Vaciemos
nuestra mente de ideas preconcebidas y tengamos un corazón disponible para
seguir la senda que el Espíritu nos traza para nosotros hoy
Hechos de los apóstoles 11, 19-26; Salmo 86;
Juan 10, 22-30
¿Creemos o no creemos? A veces también
nos llenamos de dudas. ¿Será cierto todo lo que nos dicen? ¿Estaré equivocado
en esto de llamarme cristiano, de ser seguidor y discípulo de Jesús? ¿Por qué
tengo que creer en la Iglesia? Y así van surgiendo una lista grande de
preguntas, de interrogantes que nos hacemos por dentro, aunque no siempre
manifestemos esas inquietudes que llevamos dentro, aunque en ocasiones tratemos
de adormecer esas inquietudes y preguntas, para no complicarnos la vida, porque
nos contentamos con lo que siempre ha sido así. Porque no queremos dudar,
porque entonces a donde vamos a ir.
No nos asustemos. Algunas veces no nos
gusta pensar en estas cosas, entrar en esos planteamientos, preferimos dejarnos
arrastrar por algo que al final se nos ha convertido poco menos que en una
rutina de la vida; pero es que ponernos a pensar es un quebradero de cabeza,
ponernos a pensar quizás nos despierte algo en nuestro interior y nos damos
cuenta de que hay cosas que cambiar, ponernos a pensar a lo mejor nos va a
llevar a otros compromisos que no siempre estamos dispuestos a asumir. Y de todos esos interrogantes o inquietudes,
quizás alguna vez sacamos a nivel de la luz algunas cosas, pero un poco nos
quedamos ahí, podíamos decir, detrás y ya iremos dando los pasos que nos
arrastren los que están a nuestro lado o cerca de nosotros, pero por nosotros
mismos hacemos poco por salir de esa modorra. Pero sabemos que las cosas hay
que plantearlas y plantearlas crudamente para
poder encontrarnos con la luz.
Hoy el evangelio nos habla de la
inquietud de algunos que se reúnen en torno a El en Jerusalén. Han subido,
viniendo de todas partes, para celebrar alguna de aquellas fiestas que van celebrando
a través del año además de la Pascua. Algunos conocerán a Jesús, sobre todo si
son de Galilea, porque es allí donde Jesús ha realizado mayor actividad
recorriendo pueblos y ciudades; si son del entorno de Jerusalén y de la región
de Judea lo conocerán menos, aunque de oídas las noticias han corrido y habrán
tenido algún conocimiento de Jesús. ¿Será este el Mesías? Se preguntan cuando
oyen hablar de sus enseñanzas con autoridad, cuando escuchan de los milagros y
de los signos que hacía. Y la pregunta se la trasmiten a Jesús. No nos tengan
aquí en dudas para siempre, dínoslo claramente, ‘tú, ¿quién eres? ¿Eres el
Mesías?’
Me conocéis y no me conocéis, viene a
decirles Jesús. Sabéis cosas de mí, pero aun no habéis captado cual es mi
verdadera misión. Fijaos en los signos que realizo, fijaos en las obras que
hago; el árbol se conoce por sus frutos. El Mesías de Dios lo reconoceréis si
os dejáis conducir por el Padre, si abrís vuestro corazón a Dios, para
descubrir la obra de Dios en lo que realizo. Tenéis que ser ovejas de mi
rebaño, porque son las que saben lo que yo hago por ellas.
¿Nos dejaremos nosotros conducir por el
Espíritu de Dios? Es quien nos habla en los corazones, quien nos descubre y
revela las obras de Dios y lo que es su voluntad. Vemos también tantas cosas a
nuestro alrededor y no sabemos discernir las obras de Dios. Quizás nos hemos
hecho una idea, tenemos una manera de pensar, queremos quizás que sea Dios el
que se acomode a lo que nosotros queremos, pero no dejamos que su sabiduría se
derrame sobre nosotros.
Ha sido quizás algo que hemos ido
construyendo en nuestra vida con el paso de los años, con el paso de los siglos
quizás en referencia lo que en si misma es la Iglesia. Y tenemos el peligro y
la tentación de hacernos un evangelio a nuestra manera, conforme a lo que son
nuestras exigencias o lo que imaginamos que tendría que ser nuestro mundo; pero
hemos ido por una pendiente resbaladiza y en algunas cosas podemos estar bien
lejos del verdadero evangelio de Jesús.
Tenemos que sabernos detener, vaciar
nuestra mente de ideas preconcebidas, para que nuestro corazón se siempre
liberado de tantas predisposiciones que nos hemos ido creando y ahora solo haya
disponibilidad para Dios. Nos cuesta arrancarnos. Nos cuesta ese camino de
conversión que cada día hemos de ir realizando. Cerremos los ojos para no
seguir contemplando esos caminos erróneos que podemos tomar y que sea el
Espíritu del Señor el que nos trace esas nuevas sendas. Cuando nos encontramos
con Jesús de forma auténtica algo nuevo tiene que brotar en nuestro corazón.
¿Estaremos dispuestos?
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