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viernes, 17 de mayo de 2019

Si ponemos toda nuestra fe en Jesús nuestros agobios y tristezas, nuestra falta de paz no tiene sentido


Si ponemos toda nuestra fe en Jesús nuestros agobios y tristezas, nuestra falta de paz no tiene sentido

Hechos 13, 26-33; Sal 2; Juan 14, 1-6
Hay ocasiones en que nos sentimos preocupados y nerviosos por situaciones que esperamos y a las que tenemos que enfrentarnos y esa intranquilidad nos hace perder la paz y la serenidad y nos hace estar sin estar porque andamos como ausentes en la incertidumbre en que vivimos. Serán acontecimientos anunciados que nos hacen interrogarnos sobre como vamos a enfrentarnos a ellos, o serán situaciones que vivimos en el momento que nos preocupan y nos agobian y que se nos hace duro quizá vivirlas, o serán cosas que nos sorprenden, sorpresas que nos da la vida y que en ese sobresalto nos quedamos como con los pies en el aire sin saber en qué apoyarnos o a donde nos llevarán esas situaciones.
Son momentos que se nos hacen difíciles, que nos crean desorientación, que nos pueden producir incluso angustia, pero que tenemos que afrontar con madurez, aunque la madurez la iremos adquiriendo en la medida en que vayamos sorteando todas esas situaciones y que con su solución nos dan madurez y ecuanimidad para vivir las cosas de otra manera.
A ponerme a pensar en situaciones o momentos que se nos describen en el evangelio de la reacción o las posturas de los discípulos de Jesús o de las que gentes que le siguen o que en otros momentos se enfrentan con Jesús, me gusta hacer como comparación con situaciones similares por las que podamos estar nosotros pasando y que con la luz del evangelio aprenderemos nosotros a afrontarlas con verdadera madurez cristiana desde nuestra fe y lo que nos enseña el propio evangelio.
Los discípulos de Jesús y en este caso los más cercanos, los apóstoles, están pasando por una situación similar en la última cena. Hay incertidumbres y dudas en sus corazones, presienten que algo va a suceder porque no terminan de entender las palabras y los gestos que Jesús va teniendo con ellos, aunque claramente ha hablado Jesús. Todo aquello suena a despedida y las despedidas son tristes y son amargas porque nos llenan de dolor el corazón e intuyen que lo que le va a pasar a Jesús va a ser algo doloroso. Están intranquilos y podemos decir que no las tienen todas consigo, que les falta paz en su corazón.
De ahí las palabras de Jesús. Que no pierdan la calma, que la paz no falte en sus corazones, que lleguen a entender, a comprender todo lo que les ha anunciado y que va a suceder. Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí’Y les habla que las despedidas no son definitivas porque El volverá para llevarlos consigo porque quiere tenerlos para siempre a su lado. Y habla de las estancias del reino de los cielos, de cómo han de estar junto a Dios para siempre, porque El les prepara sitio. Pero como dicen, no saben a donde va, y no saben el camino. Siguen sin entender a pesar de todo lo que Jesús les ha dicho y enseñado. ‘Volveré y os llevaré conmigo’, les dice.
Y es cuando les dice algo hermoso, porque nos está abriendo los horizontes, nos está abriendo ante nosotros camino de plenitud. ‘A donde yo voy ya sabéis el camino’, les dice. A las preguntas de los discípulos sobre el camino y a donde han de ir ellos también, les responde y en cierto modo les recrimina. Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’, le dice unos de los discípulos.  ‘Jesús le responde: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí’.
No tenemos otra cosa que hacer. Vivir a Jesús, porque eso es seguir el camino, porque eso es vivir la plenitud de la verdad y de la vida. Así tenemos paz porque tenemos a Jesús para siempre en nuestro corazón. Nuestros agobios y tristezas, nuestra falta de paz en tantas ocasiones ¿no será porque no hemos puesto toda nuestra fe y toda nuestra vida en Jesús?

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