No
podemos vivir nuestra fe desde unos entusiasmos pasajeros sino decantándonos de
verdad por el camino de Jesús que es camino de cruz y de amor
Isaías 50, 5-9ª; Sal. 114; Santiago 2,
14-18; Marcos 8, 27-35
Hay momentos en que hay que hacer paradas en la vida porque son tantos los acontecimientos que nos envuelven, tantas las cosas que nos llaman la atención, que van surgiendo tantos estados de ánimo en nuestro corazón ante todo aquello que vemos, nos llama la atención y nos entusiasma, que crea como ciertas confusiones en nosotros y realmente no sabemos con qué quedarnos. Es necesario detenerse, ver que es lo principal y lo que merece la pena y decantarnos claramente por el camino que queremos seguir.
En torno a Jesús se habían ido creando
sentimientos encontrados; estaba la multitud de la gente sencilla que era capaz
de irse detrás de Jesús hasta los lugares más apartados, porque le
entusiasmaban y daban esperanzas sus palabras al tiempo que eran curadas sus
enfermedades y males y todo eran alabanzas y aclamaciones porque veían en Jesús
un gran profeta y si acaso no era el Mesías, pero estaban también los que iban
a la contra, los que estaban al acecho, los que iban poniendo trabas al camino
de Jesús y que finalmente querían quitarlo de en medio.
Pero estaban también aquellos discípulos
más cercanos que estaban siempre con Jesús, a los que El los había llamado de
manera especial y a los que se revelaba especialmente en aquellas
conversaciones que tenía con ellos donde les explicaba más detalladamente las
cosas. Pero estos andaban también algunas veces confusos entre lo que decía la
gente, lo que Jesús les explicaba y la oposición que descubrían que también
había contra Jesús.
Y es Jesús, el que caminando con ellos
casi en las fronteras de Palestina, allá por donde nacía el Jordán, les hace
hacer ese parón. Y vienen las preguntas y las respuestas, vienen la profesiones
de fe entusiastas, pero también los miedos que se les van metiendo en el alma
porque lo que Jesús les va a decir ellos creen que no puede suceder. Primero quiere Jesús que ellos le hagan como
un resumen de lo que dice la gente. Que sin un gran profeta, que si alguien
como Elías o los antiguos profetas, que si se parece a Juan el Bautista el que
todos habían conocido allá en el Jordán, las respuestas son variadas.
Pero viene la pregunta directa. ‘Y
vosotros, ¿quién decir que soy yo?’ ¿Qué piensan ustedes de mí? Y como
suele suceder con las preguntas muy directas parece que nadie quiere responder;
será Pedro el que se adelante a todos. ‘Tú eres el Mesías’. Otro
evangelista cuando nos narra este acontecimiento pondrá palabras en labios de
Jesús diciendo a Pedro que lo que ha acabado de decir no es algo solo de su
propia cosecha, sino que el Padre del cielo se lo ha revelado en su corazón.
Este evangelista simplemente dice que eso de esa manera no se lo comenten a
nadie.
Hasta aquí estamos contemplando los
entusiasmos por Jesús, aunque los discípulos también siguen aun medio confusos.
Pero Jesús quiere poner los puntos sobre las ‘íes’ como se suele decir. Les ha
dicho que no lo comenten con nadie, porque había un concepto de Mesías entre
las gentes de aquel tiempo con una carga muy política. Era un libertador para
el pueblo oprimido por los pueblos extranjeros e invasores. Pero el camino de
Jesús no va por esas sendas, porque no es por esa senda por donde se ha de
constituir el Reino de Dios. Es algo con otro sentido, lejano de los poderes
humanos, porque es algo que tiene que sembrarse en el corazón de la persona y
transformarla. Y eso sí que va a encontrar gran oposición.
‘Y empezó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad…’ Pero esto era algo que les costaba entender a los discípulos y apóstoles que están cercanos a Jesús. Eso no le puede pasar.
Y será Pedro también, el que había
hecho la hermosa confesión de fe, el que se lleva aparte a Jesús para quitarle
esa idea de la cabeza. ‘Tú piensas como los hombres, no como Dios’, le
dirá Jesús quitándolo de su lado. Eres para mí también una tentación, como la
del diablo allá en el monte de la cuarentena cuando le ofrece reinos y
aclamaciones. Parece que eso es lo que quiere Pedro también. ¿No nos sucederá a
nosotros de igual forma cuando nos queremos crear una cristiandad triunfalista
y con las señales también de los signos del poder? ¿No serán de alguna manera
también nuestros sueños?
Nos cuesta entender también lo de tomar
la cruz para seguir a Jesús. Nadie nos obliga, Jesús simplemente nos invita,
nosotros somos los que tenemos que dar la respuesta. Pero la respuesta se nos
hace amarga en la garganta y en el corazón cuando Jesús nos habla de tomar la
cruz, de negarnos a nosotros mismos, de ser capaces de perder la vida, porque
es la unida forma de ganarla. Y es que Jesús nos ofrece un camino de amor y de
entrega, porque será el único que salvará al mundo.
Y es que Jesús nos habla de un mundo de
ternura y de cercanía, de aceptación de los demás y de comprensión incluso con
sus debilidades, nos habla de un mundo de misericordia y de perdón que tenemos
que saber ofrecer siempre generosamente porque es la base para lograr la paz,
nos habla de un mundo del que tenemos que desterrar todo lo que suene a vanidad
y a fantochada, un mundo del que desbanquemos los pedestales del orgullo y del
poder avasallando a los demás, de un mundo donde vamos a aprender a valorar a
los pobres, a los pequeños, a los que parece que nada cuentan porque lo
importante siempre será la dignidad de la persona. Eso el mundo no lo entiende
ni lo entenderemos nosotros si seguimos pensando como los hombres y no como
Dios.
Muchas cosas tienen que cambiar en
nuestra mente y en nuestro corazón y eso algunas veces se nos hará duro, por
eso nos habla de cruz. Porque lo que hacemos es como Jesús abrazarnos a la
cruz, porque nos estamos abrazando al amor y aunque parezca que muramos vamos a
alcanzar lo que es la verdadera plenitud de la vida.
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