Solo desde el amor podremos comprender el misterio de la cruz que también hemos de vivir en nuestra carne
Isaías 50, 4-7; Sal. 21; Filipenses 2, 6-11; Marcos 14, 1–15,
47
‘Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios… se despojó de su
rango, y tomó la condición de esclavo… actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz…’
Es el misterio que contemplamos; es el misterio que
celebramos. Subió a Jerusalén porque había llegado la hora de la entrega, la
hora del amor. Entra en la ciudad santa, como en este domingo de ramos lo
contemplamos, pero, aunque suenen cantos de victoria en los hosannas del pueblo
sencillo, no es el Mesías guerrero y triunfador como ellos esperaban. Su
cabalgadura no es el caballo brioso de los vencedores, sino el humilde borrico
que había anunciado el profeta Zacarías.
Sabemos nosotros muy bien lo que significaba aquella
entrada en Jerusalén; lo había anunciado una y otra vez, aunque a sus discípulos
más cercanos les costaba comprender; por eso cuando vaya sucediendo todo lo
anunciado ellos serán los primeros escandalizados que se duerman, que huyan,
que renieguen, que se escondan y se encierren, o que tengan miedo a seguirle
hasta lo alto del calvario.
Ahora se va a revelar de verdad misterio de Jesús. Será
en la pasión y en la cruz donde hemos de comprenderlo y conocerle, aunque como
siempre la cruz puede ser escándalo o puede ser obstáculo. Cuanto nos cuesta
entender la cruz. Pero es que no nos podemos quedar en la cruz, sino mirar más
allá, porque tenemos que mirar y contemplar el amor y la vida. Sólo desde el
amor, y un amor como el que nos enseñó Jesús no solo con sus palabras sino con
su propia vida, es como podremos comprender el misterio de la cruz que, repito,
es misterio de amor y de vida.
Será así cómo nosotros subamos también con Jesús a
Jerusalén a la Pascua; siendo capaces de poner amor en nuestra vida aprendemos
a despojarnos, a olvidarnos de nosotros mismos, a no pensar en grandezas ni en
reconocimientos humanos, a no temer todo aquello que se nos anunciaba con el
profeta. ‘El Señor Dios me ha abierto el
oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que
me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba’. Desprecios, burlas,
cuchicheos por detrás, pérdida de reconocimientos humanos… tenemos que aprender
a ser la semilla sembrada en tierra, oculta en la tierra donde se pudre para
germinar y engendrar nueva vida.
No nos vamos a esconder, no vamos a tener miedo, no
vamos a rehuir la parte de pasión que nos corresponda; que no nos falte la fe, que no nos falte la gracia
del Señor. Aunque algunas veces gritemos ‘Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ sabemos que con nosotros está
el Señor.
Es el dolor y el sufrimiento de la pasión; de la pasión
de Jesús y de nuestra pasión, porque ahí tenemos que ponernos nosotros también;
es una unión mística y espiritual con Jesús pero que se traduce muchas veces en
realidades muy concretas que pueden ser dolorosas en nuestra vida; pero es algo
que no podemos, o no debemos rehuir, porque ya nos anunció que el que quiera
ser su discípulo ha de saber tomar la cruz, ha de saber negarse a sí mismo.
Esto no son
palabras bonitas y muy espirituales que digamos en un momento determinado y
desde un fervor especial, sino que tenemos que darnos cuenta de esa realidad
concreta que vivimos - cada uno mire sus propios sufrimientos y angustias, como
mire también los sufrimientos y angustias de nuestros hermanos que caminan a
nuestro lado - donde tenemos que unirnos de verdad a la pasión de Jesús. Y todo
eso tenemos que aprender a hacerlo como lo hizo Jesús; solo desde el amor tiene
sentido; solo el amor es el que nos hará sentir la fuerza del Señor que nos
acompaña.
Ya nos lo decía el profeta: ‘Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el
rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado’. En ese camino de
Pascua si en verdad queremos hacerlo al paso de Jesús, sabemos que no
quedaremos nunca confundidos porque Jesús está a nuestro lado.
Pero además es un camino que, aunque a veces nos
parezca oscuro o doloroso, lo tenemos que hacer con la esperanza de la vida;
como fue la pascua de Jesús. No se quedó en el calvario, no se quedó colgado de
la cruz, no se quedó encerrado en el sepulcro, al tercer día resucitó glorioso
del sepulcro; por eso cuando hablamos de pascua hablamos de pasión y muerte
pero también de resurrección; hablamos de amor y de entrega hasta el final,
pero hablamos de vida, de vida eterna que el Señor nos da a los que creemos en
El y seguimos su camino. ‘Dios lo levantó
sobre todo, y le concedió el Nombre sobre todo nombre… ¡Jesucristo es Señor!,
para gloria de Dios Padre’.
Contemplemos así hoy, con este espíritu y con estos
sentimientos, la pasión y muerte del Señor que se nos relata en el evangelio de
este día. Hagamos ese camino de la pasión y de la cruz junto a Jesús, o
sintiendo a Jesús a nuestro lado en nuestra propia pasión. Que esta sea nuestra
ofrenda de amor por nosotros, por nuestro mundo. Que la salvación que Jesús nos
ofrece nos transformen la vida; seamos ese grano de trigo enterrado para dar
vida al mundo. Así viviremos con todo sentido este año la Pascua del Señor.
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