Nunca faltará su recuerdo y su fama vivirá por generaciones
San Isidoro de Sevilla
Eclesiástico, 39, 8-14; Sal. 36; Mt. 5, 13-16
‘Nunca faltará su
recuerdo y su fama vivirá por generaciones…’ Así se expresaba el libro del Eclesiástico haciendo el
elogio del hombre sabio. ‘Los pueblos
contarán su sabiduría y la asamblea anunciará su palabra’, terminaba
diciendo el texto hoy proclamado. Habla del que está lleno de la sabiduría del
Señor, del hombre justo que se deja llenar de Dios y en Dios adquiere la
comprensión y la sabiduría de todas las cosas. Como recitamos en el salmo ‘la boda del justo expone la sabiduría, su
lengua explica el derecho; porque lleva en el corazón la ley del Señor y sus
pasos no vacilan’.
La liturgia ha querido ofrecernos este hermoso y bello
texto al celebrar en este día la fiesta de san Isidoro de Sevilla, un hombre
sabio como pocos hubo en su tiempo que abarcaba en sus obras todas las facetas
del saber y que fue una lumbrera que influyó en gran manera en toda la Edad
Media.
Un hombre sabio pero un hombre santo que además formaba
parte de una familia de santos pues son cuatro hermanos en los que la iglesia
reconoce su santidad. Un santo Obispo de gran influencia en la Iglesia de
España de su tiempo preocupado por la formación del pueblo y promotor de numerosos
sínodos y concilios para mantener viva la fe del pueblo cristiano.
En san Isidoro podemos destacar cómo no estaba reñida
la ciencia y la fe como supo conjuntarlo él en su propia vida. Como decíamos de
él en la oración litúrgica ‘obispo y
doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber’
para que aprendamos a hacer ‘una búsqueda
atenta y una aceptación generosa de tu eterna verdad’.
Queremos buscar el camino que nos lleve a esa sabiduría
y a esa eterna verdad, y no podemos buscar otro camino que Jesús. ‘Yo soy el camino y la verdad y la vida’,
nos dirá El en el evangelio. Por eso acudimos a Jesús, y de El queremos
aprender esa Sabiduría divina porque es el que puede en verdad revelarnos la
verdad de Dios. Nos revela y nos descubre la verdad y lo que es la verdadera
vida. De Jesús queremos dejarnos enseñar, a su Palabra acudimos porque es quien
nos lleva a Dios, nos llena de la luz de Dios, nos descubre a Dios, nos hace
vivir a Dios.
En el evangelio que hoy hemos escuchado nos dice que
nosotros tenemos que ser sal de la tierra y ser luz del mundo. Pero ese sabor,
esa sabiduría, y esa luz no la tenemos por nosotros mismos, sino que la tomamos
de Dios. Es la sabiduría de Dios; es la luz de Jesús. De El nos iluminamos y de
El aprendemos la Verdad eterna.
Pero nos dice:
‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo’. Y la
sal no puede perder su sabor; si pierde su sabor ¿para qué nos sirve? La luz no
puede dejar de alumbrar, no se puede ocultar. Si escondemos la luz, ¿a quién va
a alumbrar? No tendría sentido.
¡Qué lástima la vida de los cristianos que no iluminan!
¡Qué triste cuando no sabemos trasmitir el sabor de Dios a los demás porque
somos insípidos, porque no nos hemos llenado lo suficiente de la sabiduría del
evangelio! Tenemos que saber dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza.
Tenemos que saber sentirnos fuertes y seguros en el Señor. Fuera de nosotros
las dudas y las inseguridades. Lejos de nuestra vida todo lo que suene a oscuridad. Por eso tendríamos
que tener ansias más y más de formarnos, de conocer de verdad lo que es nuestra
fe cristiana. ¡Qué tristeza y qué lástima de los que se encierran en si mismos
y no quieren aprender!
Algunas veces parecemos analfabetos en el orden de la
fe. Viene cualquier viento de errores y nos arrastran. Preocupémonos de
formarnos más y más como cristianos para sentirnos fuertes frente a quienes se
puedan oponer a nuestra fe, a nuestra manera de vivir. El camino de santidad
que hemos de recorrer tiene que pasar también por ese camino de la formación en
nuestra fe. La celebración de la fiesta de san Isidoro y gran santo y un gran
sabio a eso tendría que impulsarnos.
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