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miércoles, 8 de mayo de 2019

Que la fe que tenemos en Jesús envuelva y empape nuestra vida para que lleguemos a dar frutos de vida eterna porque creyendo en El tendremos vida para siempre


Que la fe que tenemos en Jesús envuelva y empape nuestra vida para que lleguemos a dar frutos de vida eterna porque creyendo en El tendremos vida para siempre

Hechos de los apóstoles 8, l-8; Sal 65; Juan 6, 35-40
‘Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado…’ Continuamente nos lo repite Jesús en el evangelio. Es su alimento, su vida, su ser. ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’ nos expresaría el autor de la carta a los Hebreos. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, diría Jesús momentos antes de su pasión; era su Pascua, porque eso se pondrá en las manos del Padre.
¿Para qué envió Dios su Hijo al mundo? Fue el amor infinito de Dios, como se nos dirá allá cuando el episodio con Nicodemo. ‘Tantó amó Dios al mundo…’ Es el amor, el amor infinito de Dios, el amor que no tiene límites, el amor que nos da vida. Por eso hoy nos dirá que la voluntad del Padre es la vida, la vida eterna para cuantos creen en El. ‘Yo lo resucitaré en el último día’, nos dirá Jesús.
Y para que tengamos vida El nos da su vida. Quiere ser para nosotros Pan de Vida. Es el Pan de Vida que ha enviado el Padre desde el cielo. Y eso es Jesús para nosotros. Creemos en El y nos unimos a El. Creemos en El y nos llenamos de su vida.
Pero es necesario creer. Decir ‘Sí’, aceptar a Jesús, escuchar su Palabra. Pero no es una cosa que vivamos solamente en nuestra cabeza simplemente como algo racional. Es mucho más, porque es dejarnos transformar por El de manera que ya no sea nuestra vida sino su vida. Como el alimento que comemos que se hace uno con nosotros, porque lo asimilamos, asimilamos sus nutrientes que serán los que mantienen nuestra vida. Aquí es mucho más, porque esa vida nos transforma, de manera que quien acepta a Jesús, pone su fe El y le come ya tendrá que ser distinto.
No se puede entender que le digamos Si a Jesús, su Palabra, su Evangelio, y sigamos siendo los mismos. Es mucho más que una nueva visión, un nuevo concepto o una nueva idea. Es un nuevo vivir. Y vivir la vida de Jesús es vivir sus sentimientos, sus actitudes, su manera de hacer, su manera de amar. Es amar ya con un amor nuevo que entonces si nos hará tener una mirada distinta a la vida, a lo que nos rodean, a los que están a nuestro lado, al compromiso que tendremos con esa vida y con ese mundo en el que vivimos. Eso es creer en Jesús, hacernos una cosa, hacernos una vida con El.
Por eso Cristo se nos da, se hace alimento y vida nuestra. Por eso nos dice ‘el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’. Sin embargo nos dice que le hemos visto y no creemos en El. Era lo que le pasaba a aquella gente que le escuchaba en Cafarnaún que como veremos se le hace dura e incomprensible aquella doctrina. Pero nos pasa a nosotros que decimos que creemos, pero sin embargo seguimos en nuestras, en nuestra vida, en nuestras rutinas de siempre y no nos dejamos transformar.
Que de verdad la fe que tenemos en Jesús envuelva y empape nuestra vida para que lleguemos a dar frutos de vida eterna. No olvidemos lo que nos dice Jesús, que viene a nosotros para cumplir la voluntad del Padre y la voluntad del Padre es que tengamos vida para siempre. Con Jesús resucitaremos siempre a vida nueva.

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