Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación
1Pedro 5, 5b-14; Salmo 88; Marcos 16, 15-20
Qué reconfortante es el llevar una buena noticia a quien la está esperando con ansiedad; parece como si en la vida fuéramos más portadores de malas noticias que de buenas; sucede cualquier accidente y la noticia corre como reguero de pólvora, pronto todos tienen noticia de ello; hay algo que le hace daño a alguien que quizás, por los motivos que sea, no nos cae bien, y qué pronto estamos para comentarlo, para hacer que todos se enteren, para hacer leña del árbol caído. Y parece que las buenas noticias, o las noticias de cosas buenas no tienen tanto eco, porque además parece como que nos gustara meter las narices en la basura y si podemos expandir su desagradable olor.
Pero nosotros estamos llamados a dar buenas noticias; estamos obligados y sería lo más reconfortante que podríamos hacer. Y es que este mundo en el que vivimos necesita de buenas noticias; todo es hablar de guerras y de muertes, de violencias y de corrupciones, de noticias de cosas desagradables y de calamidades de la naturaleza. Pero es que detrás de todo eso contemplamos un mundo de angustias y desesperanzas, un mundo de tristezas, sufrimientos y agobios, un mundo que se vuelve insolidario e injusto porque quizás desde la situación en que vive lo que hace es encerrarse en sí mismo algunas veces parece que como autodefensa, un mundo que parece que ha perdido la ilusión y lo ve todo turbio y oscuro.
Es un mundo que necesitaría una buena noticia, que todo eso puede cambiar, que en verdad podemos hacer un mundo nuevo, que puede renacer de nuevo la esperanza en los corazones, que podemos recuperar la alegría de la vida, que podemos hacer que las cosas sean distintas, que alguien ha venido a romper esa inercia de la vida donde nos vamos dejando arrastrar, pero que ahora podemos hacer las cosas de otra manera, que ese mal ha sido vencido y que la muerte no tiene el dominio de la victoria.
Es lo que nosotros los cristianos tenemos que transmitir, es la buena noticia que nosotros tenemos que dar cuando hablamos de Jesús, cuando hablamos del evangelio, o sea esa Buena nueva de Jesús que instaura un mundo nuevo, un reino nuevo que es el Reino de Dios. En verdad, nos decimos creyentes, pero ¿realmente creemos en esa Buena Noticia que tendríamos que dar? Porque si lo ponemos en duda, tengamos en cuenta que estamos poniendo en duda nuestra fe, porque estamos poniendo en duda el Evangelio de Jesús. Es muy serio esto que estoy diciendo y es algo que tendríamos que planteárnoslo de verdad desde lo más hondo de nosotros mismos. ¿Nos llamamos o no cristianos?
Hoy estamos, en medio de este camino pascual, celebrando la fiesta de san Marcos, evangelista. Efectivamente esa fue su misión, el anuncio del Evangelio. No solo porque nos haya trasmitido ese texto que llamamos precisamente el evangelio de san Marcos y por eso lo llamamos evangelista. Fijémonos en el comienzo y en el final de este evangelio de san Marcos. Comienza diciéndonos que nos va a trasmitir una buena noticia. Esas son sus primeras palabras, ‘comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios’. Con ello nos lo está diciendo todo. Luego en esos diez y seis capítulos nos lo irá describiendo. Pero, ¿cómo termina? Con el mandato de Jesús. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación… y ellos fueron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’.
¿No es, pues, una buena noticia la que nosotros tenemos que llevar a todo el mundo, ese mundo que hemos descrito anteriormente con sus angustias, sus sufrimientos, sus desesperanzas? La buena noticia de algo bueno tenemos que comunicar, tenemos que trasmitir. Es la urgencia que tenemos que sentir en el corazón. ‘¡Ay de mí si no evangelizara!’ que decía el apóstol san Pablo.
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