Despertemos
para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una
luz que tiene que iluminar
1Corintios 2, 1-10; Salmo 118; Mateo 5,
13-16
Se me ocurre pensar que la luz no es
para si misma, sino que tiene la función de alumbrar a los demás, o iluminar el
entorno que la rodea. La luz en si misma no la podemos guardar, meter en un
armario para luego utilizarla cuando queramos; podremos guardar la energía, o
aquellas cosas que nos puedan producir luz, pero no la luz en si misma. Allí donde
hay luz todo se ilumina, allí donde hay luz nosotros podremos movernos y
caminar, como podremos contemplar cuanto nos rodea y en consecuencia la belleza
de nuestro entorno. La luz, entonces, nos hace vivir, nos ayuda a vivir.
Se me ocurren estos pensamientos
previos ante el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla de la luz y de la
luz que tiene que iluminar, de la luz que nosotros hemos de ser con la que
tenemos que iluminar. Será una luz que se enciende en nosotros, pero es una luz
que nosotros recibimos. En fin de cuentas se nos está hablando del evangelio,
de nuestro encuentro con Jesús y de cómo en El nos sentimos iluminados para
nosotros transformarnos en luz, convertirnos en luz con la que tenemos que
seguir iluminando a los demás.
A lo largo del evangelio es una imagen
que se repite. Jesús es esa luz que viene a iluminar el mundo, por eso cuando Jesús
comenzó a predicar, anunciando la llegada del Reino de Dios, por Galilea, el
evangelista recordará aquel pasaje de los profetas que nos habla de que el
pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte se iluminó con una luz
nueva. Es lo que significó la presencia de Jesús; es lo que con signos Jesús
nos va expresando cuando va devolviendo la vista a los ciegos y despertando a
una nueva vida y a una nueva esperanza a aquel pueblo que habitaba en
tinieblas. Es lo que significa nuestro encuentro con Jesús; es lo que significa
esa fe que ponemos en El.
Con Jesús la vida adquiere un nuevo
sentido y valor; es una nueva sabiduría que inunda nuestra vida, es una nueva
forma de vivir y de actuar. No nos faltarán los problemas y las dificultades,
seguiremos con nuestras dudas y nuestros tropiezos, los problemas del mundo que
nos rodea son los mismos, pero tenemos una nueva forma de afrontarlos, una nueva
forma de caminar, una fuerza para superar obstáculos y dificultades, para
vencer el mal que nos tienta, para caminar en una nueva rectitud, para comenzar
a tener una mirada distinta a cuantos nos rodean, para caminar con la fuerza
del amor.
Pero, como decíamos, esa luz no es para
guardarla para nosotros sino esa luz es para repartirla. Es lo que nos está
pidiendo Jesús cuando nos dice que somos luz del mundo y sal de la tierra. Y
nos dice que la luz no es para guardarla metida en un cajón, sino para ponerla
en alto e ilumine todo alrededor. Nos dice que somos sal, pero la sal es para
preservar y para dar sabor; no nos vale tener guardada la sal en el armario si
no la utilizamos para darle sabor a la comida o para preservar de la
podredumbre lo que queramos guardar.
‘Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para
tirarla fuera y que la pise la gente’.
Como nos seguirá diciendo también, ‘vosotros sois la luz del mundo. No se
puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una
lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y
que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielos’.
Ahí está nuestra tarea y nuestra
misión. No podemos ocultar la luz, no podemos dejar que se eche a perder la
sal. Tienen que cumplir su función. Tenemos que cumplir nuestra función, de la
que no podemos escaquearnos. ‘No podemos ocultar una ciudad puesta en lo
alto de un monte’. Y eso tenemos que ser nosotros. Es la acogida, y de ahí
la imagen de la ciudad, pero es también la salida de nosotros mismos para ir al
encuentro con los demás llevando nuestra luz.
¿Qué estaremos haciendo con nuestra
luz? ¿Qué estamos haciendo con esa fe que decimos que tenemos en Jesús? ¿Qué
estamos haciendo con el Evangelio, la buena noticia que tenemos que llevar a
los demás? Hacen falta testigos. No nos
quejemos de lo mal que anda la vida, de lo mal que anda nuestro mundo. Eso es
una cosa fácil de hacer, quejarnos. Pensemos qué luz le estamos llevando
nosotros desde nuestra fe al mundo que nos rodea. No nos escondamos. Salgamos a
la periferia de nuestro mundo a llevar el evangelio. Es el testimonio de
nuestra vida de creyentes que con valentía tenemos que ofrecer a los que nos
rodean y que no siempre hacemos. Despertemos para que el mundo tenga luz y
tenga vida.
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