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martes, 15 de marzo de 2022

Nada de apariencias vanidosas en que nos llenen de adornos que crean diferencias, ni de títulos que nos suban a pedestales, ni padres ni maestros porque hacemos el mismo camino


 

Nada de apariencias vanidosas en que nos llenen de adornos que crean diferencias, ni de títulos que nos suban a pedestales, ni padres ni maestros porque hacemos el mismo camino

Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12

Hemos de estar preparados para afrontar los retos que nos presenta la vida, es cierto; podíamos decir que la vida cada día es más compleja, surgen problemas nuevos, hay mayor diversidad de pareceres y opiniones y bien sabemos que no es cuestión de hacer las cosas así como por rutina, porque siempre se ha hecho así, sino que tenemos que afrontar nuevos retos y nuevos estilos, problemas que se nos van presentando en esa complejidad de la población en la que vivimos, avance que se va realizando técnicamente y también en el orden del pensamiento. Como decíamos, nos exige preparación, profundización en nuestro pensamiento, revisión de muchas cosas, tener fundamentos sólidos en aquello que vamos presentando.

Cuando hablamos de preparación podemos hablar de estudios, podemos hablar de profundización de nuestro propio pensamiento, podemos hablar de nuevas categorías académicas que van surgiendo, pero también nos podemos ir encontrando como diversos y distintos escalones en los que la misma población se va situando. Y es ahí donde aparecen títulos y reconocimientos que en un momento dado en ese orgullo de aquello que hacemos o que hemos conseguido nos puede llevar a subirnos en pedestales que nos alejan, en jaulas que nos encierran, en distanciamientos que nos creamos entre unos y otros.

Esos escalones de crecimiento intelectual, por llamarlo de alguna manera, que vamos consiguiendo en nuestro camino de preparación y profundización, ¿qué finalidad tiene?, podríamos preguntarnos. Todo siempre tendría que tener una función de servicio a esa comunidad a la que pertenecemos, porque esos respuestas que vamos encontrando, ese avance que vamos realizando tendría que ser siempre en función de ese servicio, función del bien de esa comunidad. Pero algunas veces tenemos la tendencia a encasquillarnos en nuestros saberes creando un aislamiento de cuanto nos rodea, y fundamentalmente creando un aislamiento de esos hermanos nuestros a los que estamos llamados a servir.

Hoy Jesús nos previene. El quiere un nuevo estilo de comunidad, un nuevo sentido de humanidad; un mundo en el que desterremos todo aquello que nos pueda distanciar y separar; un mundo de comunión en el que tenemos que saber caminar juntos aportando cada uno desde sus valores, desde sus cualidades y capacidades, un mundo donde nunca nos pongamos unos sobre otros, sino que sepamos caminar codo con codo; un mundo de sencillez donde desterremos los alardes que puedan crear distinciones entre nosotros, un mundo en que en verdad nos sintamos hermanos.

Puede parecer una utopía, pero es algo que podemos hacer realidad. No son sueños vanos, sino realidades que tenemos que crear; por eso nadie puede estar en un pedestal superior; un mundo donde desterremos categorías y jerarquías que nos quieran hacer depender los unos de los otros. Por eso, hoy claramente nos dice, fuera los títulos que crean esas distinciones. Ya en otro momento nos dirá que la verdadera grandeza está en el servicio, en poner a disposición de todos aquello que somos.

Nada de imponer sobre los demás lo que nosotros no seamos capaces de hacer. Nada de apariencias vanidosas en que nos llenemos de adornos que crean diferencias ni de títulos que nos suban a pedestales. Ni nos llamemos maestros, ni nos llamemos padres de nadie, porque todos somos hermanos y todos estamos haciendo el mismo camino. Nada de búsquedas de reverencias ni halagos, porque nos creamos más merecedores que los demás. Nada de reconocimientos honoríficos, sino todos caminos en la sencillez y en la humildad.

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