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domingo, 13 de marzo de 2022

Tenemos que entrar en la nube, entrar en esa sintonía, aislarnos de lo que está alrededor, olvidarnos quizás de nuestros afanes y agobios, tenemos que abrirnos a Dios

 


Tenemos que entrar en la nube, entrar en esa sintonía, aislarnos de lo que está alrededor, olvidarnos quizás de nuestros afanes y agobios, tenemos que abrirnos a Dios

Génesis 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Filipenses 3, 17 – 4, 1; Lucas 9, 28b-36

¡Qué bueno está esto!, habremos dicho en más de una ocasión. Un lugar agradable, una agradable compañía quizás, unos momentos de convivencia y de fiesta en que lo pasamos bien, alguna experiencia de algo sorprendente por lo inesperado  pero que dejó buena experiencia en nosotros. Lo expresamos en ese momento, o más tarde lo recordaremos y lo comentaremos con los amigos que tuvimos la misma experiencia, rememorando momentos, anécdotas, conversaciones, experiencias tenidas, recuerdos.

Experiencias humanas agradables que tenemos en la vida. Que desearíamos quizás que se repitieran, aunque nos parezca que ya no va a ser igual, porque lo inesperado siempre le añade un nuevo y distinto sabor. Pero quizás tendríamos que preguntarnos si así son nuestras experiencias religiosas. ¿Las recordamos a posteriori como algo irrepetible? Detrás de esta última pregunta pudieran surgir muchos interrogantes sobre nuestras celebraciones y experiencias religiosas.

Porque quizás muchas veces más que el recuerdo y el deseo de repetir dichas buenas experiencias se nos diluye o acaso sutilmente evitamos esas cosas. Nos habrá pasado a nosotros en la respuesta que hayamos dado a una invitación, o quizás ha sido lo que alguien nos ha respondido cuando le hemos invitado a alguna celebración, o a algún momento espiritual especial. ‘Cuánto me gustaría ir… a mi me gustan mucho esas cosas… pero es que ahora… tengo tantas cosas que hacer… no tengo tiempo… voy a ver si un día me libero de algunas de estas cosas y puedo asistir…’ Respuestas así - ¿disculpas o formas de escaquearnos? - habremos dado o nos han dado quizás.

Pero bueno, vayamos al evangelio. Ha motivado esta introducción la exclamación de Pedro y los discípulos ante lo que está sucediendo en la montaña. Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban disfrutando con la experiencia.

Habían sido especialmente escogidos por Jesús para llevarlos con El cuando se subió a aquella montaña alta para orar. A lo largo del evangelio san Lucas nos presentará a Jesús orando sobre todo en momentos importantes. Ahora van subiendo a Jerusalén y Jesús les está anunciando algo que a los discípulos les costará aceptar. Subían a Jerusalén para la Pascua y aquella Pascua iba a ser algo especial. El momento para Jesús humanamente también es difícil porque sabe a lo que se enfrenta. Pero por medio está la oración.

La oración, que hace sentir siempre de manera especial la presencia de Dios en la vida, en el camino, en las situaciones con las que vamos a enfrentarnos. Decimos muchas veces que pedimos ayuda, como diría Jesús también en oración de Getsemaní que pase de mí este cáliz, y Dios se hace presente. Es la experiencia del Tabor que hoy contemplamos en el evangelio. En ese momento de oración aparecen la Ley y los Profetas representados en las figuras de Moisés y Elías; es la búsqueda de lo que es la voluntad del Señor, es ese abrirnos a Dios para llenarnos de su presencia. Por eso allí en el Tabor se ven envueltos por la nube, envueltos por la presencia de Dios.


Entrar en la nube nos puede producir desazón, intranquilidad porque nos parece que no vamos a ver más allá, pero aquí es la nube de la presencia de Dios. Y Dios nos hará ver, Dios se hará escuchar allá en lo más hondo del corazón. Tenemos que entrar en la nube, tenemos que entrar en esa sintonía, tenemos que aislarnos de lo que está alrededor, tenemos que olvidarnos quizás de nuestros afanes y preocupaciones, tenemos que abrirnos a Dios. ‘Este es mi Hijo, el elegido, escuchadle’.

Es lo que queremos hacer. vamos a quitar nuestros miedos, nuestras dudas, nuestras incertidumbres, las elucubraciones que nos hacemos ante las situaciones que están por venir, nuestros sueños que algunas veces pueden volverse oscuros y por eso inquietantes. Vamos a dejarnos conducir. Escuchemos allá en lo hondo del corazón el susurro de la presencia de Dios. Presencia que se hace luz para nosotros, presencia que nos llena de fortaleza, presencia que nos quita nuestros miedos, presencia que nos impulsa a bajar de la montaña para ir de nuevo a la llanura de la vida donde tanto tenemos que hacer, presencia que nos impulsa a seguir caminando, a realizar nuestra subida a Jerusalén, nuestra subida a la Pascua, presencia que nos recuerda los resplandores de la resurrección. Y es que a ese Jesús le vemos transfigurado con resplandores de resurrección y eso para nosotros tiene que convertirse en esperanza.

Vivamos con intensidad estos momentos en este camino cuaresmal, y en esta cuaresma concreta que ahora estamos viviendo. Sigamos haciendo el camino llenos de esperanza. Sigamos poniendo toda nuestra confianza en el Señor. Subamos a la montaña con El que a eso nos está invitando. No busquemos disculpas. Que podamos decir al final ‘¡Qué bueno es estar aquí!’

 

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