Tobías, 2, 10-23
Sal. 111
Mc. 12, 13-17
Sal. 111
Mc. 12, 13-17
En una primera aproximación al texto del evangelio podemos ver por una parte en un sentido negativo: mala intención, doblez del corazón, hipocresía, falsedad y mentira. Frente a ello la postura y la actitud de Jesús: sinceridad, autenticidad, libertad y verdad.
Se acercan a Jesús ‘unos fariseos y unos partidarios de Herodes para cazarlo con una pregunta’. Y la forma como inician la conversación con Jesús es desde la falsedad y la adulación, pues dicen todo lo contrario de lo que piensan. ‘Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en apariencias…’ Realmente están diciendo una cosa cierta de Jesús, pero en la forma de plantearle la cuestión se nota la falsedad interior, porque lo que pretendían era ‘cazarlo’, con sus preguntas. Ya le propio evangelista nos comenta que ‘Jesús, viendo su hipocresía, les replicó…’
La actitud y la postura de Jesús es la de la verdad y la libertad. Jesús conoce además nuestro corazón por dentro y a El no lo podemos engañar. Pero es que además Jesús es ‘la verdad misma’, como se proclamaría a sí mismo en el evangelio. Jesús no se queda en las apariencias externas sino que quiere contar con la sinceridad y la verdad, la autenticidad de nuestro corazón, de nuestra vida.
De nada valen ahora estas preguntas tendenciosas. Ya conocemos la respuesta de Jesús. Les pide que le enseñen la moneda de uso legal y qué es lo que allí y se ve. De ahí la respuesta: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’. El problema de fondo en la pregunta estaba en la obligación o no, siendo un pueblo sometido al yugo de Roma, de pagar o no pagar los tributos al César.
Las palabras de Jesús en su respuesta hemos de saber entenderlas bien para no hacerle decir tampoco lo que El no quiso decir. Jesús realmente nos está planteando cosas bien hondas. ¿Cuál es el lugar de Dios para los creyentes? Porque si es el Dios y Señor de nuestra vida tendrá que ser también el centro de nuestra existencia. Pero ¿eso hará que este reñida nuestra actitud creyente con el devenir, incluso político, de la vida de la persona?
Tendríamos que decir que no está reñida sino que más bien es una exigencia: la preocupación por la ciudad temporal y la contribución que yo de he hacer, desde el sentido de mi vida, desde ese sentido que tengo también como creyente, de mejorar la situación y el bienestar de nuestra sociedad. El creyente no se encierra en sí mismo y se desentiende de la realidad temporal de la vida, sino todo lo contrario, tiene que sentirse realmente responsable de ese mundo que entre todos construimos.
Me atrevo a decir que nadie puede ser apolítico, pero eso no significa que tenga que ser partidista. No podemos devaluar la palabra política reduciéndola a un partidismo cerrado en unas ideas predeterminadas. La ‘polys’ – palabra griega raíz de la palabra política - era la ciudad y la preocupación por la ciudad, por la sociedad en la que vivimos, es tarea de todo ciudadano. Y también yo como creyente tengo que sentirme responsablemente comprometido a trabajar por mi sociedad, por mi mundo. Y claro lo haré desde mis principios, desde el sentido que yo tengo de la vida; principios y sentido que yo encuentro en mi fe en Jesús y su evangelio.
Y aquí tenemos que decir que es necesario que más creyentes con unos verdaderos principios éticos y morales vivan este compromiso para poder darle el mundo rumbo a nuestra sociedad. Nos quejamos del rumbo que va tomando nuestra sociedad pero quizá no ponemos el empeño para hacer que las cosas sean de otra manera. Que el Señor nos ilumine.
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