio, la curación del leproso.
Habíamos escuchado a Jesús en el monte donde había proclamado las Bienaventuranzas y ayer escuchábamos que ‘al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados’. Ahora nos dice que ‘al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente’. Pero de entre toda aquella gente surgió un leproso que se postra ante Jesús suplicándole: ‘Si quieres puedes limpiarme’. Y se realiza el milagro, el signo, la señal clara del Reino de Dios que nos transforma.
Jesús que cura y que libera del mal; Jesús que quiere un corazón puro y limpio; Jesús que quiere que nada se interponga entre los hombres, porque en su Reino todos somos hermanos y nos aceptamos y nos queremos. La curación del leproso nos dice muchas cosas. El hombre con la enfermedad de la lepra era un ser impuro que ya no podía vivir en medio de la comunidad; se le aislaba y estaba obligado a vivir en lugares solitarios apartado de todo el mundo, ni él se puede acercar a nadie ni nadie puede acercarse a él ante el temor de quedar impuro también.
Con Jesús todo eso cambia. El leproso se atrevido a llegar hasta los pies de Jesús y éste no lo rechaza sino todo lo contrario. Liberado de su mal podrá ya ir al encuentro con los demás. ‘Ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés’. Era el requisito previo para su reincorporación a la comunidad.
‘Señor, si quieres puedes curarme’, también le decimos nosotros a Jesús. Queremos que pongas tu mano sobre nosotros, que nos purifiques, nos limpies, nos hagas puros; queremos ser esos hombres nuevos que tú recreas; queremos estar contigo y estar también con los demás; no queremos soledades ni aislamientos; queremos ser uno contigo, queremos sentirnos transformados por tu gracia. Límpianos, Señor. Queremos vivir en tu Reino para siempre. Eres el único Señor, el único Dios de mi vida. Llévanos al Padre.

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