Jesús el Buen Pastor que nos conoce por nuestro nombre y por
nuestro nombre nos llama, conoce nuestra vida y en esa nuestra vida concreta
quiere hacerse presente
Hechos 11,1-18; Sal 41; Juan 10,1-10
Ayer en el comentario que hacia el
sacerdote al evangelio del día contaba la experiencia que tuvo de niño que
ahora transcribo aunque sea con mis palabras por la relación que tiene también
con el texto que hoy nos ofrece el evangelio.
Vivía en el mundo rural y en su entorno
había un pastor con sus rebaños de ovejas, contaba que de pequeño cuando los
niños salían de la escuela les gustar ir a dar con el pastor y su rebaño; ellos
le insistían que les enseñara cómo él llamaba a las ovejas que obedientes
acudían a su voz; ellos querían aprender a hacerlo también y aunque trataban de
imitar al pastor con sus silbos y llamadas, las ovejas sin embargo no se
inmutaban y seguían olisqueando la hierba. Le preguntaban por qué no les hacían
caso si ellos hacían lo mismo, y el pastor se sonreía para sus adentros; luego
con un solo silbo las ovejas levantaban cabeza y acudían presurosas hasta donde
estaba el pastor. ¿Qué sucedía? Las ovejas solo reconocían la voz de su pastor,
y a nadie que quisiera imitar o remedar su llamada hacían caso.
Es lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio.
‘Las ovejas atienden a su voz, y él
va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas
las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su
voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la
voz de los extraños’.
Atienden a
su voz y lo siguen… las llama por su nombre… al extraño no lo seguirán, sino
que huirán de él… no reconocen la voz de los extraños. ¿Seremos en verdad así nosotros en nuestra relación
con Jesús? Es una pregunta seria que tenemos que hacernos, por cuanto cuantas
veces nos hacemos sordos a su voz y a su llamada, cuántas veces nos dejamos
encantar por la voz de los extraños.
Esos
cantos de sirena, esa voz de los extraños que pueden ser tantas influencias que
recibimos del mundo que nos rodea – cuántos tratan de influir en nosotros haciéndonos
dudar, enseñándonos otras cantinelas de otros sentidos y otros valores – pero
que esa voz extraña la sentimos desde dentro de nosotros cuando nos dejamos
llevar de nuestros caprichos y autosuficiencias, de nuestro orgullo que no nos
deja bajar la cabeza o abrir el corazón a lo que verdaderamente es importante,
de nuestras superficiales o de nuestra huida del compromiso.
Jesús es
el pastor y Jesús es la puerta. A El escuchamos y seguimos. Por El entramos
porque el que le ve a El ve al Padre, como nos dirá en otra ocasión. En El
vivimos, porque viene para que tengamos vida y vida en abundancia. Nos conoce
por nuestro nombre y por nuestro nombre nos llama. Conoce nuestra vida y en esa
nuestra vida concreta quiere hacerse presente.
‘Quien
entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El
ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he venido para que
tengan vida y la tengan abundante’. No nos dejemos confundir. Escuchamos la llamada
del Señor y tendremos vida en abundancia.
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