La raíz de Jesé se erguirá como una enseña de los pueblos
Is. 11, 1-10: Sal. 71; Lc. 10, 21-24
‘Que en sus días
florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, hemos repetido en el salmo después
de escuchar a Isaías. El profeta había anunciado cómo del tronco reseco de Jesé
iba a brotar un vástago, un renuevo lleno de vida. Será algo importante lo que
anuncia el profeta de manera que ‘aquel día
la raíz de Jesé se erguirá como una enseña de los pueblos’, será algo
glorioso y deseado.
¿Cómo será posible el que de un tronco reseco brote un
renuevo lleno de vida? Es la acción del Espíritu del Señor. ‘Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu
de piedad y de temor del Señor; le llenará el espíritu del temor del Señor’.
Jesé era el padre de David, en el que se estableció el
linaje dinástico del que había de nacer el Mesías. Recordemos que David era un
pastor, su padre no era rey, y sin embargo en su hijo va a arrancar el linaje
de los reyes de Israel, ascendencia del Mesías. Lo del tronco reseco aparece en
los profetas, pero no en la historia de David narrada en los otros libros históricos
del Antiguo Testamento. Aunque no lo trae la Biblia todo fue un sueño de Jesé
que ve surgir de un tronco reseco un vástago, imagen que sí luego recogerán los
profetas con un sentido mesiánico, como hoy mismo hemos escuchado.
‘Que en sus días
florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, diremos nosotros con todo sentido
pidiendo que venga a nosotros el Señor. Va a florecer la justicia, va a
florecer un mundo nuevo lleno de paz y de amor. Con la venida del Señor todo ha
de cambiar. Viene el que está lleno del Espíritu, Espíritu que nos concederá a
nosotros también para que por su fuerza nos sintamos transformados.
Son bellas las imágenes de ese mundo nuevo lleno de paz
que ha de nacer en Jesús y que nos ofrecen los profetas, y en concreto hoy con
una riqueza grande el profeta Isaías. Esas imágenes de los diferentes animales,
unos más domésticos otros más salvajes, pero que sin embargo pacen juntos, de
manera que hasta un niño los pastorea, nos está señalando lo que tendría que ser
nuestro mundo si verdad nos dejáramos transformar por el Espíritu de Jesús.
Como decía un dicho clásico que nunca más el hombre sea
un lobo para el hombre. Así nos comportamos tantas veces en que nos devoramos
los unos a los otros. Pero quien cree en Jesús, quien acepta la salvación y el
Evangelio que Jesús nos ofrece no tendría que actuar así sino que todo tendría
que ser paz y amor, porque es el Espíritu del Señor el que guía nuestras vida y
en quien encontramos fortaleza para vivir esa vida nueva.
Es en lo que tenemos que ejercitarnos en este camino de
adviento que vamos haciendo, que es camino también de purificación interior y de
conversión. La Palabra de Dios que resuena cada día en nuestros oídos no tendría
que llevársela el viento, sino que como buena semilla tenemos que acoger y
plantar bien en nuestra vida para que vaya dando frutos. Aunque somos débiles y
muchas veces inconstantes, sin embargo, quienes cada día acudimos a escuchar
con fe y atención la palabra de Dios tendríamos que ir dando pasos día a día en
ese perfeccionamiento de nosotros mismos, en esa maduración espiritual que nos
lleve a dar esos buenos frutos que el Señor nos pide.
Pero es que también tenemos que saber acudir al Señor
con espíritu humilde y mucha fe. Solo los que son humildes y sencillos, los que
abren su corazón con toda sinceridad al Señor podrán ir conociendo más y más
ese misterio de Dios e ir logrando ese crecimiento espiritual. Ya nos lo dice Jesús
que Dios se revela no a los sabios y entendidos sino a los pequeños, a los
pobres, a los que son humildes y sinceros de corazón. Que el Espíritu del Señor
transforme más y más cada día nuestra vida.
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