Necesitamos oído atento para descubrir los signos de Dios y
no sentirnos nunca solos sino llenos de su presencia
Hechos 6, 8-15; Sal 118; Juan 6,22-29
‘Al día
siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no
habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus
discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos’. ¿Dónde
estaba Jesús? Se fueron como pudieron a buscarlo a Cafarnaún.
¿Dónde
está Jesús? ¿Dónde está Dios? Es la sensación de soledad que podemos
sentir en algunos momentos. Habremos quizá vivido momentos intensos en que
hemos experimentado en nosotros la presencia de Dios, pero quizás a
continuación nos vienen momentos de silencio. Nada sentimos, nada escuchamos,
nada vemos, nos parece sentirnos solos, aquella experiencia vivida nos puede
parecer ya lejana y ahora es como si nos sintiéramos con nada debajo de los
pies.
Igual que
en lo humano y en nuestro trato con los demás
muchas veces momentos vividos en intensidad con los que están a nuestro
lado parecen preludios de vacíos y de soledades posteriores. Cuando pasa el
fervor de la vida y vienen momentos de luchas, de problemas, de las tareas de
cada día que en ocasiones nos agobian, ¿dónde están aquellos con los que
pasamos buenos momentos y que ahora podrían ayudarnos a pasar estos tormentos o
estas soledades? Están quizás ahí, aunque cada uno en sus tareas y en sus cosas
pero nos cuesta contar con ellos, o nos cuesta nosotros pedir el socorro o la
ayuda que necesitamos. Son momentos de la vida que tenemos que aprender a
superar, que nos tienen que hacer el que busquemos iniciativas que nos lleven a
sacar lo positivo y lo mejor de nosotros mismos.
Nos sucede
en nuestra vida espiritual. Vivimos momentos de intensidad espiritual, momentos
de fervor, pero en ocasiones nos encontramos preguntándonos también ¿Dónde está
Jesús? ¿Donde está Dios? Nos aparecen momentos de soledad, de silencio
interior. Y no es que nosotros hagamos silencio para saber sentir o escuchar a
Dios en nuestro corazón, sino que quizá nos hemos llenado de tanto bullicio de
la vida que no hemos sabido captar la señal de Dios que sigue estando a nuestro
lado.
Muchos
ruidos en nuestro corazón con nuestras preocupaciones o con la superficialidad
que vivimos el momento, con nuestros entretenimientos que nos mantienen
ocupados y no sabemos encontrar ese momento, ese detenernos en silencio para
ver y para escuchar. Y decimos luego que Dios no nos escucha pero quizá somos
nosotros los que no sabemos captar las señales de Dios; las buscamos a nuestra
manera, pero no abrimos el corazón para saber descubrir esa cosa tan sencilla
donde se nos manifiesta Dios.
Buscamos a
Dios interesados para que nos soluciones nuestras cosas, pero no sabemos tener
el oído atento para descubrir lo que el Señor quiere de nosotros. De la misma
manera que después de nuestras intensas peticiones cuando nos veíamos mal o los
problemas nos agobiaban, no supimos volver atrás para dar gracias, para
reconocer esa obra de Dios en nosotros.
¿Por qué
me buscáis? Les pregunta Jesús a las gentes que llegaron de nuevo a Cafarnaún
después de lo sucedido allá en el descampado cuando les dio pan en abundancia.
Seguían en su búsqueda interesada – como les dice Jesús, porque ayer os di pan
en abundancia – pero no sabían descubrir los signos de Dios, las señales de
Dios, lo que les estaba queriendo decir a través de ese signo de la
multiplicación de los panes. Y nos pasa a nosotros igual que no llegamos a
descubrir y saber leer los signos de Dios en nuestra vida. Es que vamos tan
deprisa y agobiados con nuestras cosas que no nos detenemos para ver a Dios que
viene a nuestra vida.
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