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domingo, 12 de mayo de 2019

Es necesario hacer un silencio contemplativo en medio de tantos ruidos para escuchar de verdad y sintonizar de forma auténtica con lo que el Señor nos transmite



Es necesario hacer un silencio contemplativo en medio de tantos ruidos para escuchar de verdad y sintonizar de forma auténtica con lo que el Señor nos transmite

Hechos 13, 14. 43–52; Sal 99;  Apocalipsis 7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30
‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna’. Escuchar, conocer, seguir, vida eterna. Todo un proceso necesario. Son importantes cada uno de los pasos.
Es importante escuchar. No siempre es fácil. En medio de los ruidos no escuchamos, es una confusión de sonidos, de palabras, de ruidos que nos impiden escuchar de verdad y lo que es importante. No solo es tener silencio sino hacer silencio porque escuchar en cierto modo es como entrar en contemplación; es como entrar en una sintonía donde para captar la verdadera necesitamos prescindir, dejar de lado otras que nos confunden. La escucha ya en cierto modo es como un diálogo, entrar en comunicación porque nosotros hemos de querer escuchar, es poner nuestro corazón en sintonía. Y como decíamos no es fácil.
Hacemos muchas veces diálogo de sordos porque hablamos y no escuchamos porque ya vamos con nuestras ideas preconcebidas y si no escuchamos no hay verdadera comunicación. No son muchas veces los ruidos externos sino los ruidos que nos hemos creado dentro de nosotros con nuestros prejuicios o nuestras ideas preconcebidas, con nuestro yo y nuestro orgullos o con las vanidades de las que nos hemos rodeado que nos crearan a la larga un mundo irreal.
Aunque decimos que vivimos en la era de la comunicación, sin embargo vivimos en muchas soledades incomunicados muchas veces con los que están más cerca de nosotros. Los medios de los que disponemos hoy para comunicarnos nos pueden llevar a mundos irreales, porque no son los que auténticamente tendríamos que vivir. Soñamos con el que está lejos, pero no escuchamos al que está a nuestro lado y fácilmente nos llenamos de fantasías. No es necesario recordar la foto de aquellos que están sentados en un mismo lugar o alrededor de una misma mesa, pero cada uno tiene su smartphone en su mano atendiendo a las voces o llamadas que vienen de lejos, pero que no prestan atención ni tienen una palabra para quien entra o sale a su lado.
Comenzábamos nuestra reflexión recordando las palabras de Jesús. ‘Mis ovejas escuchan mi voz’. Es aquí donde tenemos que comenzar a preguntarnos si realmente escuchamos la voz del Señor o cuáles son realmente las cosas que nos gusta escuchar y a las que prestamos verdadera atención. Y aunque decimos que escuchamos o que nosotros creemos en Jesús como el que más, realmente nos resulta cansino porque ya nos lo sabemos o no prestamos verdadera atención a la escucha del Evangelio.
Os pido que con sinceridad nos preguntemos al terminar la proclamación de la Palabra de Dios en una celebración qué cosas son las que recordamos de aquello que en ese mismo momento acabamos de oír; o analicemos por donde ha andado nuestra imaginación y nuestro pensamiento mientras se hacían las lecturas. Y no digamos qué es lo que recordamos cuando al finalizar la celebración salimos del templo y volvemos a nuestros quehaceres. ¿Podríamos contarles a nuestros familiares o a nuestros amigos de qué iba el evangelio aquel domingo? Y, repito, no es ya que nos dé vergüenza hablar de ello, sino que realmente muchas veces no lo recordamos.
Y eso nos pasa a todos. Creo que es necesario que nos tomemos en serio ese prestar atención a lo que el Señor quiere decirnos y de forma concreta cada vez que acudimos a escuchar su Palabra. Es necesario como decíamos antes hacer ese silencio contemplativo para escuchar de verdad, para sintonizar de forma auténtica con lo que el Señor nos transmite.
No nos dejemos contagiar por ese mundo en el que vivimos donde nos creamos tantas sorderas, donde a pesar de ser la era de la comunicación con tantos avances en este sentido sin embargo vivimos tan incomunicados y nos llenamos de tantas soledades. Porque es necesario abrirnos a los demás, escuchar a los que están a nuestro lado, escuchar el gemido de nuestro mundo que se manifiesta a través de los problemas de nuestra sociedad, pero sobre todo a través del sufrimiento de tantos.
La voz del Señor nos llega a través de ellos, de esos acontecimientos, de esos sufrimientos de nuestros hermanos. Y es que a ellos tenemos que dar respuesta, hacerles saber que Dios nos escucha y nos ofrece una palabra de vida, una palabra de esperanza, una palabra de salvación. Y el testimonio de nuestra vida ha de ser esa respuesta.
Queremos conocer al Señor y seguirle. Queremos en verdad llenarnos de su vida, pero tenemos que saber escucharle. Que no falte en nuestra vida esa sintonía de Dios. Además vamos a escuchar claramente la misión que quiere confiarnos, porque no podemos estar cruzados de brazos ni en la Iglesia ni en medio de nuestro mundo.

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