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jueves, 2 de abril de 2015

Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada formará parte para siempre de nuestra vida desde nuestra entrega y nuestro amor

Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada formará parte para siempre de nuestra vida desde nuestra entrega y nuestro amor

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15
‘Es la Pascua, es el paso del Señor…’ así les decía Moisés a los israelitas en Egipto. ‘Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones’. Cada año habían de celebrarlo. Por eso, aquella noche estaban reunidos los Jesús y los discípulos en aquella sala que les habían facilitado para celebrar la pascua y comer el cordero pascual.
Pero ahora Jesús les dirá: ‘Haced esto en memoria mía… pues cada vez coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva’. Y es que en aquella cena pascual habían sucedido muchas cosas. Una nueva pascua, una nueva alianza se había celebrado y se había constituido. Ya no era aquel cordero pascual el que habían comido, sino que allí estaba el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que se entregaba, que se inmolaba, que se sacrificaba en el sacrificio de la Alianza nueva y eterna para el perdón de los pecados. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega… esta es mi sangre…el cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre…’
Es lo que hoy estamos celebrando en esta tarde del Jueves Santo. Litúrgicamente iniciamos el triduo pascual. Estamos celebrando la pascua, el paso del Señor, pero no ya de cualquiera manera ni recordando hechos antiguos, sino sintiendo algo nuevo que está ahora sucediendo, que se está haciendo presente en nuestra vida. Es el paso del Señor, la pascua, que tenemos que vivir en nuestra vida. No es un recuerdo. Es una vida. Somos nosotros que nos estamos uniendo con el Señor, viviendo su misma pascua, disponiéndonos para su misma pasión, preparándonos para su misma entrega, queriendo vivir su mismo amor. No es una cosa cualquiera.
Tenemos que poner toda nuestra fe a tope. Como ya hemos expresado tantas veces no es algo ajeno o al margen de nosotros lo que está sucediendo sino que ahí en nuestra vida concreta, la que vivimos cada día con sus problemas y con sus alegrías, con sus miedos y con sus angustias, con sus luchas y con sus esperanzas estamos viendo, viviendo, sintiendo en lo más hondo de nosotros ese paso de gracia del Señor, que nos libera, que nos perdona, que nos llena de gracia, que nos pone en camino de una vida nueva, que nos levanta y nos llena de vida y de esperanza, que nos hace darle un sentido nuevo a todo aquello que es nuestra vida de cada día. Con Cristo nos sentimos renovados para siempre.
Es lo que significó su entrega. Es lo que significa que eso mismo que El hizo nosotros tenemos que seguirlo haciendo. Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada es algo que formará parte para siempre de nuestra vida. Lo celebramos, lo vivimos con toda intensidad cada vez que celebramos la Eucaristía en la que siempre estamos anunciando su muerte y proclamando su resurrección, estamos celebrando su Pascua.
Pero lo celebramos, lo vivimos en el día a día de nuestra vida, cuando nosotros nos entregamos, nos inmolamos, nos damos, somos esa pequeña semilla que se entierra y se oculta, somos capaces de negarnos a nosotros mismos, ofrecemos lo que es nuestra vida también en sus sufrimientos, en sus angustias, en sus preocupaciones, en los deseos que tenemos de ser mejores, en el espíritu de amor y de servicio a los demás en que queremos vivir. No separamos la Eucaristía de la vida; no separamos la pascua de Jesús de la vida; siempre hacemos que nuestra vida forme parte también de la pascua de Jesús.
En la cena habían sucedido muchas cosas que nos están hablando de todo esto. El evangelista Juan no nos habla de la institución de la Eucaristía, pero sí nos habla de un gesto muy profético de Jesús que nos abre caminos para lo que ha de ser nuestra vida. Se despojó de su manto, se ciñó una toalla, tomó el lugar de los sirvientes y se puso a lavarles los pies a los discípulos. Y ya vemos lo que nos dice al final. ‘Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Ahí tenemos el camino, no es necesario decir muchas cosas ni dar muchas explicaciones, sino hacer lo mismo que hizo el Señor. Cada vez que celebramos la Pascua, cada vez que celebramos la Eucaristía a esto nos estamos comprometiendo, esto que hemos de hacer cada día por los demás es lo que estamos trayendo a la Eucaristía.
Por eso decimos que hoy es el día del amor. Y no solo porque hoy nos dijera cual era su mandamiento nuevo, sino porque hoy estamos contemplando, estamos queriendo llevar de verdad a nuestra vida todo ese amor que vivió Jesús para entregar su Cuerpo, para derramar su Sangre, para que nosotros siguiéramos haciendo lo mismo.
A Pedro y los apóstoles les costaba entender aquello que estaba haciendo Jesús. Todos estaban sorprendidos y Pedro siempre el más decidido a hablar estaba dispuesto a no dejarse lavar los pies por Jesús. ‘No tendrás parte conmigo si no te lavo los pies’, le dice Jesús. ‘Esto que hago ahora lo entenderás más tarde’. Lo mismo que allá en la sinagoga de Cafarnaún no habían terminado de entender las palabras de Jesús que les hablaba de comer su carne y beber su sangre y la fe y el amor les había impulsado a decir que creían en Jesús porque El tenía palabras de vida eterna, ahora era necesario que también se dejaran conducir por esa misma fe y ese mismo amor, porque más tarde lo comprenderían.
Tenían que pasar por la cruz y que llegara la resurrección para que comprendieran todas aquellas cosas y se llenaran de verdad del Espíritu de Jesús. Pasemos nosotros también por la Cruz, vivamos la pascua con toda intensidad y que el Espíritu de Jesús nos ayude a comprenderlo todo, a vivirlo todo, a vivir con toda intensidad la pascua del Señor.
‘Es la Pascua, es el paso del Señor… haced esto en memoria mía…’


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