Aprendamos a gozarnos de la luz del evangelio, que es la luz
de Jesús, la luz que nos llena de plenitud
Hechos 12, 24-13, 5; Sal 66; Juan 12, 44-50
‘Yo he
venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas’. Es un pensamiento y un mensaje
repetido en el evangelio, sobre todo en el evangelio de san Juan. Las cosas
muchas veces repetidas tenemos el peligro que al final nos acostumbremos y no
lleguemos a sacarle todo el jugo que se merecen. Pero si se nos repiten es por
la importancia del mensaje en el que tenemos que reflexionar y ahondar para
hacerlo vida de nuestra vida.
Nuestra fe
en Jesús nos abre a la verdadera luz de nuestra vida. Nuestra fe en Jesús no es
solamente admitir su existencia que pudiera quedársenos lejos en la distancia
de tiempo o de la inmensidad del misterio. Nuestra fe en Jesús ha de ser
comprender todo el sentido de su vida y todo el sentido y valor que da a
nuestra vida. No es algo que podamos mirar como a distancia, sino que hemos de
reflejarlo en lo que es nuestra vida, nuestro actuar, nuestras actitudes, en
esos valores que van a darle sentido y profundidad a nuestra vida.
Nos
encontramos nosotros en ocasiones, y contemplamos como sucede a tantos a
nuestro alrededor que se vive como en una desorientación, como quien no
encuentra camino, quien no sabe cómo actuar. No es ya el hacer una cosa u otra,
sino encontrar aquello que da sentido y valor a lo que vivimos y a lo que
hacemos. Es un caminar a oscuras y así nos sentiremos al final vacíos.
Hemos de
saber encontrar lo que da profundidad a nuestra vida. Saber hacia donde
caminamos, tener metas, poner ideales en nuestro corazón, darle una
trascendencia a nuestro vivir, para que no se nos acabe todo un día cuando
llegue la muerte. En el corazón del hombre hay siempre unas ansias de plenitud.
Hemos de saber encontrar eso que de plenitud a nuestro corazón.
Quienes
creemos en Jesús lo hacemos porque todo eso lo encontramos en El. Por eso
decimos que es nuestra luz. El nos dice por otra parte que es la Verdad y quien
encuentra esa verdad de Cristo encuentra la verdadera sabiduría de su vida. Por
eso necesitamos ir una y otra vez al evangelio, escuchar una y otra vez su
palabra, sentirlas como nuevas en nosotros cada vez que las escuchamos. El
evangelio tiene que ser siempre novedad para nosotros.
Por eso
hemos de aprender a saborearlo. Como una comida que nos gusta y que nos agrada,
no simplemente nos la tragamos de forma glotona, sino que la saboreamos y así
disfrutamos con aquello que comemos. Así hemos de hacer con el evangelio,
saborearlo, paladearlo, rumiarlo, meditarlo gozándonos en la buena noticia que
es siempre para nosotros.
Cuando nos
dejamos conducir por el evangelio encontraremos los valores más hondos para
nuestra vida. Cuando seguimos el evangelio no nos encontraremos en tinieblas
sino que siempre nos llenaremos de luz. Aprendamos a gozarnos de la luz del
evangelio, que es la luz de Jesús, la luz que nos llena de plenitud.
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