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martes, 5 de octubre de 2021

Cuidado no te olvides del Señor, tu Dios, sino que en toda ocasión sepamos ofrecer súplicas y acción de gracias viviendo con auténtica actitud de creyentes y cristianos

 


Cuidado no te olvides del Señor, tu Dios, sino que en toda ocasión sepamos ofrecer súplicas y acción de gracias viviendo con auténtica actitud de creyentes y cristianos

Deut. 8, 7-18; Sal.: 1Crón 29, 10bc-12ª; 2 Cor. 5, 17-21; Mateo 7, 7-11

Decimos que vivimos en medio de un pueblo creyente; aunque cada día más vamos escuchando a personas que se manifiestan como que no creen en Dios ni creen en nada, sin embargo en la mayoría de los que nos rodean, o eso al menos nos creemos, se llaman cristianos y mantienen vivas algunas prácticas religiosas como el bautismo de los niños, el entierro en sagrado de sus difuntos o las misas que se hacen decir por sus muertos, por no decir una serie de fiestas religiosas muy acompañadas de actos civiles en honor de sus vírgenes, de sus Cristos o de los santos de su devoción. Por esos signos seguimos pensando que vivimos en un pueblo de creyentes o en un pueblo que se dice cristiano.

Pero creo que tenemos que ser conscientes de que incluso aquellos que nos llamamos cristianos o nos decimos más religiosos en el conjunto de la vida vivimos como paganos, como si no hubiera un Dios en quien creer. Nos reducimos a una serie de prácticas religiosas o de algunas fiestas, quizás a hacer algunas oraciones sobre todo cuando nos vemos la vida más complicada o nos aparecen problemas que no sabemos cómo resolver, pero en el conjunto de nuestra vida tendríamos que preguntarnos qué lugar ocupa Dios.

Tenemos el peligro de ir viviendo la vida en el día a día con sus luchas y con sus problemas, con momentos de alegría y de felicidad, con contratiempos que vamos sorteando como podemos y como nos sentimos como muy autosuficientes no creemos necesitar de Dios ni de mantener una relacion viva con Dios.

Es necesario que al menos de vez en cuando nos detengamos un poquito y nos planteemos el sentido de nuestra vida, reflexionemos hondamente sobre el rumbo que le damos a nuestra existencia y tratemos también de darla una trascendencia superior y espiritual a cuanto hacemos o  cuanto vivimos. Y no es solo el que nos detengamos porque se nos viene el volcán encima, ya sea en estas circunstancias que ahora vivimos en nuestras islas, sino que la vida se nos pueda convertir en un momento en un volcán tenebroso por sus problemas y cuando nos sabemos por donde salir como último recurso acudamos a Dios. Ser creyente es mucho más que todo eso, porque el ser creyente ha de darle una tonalidad nueva a nuestra vida.

En este día la Iglesia nos invita a entrar en un momento litúrgico, que llamamos las temperas, que tendría que ser algo así como ese parón que tanto necesitamos para que reencontremos ese lugar que Dios ha de tener en nuestra vida y sepamos centrar nuestra existencia en esa fe que decimos que tenemos en Dios. En su origen se tenían estos momentos en el inicio o algo así de las cuatro estaciones del año, que venía a ser algo así como poner en las manos de Dios aquellas tareas que íbamos a emprender en cada una de esas estaciones, que en un mundo más rural que se vivía en otros momentos tenía mucho que ver con las tareas que se realizaban en el campo. Ahora en nuestro hemisferio al menos se celebran una vez al año en este día como un final de las recolecciones de los trabajos realizados enmarcados en cursos y el comienzo de una nueva etapa.

Los textos de la Palabra de Dios que se nos ofrecen en la liturgia de este día cuando se celebran en un solo día o de los tres días seguidos cuando se celebra de una forma más amplia, con bien significativos. Un reconocimiento de la presencia de Dios en nuestra vida, un reencuentro con los hermanos por lo que se nos hablará de reconciliación, y una súplica al Señor porque sabemos que solo en El encontramos la fuerza para toda nuestra tarea.

El primero de los textos nos viene a recordar que no olvidemos la presencia de Dios en nuestra vida. ‘Acuérdate del Señor, tu Dios…’ nos viene a decir. Y nos ofrece un texto del Deuteronomio en el que Moisés previene al pueblo que va a entrar en la tierra prometida para que cuando posean la tierra y vengas tiempos de prosperidad no se olviden del Señor, su Dios, que los sacó de Egipto.

Y es lo que nos suele pasar, es lo que nos va pasando de tal manera que aunque nos decimos creyentes como la vida circula diríamos por sus carriles normales, aunque como todo camino tenga sus baches y sus curvas, nos acostumbramos a vivir por nosotros mismos que nos olvidamos de Dios. Aquellos diez leprosos desde la pobreza y la soledad de su enfermedad suplicaron a Jesús desde la distancia para verse libres de su enfermedad, cuando se vieron curados corrieron a cumplir con las normas prescritas para poder encontrarse con sus familias, pero solo uno volvió para dar gracias a quien les había curado. Lo que nos pasa a nosotros tantas veces, prontos para pedir pero tardos para agradecer.

Esta jornada, como ya mencionamos, tiene también ese sentido del reencuentro y de la reconciliación, con los demás y con Dios, porque es una manera de reconocer nuestra debilidad y nuestras carencias. Por eso es también momento de súplica y de oración, cuando sabemos ponernos de verdad en la manos de Dios.

Cuidado no te olvides del Señor, tu Dios, sino que en toda ocasión sepamos ofrecer súplicas y acción de gracias al Señor en quien tenemos la vida y la salvación.


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