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lunes, 6 de mayo de 2019

Necesitamos oído atento para descubrir los signos de Dios y no sentirnos nunca solos sino llenos de su presencia


Necesitamos oído atento para descubrir los signos de Dios y no sentirnos nunca solos sino llenos de su presencia

Hechos 6, 8-15; Sal 118; Juan 6,22-29
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos’. ¿Dónde estaba Jesús? Se fueron como pudieron a buscarlo a Cafarnaún.
¿Dónde está Jesús? ¿Dónde está Dios? Es la sensación de soledad que podemos sentir en algunos momentos. Habremos quizá vivido momentos intensos en que hemos experimentado en nosotros la presencia de Dios, pero quizás a continuación nos vienen momentos de silencio. Nada sentimos, nada escuchamos, nada vemos, nos parece sentirnos solos, aquella experiencia vivida nos puede parecer ya lejana y ahora es como si nos sintiéramos con nada debajo de los pies.
Igual que en lo humano y en nuestro trato con los demás  muchas veces momentos vividos en intensidad con los que están a nuestro lado parecen preludios de vacíos y de soledades posteriores. Cuando pasa el fervor de la vida y vienen momentos de luchas, de problemas, de las tareas de cada día que en ocasiones nos agobian, ¿dónde están aquellos con los que pasamos buenos momentos y que ahora podrían ayudarnos a pasar estos tormentos o estas soledades? Están quizás ahí, aunque cada uno en sus tareas y en sus cosas pero nos cuesta contar con ellos, o nos cuesta nosotros pedir el socorro o la ayuda que necesitamos. Son momentos de la vida que tenemos que aprender a superar, que nos tienen que hacer el que busquemos iniciativas que nos lleven a sacar lo positivo y lo mejor de nosotros mismos.
Nos sucede en nuestra vida espiritual. Vivimos momentos de intensidad espiritual, momentos de fervor, pero en ocasiones nos encontramos preguntándonos también ¿Dónde está Jesús? ¿Donde está Dios? Nos aparecen momentos de soledad, de silencio interior. Y no es que nosotros hagamos silencio para saber sentir o escuchar a Dios en nuestro corazón, sino que quizá nos hemos llenado de tanto bullicio de la vida que no hemos sabido captar la señal de Dios que sigue estando a nuestro lado.
Muchos ruidos en nuestro corazón con nuestras preocupaciones o con la superficialidad que vivimos el momento, con nuestros entretenimientos que nos mantienen ocupados y no sabemos encontrar ese momento, ese detenernos en silencio para ver y para escuchar. Y decimos luego que Dios no nos escucha pero quizá somos nosotros los que no sabemos captar las señales de Dios; las buscamos a nuestra manera, pero no abrimos el corazón para saber descubrir esa cosa tan sencilla donde se nos manifiesta Dios.
Buscamos a Dios interesados para que nos soluciones nuestras cosas, pero no sabemos tener el oído atento para descubrir lo que el Señor quiere de nosotros. De la misma manera que después de nuestras intensas peticiones cuando nos veíamos mal o los problemas nos agobiaban, no supimos volver atrás para dar gracias, para reconocer esa obra de Dios en nosotros.
¿Por qué me buscáis? Les pregunta Jesús a las gentes que llegaron de nuevo a Cafarnaún después de lo sucedido allá en el descampado cuando les dio pan en abundancia. Seguían en su búsqueda interesada – como les dice Jesús, porque ayer os di pan en abundancia – pero no sabían descubrir los signos de Dios, las señales de Dios, lo que les estaba queriendo decir a través de ese signo de la multiplicación de los panes. Y nos pasa a nosotros igual que no llegamos a descubrir y saber leer los signos de Dios en nuestra vida. Es que vamos tan deprisa y agobiados con nuestras cosas que no nos detenemos para ver a Dios que viene a nuestra vida.

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