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jueves, 4 de junio de 2009

Un nuevo y eterno Sacerdote, Jesucristo, el Señor

Hebreos, 10, 121-23
Sal. 39
Lc. 22, 14-20

‘He deseado enormemente, ardientemente, comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer porque os digo que no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios’.
Aquella cena pascual tenía un sentido especial. No era ya sólo el recuerdo de la antigua Pascua que todos los años celebraban, sino el inicio de una nueva Pascua. Se iniciaba una nueva Pascua y un nuevo sacerdocio. No era ya la ofrenda que se hacía cada día en el templo de aquellos sacrificios y holocaustos de animales o de frutos de la tierra, sino que era un nuevo y definitivo sacrificio el que se ofrecía. Ya no eran los sacerdotes de la antigua alianza, los del sacerdocio de Aarón, sino que era el Pontífice definitivo, que siendo al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar se ofrecía a sí mismo de una vez para siempre para el perdón de los pecados y para la vida de la gracia.
‘Para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único nuevo y eterno Sacerdote, Pontífice de la Alianza nueva y eterna…y determinaste, en tu designio salvífico perpetuar en la Iglesia su único Sacerdocio’. Así lo expresa la liturgia de este día en la oración y el prefacio. Este día en que estamos celebrando esta fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote.
Hoy contemplamos y celebramos ese nuevo Sacerdote, a Jesucristo, nuestro Sumo y Eterno Sacerdote. El nos abrió un camino nuevo y vivo a través de su carne entregada y de su sangre derramada, y ya, en virtud de la Sangre de Cristo, podemos entrar definitivamente en el Santuario del cielo, como se nos expresaba en la carta a los Hebreos.
Cuando hoy contemplamos ese Sacerdocio eterno de Cristo tenemos que ser conscientes de lo que El nos hace partícipes. En virtud de la unción del Espíritu que con el Crisma hemos recibido todos los cristianos, en virtud de nuestro Bautismo, somos partícipes de ese Sacerdocio de Cristo. Con Cristo somos sacerdotes, profetas y reyes. Participamos todos los bautizados de lo que llamamos el sacerdocio común de los fieles, sacerdocio real del que nos habla San Pedro en su carta.
‘Vosotros, como piedras vivas sois edificados como casa espiritual para su sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por Jesucristo… vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo escogido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…
Por eso en el prefacio vamos a decir. ‘No sólo confiere el sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino que también, con amor de hermano, elige a hombres de su pueblo para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión’.
Por eso, mirando el sacerdocio de Cristo, del que todos somos participes, como hemos dicho, por el bautismo, tenemos que mirar también a aquellos que de manera especial son escogidos para participar en el sacerdocio ministerial al servicio del pueblo de Dios; aquellos, pues, que han recibido el sacramento del Orden sacerdotal.
Hoy es una celebración eminentemente sacerdotal, donde el pueblo cristiano ha de saber estar al lado de sus sacerdotes, que como pastores del pueblo de Dios, en nombre de Cristo ejercen el sacerdocio en sus diferentes ordenes para la celebración de los sacramentos, para hacernos llegar la gracia de Dios y anunciarnos la Palabra de la salvación.
‘Ellos renuevan, en nombre de Cristo, el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos para el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu Palabra y lo fortalecen con los sacramentos’, como diremos en el hermoso prefacio de este día.
Por eso, el pueblo cristiano ha de pedir al Señor la gracia para que sus sacerdotes se configuren cada vez más con Cristo en una vida santa, y den testimonio constante de fidelidad y de amor.

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