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viernes, 18 de marzo de 2022

Como perfume, como luz o como sal hemos de expandirnos por el mundo con los dones que Dios ha puesto en nuestras manos y de los que somos administradores

 


Como perfume, como luz o como sal hemos de expandirnos por el mundo con los dones que Dios ha puesto en nuestras manos y de los que somos administradores

Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Sal 104; Mateo 21, 33-43, 45-46

Malo es sentirse dueño de algo de lo que solo soy un administrador. Quien administra algo que se le ha confiado ha de saber actuar con responsabilidad en su función, pero siempre conciente de cual es su papel, del que un día le han de pedir cuentas, pues solo es un servicio que presta – es cierto con su remuneración y sus beneficios – en ese encargo que le han confiado. Mal podríamos pensar de un administrador que se cree dueño para hacer y para deshacer, para buscar solo sus propios beneficios y no ser consciente de la función que allí desempeña. No podemos apoderarnos cual presas de rapiña de aquello que no es nuestro, aunque en nuestras manos esté, pero de lo que solo somos unos administradores que hemos de conseguir los mejores beneficios para quien en verdad es el propietario.

Con este sentido nos propone Jesús algunas parábolas, como la de aquel administrador injusto, aunque fuera muy sagaz en sus manejos. Hoy nos propone Jesús esta parábola de la viña y los viñadores que no rinden cuentas, sino lo que es peor tratarán de apoderarse de aquella viña.

Es cierto que en una primera lectura de la parábola y dada la situación en la que Jesús la propuso está haciendo como un repaso a la historia de Israel. Son el pueblo de Dios, la viña preferida del Señor, como ya aparece incluso en los profetas del Antiguo Testamento. Ahí está toda la historia del amor de Dios por su pueblo, al que había elegido en Abrahán y al que un día liberará de la esclavitud de Egipto conduciéndolo en medio de obras portentosas a través del desierto hasta la tierra que les había prometido.

Aquello que Moisés en el Deuteronomio les había advertido pronto lo olvidaron. Cuando lleguen a aquella tierra que Dios les va a dar y comiencen a comer del fruto de aquella tierra, que no olviden al Señor su Dios que un día los había liberado de Egipto, les había hecho cruzar el mar Roja y los había llevado a la tierra prometida. No te olvides del Señor, tu Dios, les había advertido Moisés. Pero bien sabemos la historia de altos y bajos que fueron recorriendo, olvidándose de la Alianza que habían hecho en el Sinaí y no dando los frutos que Dios esperaba de ellos.

Nos lo refleja la parábola, como el final o el momento culminante de aquella historia cuando Dios les envía a su propio Hijo. ¿Qué estaban haciendo ahora con Jesús? ¿Merecían ellos aquellos dones de Dios dada la respuesta que estaban dando? ¿Habían sido buenos administradores de los dones de Dios?

Pero hoy que nosotros estamos escuchando esta Palabra de Dios no nos quedamos en recordar historias antiguas, o la referencia a la respuesta o no que otros hayan dado, sino que tenemos que ver nuestra propia historia, nuestra propia vida. ¿Cómo respondemos a los dones de Dios?

Pensamos en el don de la vida que Dios nos ha regalado, ¿somos capaces cada día de dar gracias a Dios por ese don tan maravilloso que es nuestra propia vida? Somos administradores de ese don de Dios en nosotros. Hay quien puede pensar que puede hacer de su vida lo que quiere porque es su propia vida, pero un creyente no puede pensar de esa manera. esa riqueza que hay en nosotros, en nuestra vida con sus dones y cualidades, no es solo para nosotros mismos sino que vivimos en un mundo en el que tenemos que ser buena semilla que alegre con las flores de sus valores al mundo que le rodea pero que también dé sus frutos.

Pensamos en la vida, pero pensamos en la riqueza de nuestra fe, semilla que Dios ha plantado en nuestro corazón. Con ella hemos de saber perfumar nuestro mundo porque con ella descubrimos un nuevo sentido, un nuevo valor a cuanto hacemos y cuanto vivimos. No nos la podemos guardar para nosotros mismos; es algo de lo que hemos de saber contagiar a los que nos rodean, con ella hemos de saber ser luz para los demás, con ella tenemos que ser sal para nuestra tierra.

Como el perfume que se expande embriagando a cuantos lo reciben, como la luz que con sus resplandores ilumina cuanto hay en su entorno, como la sal que da buen sabor a aquello que es nuestro alimento despertando el apetito de lo mejor, así tenemos que ser en medio de nuestro mundo. No nos podemos guardar los frutos de esa viña para nosotros solos porque se nos han confiado para que beneficiemos a los demás haciendo un mundo nuevo. ¿Sabremos ser buenos administradores de esos dones que Dios nos ha confiado?

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