Nada
de apariencias vanidosas en que nos llenen de adornos que crean diferencias, ni
de títulos que nos suban a pedestales, ni padres ni maestros porque hacemos el
mismo camino
Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12
Hemos de
estar preparados para afrontar los retos que nos presenta la vida, es cierto;
podíamos decir que la vida cada día es más compleja, surgen problemas nuevos,
hay mayor diversidad de pareceres y opiniones y bien sabemos que no es cuestión
de hacer las cosas así como por rutina, porque siempre se ha hecho así, sino
que tenemos que afrontar nuevos retos y nuevos estilos, problemas que se nos
van presentando en esa complejidad de la población en la que vivimos, avance
que se va realizando técnicamente y también en el orden del pensamiento. Como
decíamos, nos exige preparación, profundización en nuestro pensamiento, revisión
de muchas cosas, tener fundamentos sólidos en aquello que vamos presentando.
Cuando
hablamos de preparación podemos hablar de estudios, podemos hablar de profundización
de nuestro propio pensamiento, podemos hablar de nuevas categorías académicas
que van surgiendo, pero también nos podemos ir encontrando como diversos y
distintos escalones en los que la misma población se va situando. Y es ahí
donde aparecen títulos y reconocimientos que en un momento dado en ese orgullo
de aquello que hacemos o que hemos conseguido nos puede llevar a subirnos en
pedestales que nos alejan, en jaulas que nos encierran, en distanciamientos que
nos creamos entre unos y otros.
Esos escalones
de crecimiento intelectual, por llamarlo de alguna manera, que vamos
consiguiendo en nuestro camino de preparación y profundización, ¿qué finalidad
tiene?, podríamos preguntarnos. Todo siempre tendría que tener una función de
servicio a esa comunidad a la que pertenecemos, porque esos respuestas que
vamos encontrando, ese avance que vamos realizando tendría que ser siempre en función
de ese servicio, función del bien de esa comunidad. Pero algunas veces tenemos
la tendencia a encasquillarnos en nuestros saberes creando un aislamiento de
cuanto nos rodea, y fundamentalmente creando un aislamiento de esos hermanos
nuestros a los que estamos llamados a servir.
Hoy Jesús nos
previene. El quiere un nuevo estilo de comunidad, un nuevo sentido de
humanidad; un mundo en el que desterremos todo aquello que nos pueda distanciar
y separar; un mundo de comunión en el que tenemos que saber caminar juntos
aportando cada uno desde sus valores, desde sus cualidades y capacidades, un
mundo donde nunca nos pongamos unos sobre otros, sino que sepamos caminar codo
con codo; un mundo de sencillez donde desterremos los alardes que puedan crear
distinciones entre nosotros, un mundo en que en verdad nos sintamos hermanos.
Puede parecer
una utopía, pero es algo que podemos hacer realidad. No son sueños vanos, sino
realidades que tenemos que crear; por eso nadie puede estar en un pedestal
superior; un mundo donde desterremos categorías y jerarquías que nos quieran
hacer depender los unos de los otros. Por eso, hoy claramente nos dice, fuera
los títulos que crean esas distinciones. Ya en otro momento nos dirá que la
verdadera grandeza está en el servicio, en poner a disposición de todos aquello
que somos.
Nada de
imponer sobre los demás lo que nosotros no seamos capaces de hacer. Nada de
apariencias vanidosas en que nos llenemos de adornos que crean diferencias ni
de títulos que nos suban a pedestales. Ni nos llamemos maestros, ni nos
llamemos padres de nadie, porque todos somos hermanos y todos estamos haciendo
el mismo camino. Nada de búsquedas de reverencias ni halagos, porque nos
creamos más merecedores que los demás. Nada de reconocimientos honoríficos,
sino todos caminos en la sencillez y en la humildad.
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