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sábado, 7 de junio de 2025

Una respuesta personal es nuestra fe, aunque la vivamos en comunión con los demás y nos sintamos estimulados por el testimonio de los demás creyentes

 


Una respuesta personal es nuestra fe, aunque la vivamos en comunión con los demás y nos sintamos estimulados por el testimonio de los demás creyentes

Hechos. 28, 16-20. 30-31; Salmo 10; Juan 21, 20-25

Hay gente que siempre se está comparando con los demás; si es mejor o peor, más guapo o más feo, si ha tenido más suerte en la vida o no ha tenido, si lleva una vida próspera o nosotros somos unos infelices, y así mil cosas más. Comparaciones que muchas veces están nacidas de envidias y de resentimientos, comparaciones no para sentirnos estimulados por nosotros mismos y en la búsqueda de nuestro crecimiento espiritual, comparaciones que nos destruyen a nosotros mismos mientras quizás estamos queriendo destruir todo lo bueno que puedan hacer los demás. Comparaciones de índole personal, particular podríamos llamarlas, pero comparaciones en lo social, entre pueblos o entidades, que muchas veces llevan a enfrentamientos innecesarios que en fin de cuentas llevan a dañarnos a nosotros mismos, como sociedad o como pueblo. No es camino de superación y crecimiento personal o como comunidad, sino que son resentimientos ahogados que aunque nos creamos mejores que los demás realmente no nos harán felices.

Creo que es bueno detenerse a pensar en estas cosas, aunque nos parezcan muy de índole personal y muy particulares de nosotros mismos, porque nos ayudarán a descubrir actitudes que se transforman en envidias o en orgullos mal curados y por otra parte es sentirnos invitados a ese crecimiento personal valorando el crecimiento de los demás que nos puede servir de estímulo positivo. Puede parecer que poco tiene relación con el mensaje de la Palabra de Dios, pero una curiosidad de Pedro que no se pudo callar ante lo que podía esperarle al discípulo amado de Jesús, me ha motivado a comenzar la reflexión de hoy desde estos aspectos muy humanos, pero que también han de formar parte de nuestra espiritualidad cristiana.

Como decíamos, Pedro que le había porfiado – en el buen sentido de la porfía – su amor que a pesar de sus tropiezos no dejaba de querer expresar a Jesús con toda la fuerza de su ser – Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo, le había dicho – pero cuando Jesús le anuncia lo que incluso va a padecer por su nombre – ‘otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras' - al ver por allí cerca al discípulo, como dice el evangelio, que Jesús tanto amaba, le surge la pregunta ‘y de éste ¿qué va a ser?’. Y poco menos que Jesús ahora le dice que no se meta en la vida de los demás, que no le importa a él lo que Jesús le tenga reservado para el discípulo amado.

No veamos aquí correcciones duras e incomprensibles de Jesús a Pedro como no queramos ver intenciones oscuras en la pregunta que le ha hecho a Jesús. ¿No nos estará diciendo Jesús que cada uno tiene que hacer su camino y cada uno tiene que llevar su cruz cuando le toque? Es cierto que en nuestra vida cristiana hay algo muy importante que es la comunión que tenemos que sentir los unos con los otros; estamos llamados a la comunión y a la comunidad, y Jesús así en ese sentido ha constituido la Iglesia. Pero la respuesta de fe siempre tiene que ser personal, aunque la hagamos caminando junto a los hermanos; pero ni tú puedas dar la respuesta que le toca dar al otro, ni nadie va a sustituir lo que tú tengas que hacer.

Cuando Jesús te invitó a seguirle lo ha hecho por tu nombre personal. Es bonito lo que se expresa en la liturgia del Bautismo cuando el sacerdote al principio de la celebración pregunta por el nombre de aquel que va a ser bautizado. Y será con ese nombre con el que recibe las aguas del bautismo. Es nuestra decisión personal, es nuestro camino personal, que haremos, es cierto, y viviremos en comunión con los hermanos que están a nuestro lado, no para envidiarnos, sino para apoyarnos mutuamente, para servirnos de aliciente y estímulo los unos a los otros. En la liturgia aunque cuando oremos a Dios digamos ‘Padre nuestro’, no mío sino nuestro, a la hora de la confesión de fe diremos ‘Creo’, de una forma personal, porque estoy poniendo mi yo, mi persona, mis valores, mis actos, mi vida en esa fe que estoy proclamando.


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