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sábado, 11 de mayo de 2019

Reafirmamos nuestra fe en Jesús para seguir poniendo luz en medio de las sombras y tener la esperanza de una vida nueva que en Jesús podemos encontrar



Reafirmamos nuestra fe en Jesús para seguir poniendo luz en medio de las sombras y tener la esperanza de una vida nueva que en Jesús podemos encontrar

Hechos 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69
El contemplar a nuestro alrededor respuestas y actitudes negativas algunas veces nos puede llenar también de desaliento y perder el ánimo en aquella tarea que hemos emprendido, pero de la que quizás vemos como muchos desertan. Las actitudes de los demás nos contagian y necesitamos una gran fortaleza interior para no dejarnos influenciar por lo negativo y mantener firme el ritmo en nuestra línea de actuación.
Nos sucede con la visión pesimista que palpamos en muchos acerca de la vida o de los acontecimientos de nuestra sociedad. Hay gente que lo ve siempre todo negro y eso nos puede contagiar. Ante los problemas que se nos van presentando en la vida hay quien pronto quiere escaparse y huir y no tiene la fuerza de voluntad para ver lo positivo que podemos encontrar en medio de tantas sombras o lo positivo que nosotros podemos poner de nuestra parte. Es el conjunto de la vida social y política, por ejemplo, que nos rodea y de donde tenemos la tentación de huir, y nos falta la clarividencia necesaria para tener iniciativas positivas de creación de lo bueno y de construcción en positivo.
Nos sucede en nuestro ámbito eclesial también donde hay quien quiere resaltar siempre las sombras, pero quienes resaltan las sombras no son capaces de poner luz, poner coraje y empeño por su parte dejándose guiar por la fuerza del Espíritu para que también nuestra Iglesia sea mejor. No es con visiones negativas, no es con condenas, sino desde el amor y la misericordia como tenemos que construir y como tenemos que trasmitir nuestra fe.
Me surge toda esta reflexión en la que quiero también encontrar luz para esas cosas que vivimos, que suceden en nuestro entorno, que nos señalan situaciones muy concretas de nuestra vida, a partir de lo que hoy escuchamos en el evangelio en este final del discurso, por llamarlo de alguna manera, de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún cuando les habla de comer su cuerpo y beber su sangre para tener vida eterna. La gente reacciona negativamente ante las palabras de Jesús porque no terminan de entenderle. Jesús es consciente de ello y de lo que puede influir en los discípulos más cercanos. ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ Se notaba quizá el desaliento cuanto tanto amaban a Jesús; se notaba la desazón al ver como la gente que ayer le aclamaba en el descampado porque les había dado pan en abundancia, ahora lo abandonan y ya no quieren seguir a Jesús.
El desaliento que quizá nos entra muchas veces a las personas de Iglesia, a los que estamos más implicados en la tarea pastoral de la Iglesia, cuando vemos que quizá nuestros esfuerzos parece que no dan fruto. Cuantas veces nos entran dudas en nuestro interior sobre si lo que estamos haciendo merece la pena o es lo más adecuado. Nos cuesta aceptar y respetar la libertad de los demás y esto nos llena por otra parte de desánimo. Como los padres que no ven en los hijos el fruto de tantos esfuerzos y de tantas luchas. Pero creo que tiene que encenderse necesariamente dentro de nosotros la luz de la esperanza.
Nos queda una respuesta, la de Pedro, cuando todos dudaban.Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. Reafirmamos nuestra fe en Jesús. Sí, es nuestro alimento y nuestra sabiduría, es nuestra vida, lo es todo para nosotros. Y manifestamos nuestra fe, y nos mantenemos firmes en ella a pesar de los desánimos que puedan producir los demás en nosotros.

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