Que sea auténtica la misericordia que proclamamos porque le demos cabida en nuestro corazón a todos sin ninguna distinción
Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo
9,9-13
¿Cómo es que te mezclas con esa gente? Hay que mirar bien con quien
uno anda, porque el que nos vea va a pensar que somos todos iguales, hay que
andarse con cuidado con quien uno anda no nos vayan a catalogar de la misma
manera, hay que mantener y cuidar la imagen… Cosas así habremos oído muchas
veces y no sé si las habremos pensado o actuado de esa manera.
Decimos que no somos racistas, que respetamos a todos, pero luego en
la forma de actuar, en la forma de mantener una relación nos queremos guardar,
queremos mantener las distancias, por si acaso… Y nos fijamos en las
apariencias, y cuando tienen otra manera de presentarse que no es de nuestro
agrado los queremos como apartar de nuestro lado; y si tienen una manera de
pensar que nos pueda parecer revolucionaria, somos tan conservadores que no
somos capaces de atisbar lo bueno que pudiera haber en su pensamiento, o la
crítica que pudiera significar para nuestra manera de actuar en la que algunas
veces caemos en el fariseísmo. Que eso nos está pasando todos los días, hemos
de reconocerlo, y no siempre nuestra forma de actuar está muy acorde con lo que
nos enseña Jesús en el Evangelio, que no hace ninguna discriminación.
Fijémonos en el evangelio que hoy nos propone la liturgia. Jesús pasa
por delante del mostrador de los impuestos donde está Leví realizando su
responsabilidad. Y Jesús se detiene para decirle a Leví que quiere contar con
él. Jesús que quiere contar con un recaudador de impuestos entre el grupo de
sus discípulos más cercanos. Pero si es un publicano, ya están pensando muchos;
cómo es que a Jesús se le ocurre traerse a una persona de esa condición para
formar parte del grupo.
Y Leví sigue a Jesús. Es más, agradecido por ese llamamiento e
invitación de Jesús le ofrece una comida en la que van a estar también los que
han sido siempre sus amigos y compañeros de profesión. Allí con Jesús y los discípulos
que le han seguido siempre, en casa de Leví están sentados también un grupo de
publicanos, que es como los llamaban los judíos a los recaudadores de
impuestos, considerándolos a todos unos pecadores y ladrones.
¿Cómo es que a Jesús se le ocurre sentarse a la mesa con publicanos y
pecadores? Allá aparecen pronto las críticas de los escribas y fariseos comentándoselo
a los discípulos de Jesús. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con
publicanos y pecadores?’ Y Jesús que
escucha estos comentarios. Es verdad pueden ser pecadores, aunque no los
podemos considerar a todos de la misma manera, meterlos a todos en el mismo
saco, pero el médico está para curar a los enfermos. Y esa es la misión de Jesús.
Por eso en su corazón siempre va a resplandecer la misericordia.
¿De qué nos vale considerarnos
buenos porque somos muy cumplidores religiosamente pero luego no somos capaces
de tener misericordia con el hermano? ¿Cómo es que podemos decirle a Dios
‘perdona nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos
ofenden’, si no hay la más mínima
misericordia en nuestro corazón? ¿Cómo podemos hablar de misericordia y hasta
querer convertirla en un lema y programa si luego discriminamos, si no somos
capaces de perdonar de verdad, si no llegamos a tener la osadía y valentía de
restituir en su dignidad al hermano que quizá haya caído pero se ha
arrepentido?
Todo esto tenemos que
reflexionarlo mucho y reflexionarlo también en nuestra iglesia. Que
resplandezca esa misericordia no porque hagamos en un momento determinado unos
gestos muy bonitos o hablemos mucho de eso si luego seguimos discriminando, no
aceptando de verdad, marginando y olvidando a tantos porque no los consideramos
dignos porque son unos pecadores. Cuántas personas puede haber heridas por esta
causa y nadie se fija en ellas porque quizá eso no vende ante los ojos del
mundo.
‘Misericordia quiero y no
sacrificios’, nos dice hoy el Señor.
Misericordia que de verdad salga del corazón, de lo más profundo de nuestro
ser.
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