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viernes, 7 de diciembre de 2012


Llega el Señor con poder e iluminará los ojos de sus siervos

Is. 29, 17-24; Sal. 26; Mt. 9, 27-31
‘Mirad, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos’. Así proclamamos antes del evangelio haciendo ya confesión de fe en lo que la Palabra de Dios nos trasmite hoy. Viene el Señor, con poder, con su luz, con su salvación; viene el Señor y desde El todo ha de ser distinto en nuestra vida, porque su salvación nos renueva, nos llena de nueva vida.
El profeta nos habla primero de bellas imágenes que nos describen el Líbano como un vergel, pero no se quedan ahí las imágenes porque a continuación nos habla de los sordos que podrán oír las palabras del libro y de los ojos de los ciegos para los que ya no habrá oscuridad. En el evangelio precisamente escucharemos el relato de la curación de dos ciegos. Pero como bien entendemos los milagros son signos de lo que significa la gracia de Dios en nosotros y de la transformación de nuestra vida con la salvación que nos trae el Señor.
‘Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor y los más pobres gozarán con el santo de Israel’, nos dice el profeta. Recordamos lo anunciado por el profeta y que Jesús proclama en la sinagoga de Nazaret, a los oprimidos se las anuncia la libertad y el año de gracia del Señor. Todo se transformará con la salvación del Señor.
Muchas veces nos tienta la tentación del pesimismo y la desolación cuando contemplamos el mal campeando a nuestro alrededor y que también se nos infiltra en nuestros corazones. Y en ese pesimismo pensamos que esto no hay quien lo cambie, que el mal sigue a sus anchas y que es difícil hacer avanzar el bien, lo bueno y la justicia. Sentimos esa desazón porque nos cuesta a nosotros también superarnos y aunque nos prometemos tantas cosas sin embargo seguimos enredados en el mal que campa a sus anchas, el desamor que nos hace insolidarios, la desunión que tantas divisiones y enfrentamientos provoca, los egoísmos que nos encierran, los orgullos que nos envenenan por dentro y nos parece que no podemos salir de esa situación.
La salvación no es obra nuestra sino del Señor. Es El quien viene a nosotros para transformar nuestro corazón y nosotros hemos de prestarle nuestra cooperación dejándonos iluminar por su Palabra, dejándonos guiar por la fuerza de su Espíritu. Es el Señor el que obra maravillas en nosotros. Es el Señor el que nos salva porque nos da su gracia que nos perdona pero también nos renueva, no vivifica, nos hace tener nueva vida.
Reconozcamos la acción de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. El Señor hace maravillas. Como nos dice el Señor por el profeta ‘cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel’. Que se nos abran nuestros ojos para ver las acciones del Señor. Así tenemos que saber reconocer y dar gracias, así tenemos que cantar también la alabanza al Señor.
Vayamos hasta Jesús como aquellos dos ciegos de los que nos habla el Evangelio. Tantas cosas nos ciegan a nosotros que tenemos necesidad de acudir a Jesús para que nos abra los ojos. Como aquellos ciegos del evangelio digámosle: ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’, Hijo de Dios y Salvador nuestro. ‘El Señor es mi luz y mi salvación… nada me hará temblar’, nada podrá oscurecer mi vida ya. Dejemos que la luz de Dios ilumine nuestra vida, nos saque de nuestras tinieblas, nos ayude a descubrir y conocer más y más el misterio de Dios, nos haga ver con nuevos ojos a los hermanos que están a nuestro lado. 
Cantemos las maravillas que hace el Señor.

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