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viernes, 1 de julio de 2016

Que sea auténtica la misericordia que proclamamos porque le demos cabida en nuestro corazón a todos sin ninguna distinción

Que sea auténtica la misericordia que proclamamos porque le demos cabida en nuestro corazón a todos sin ninguna distinción

Amós 8,4-6.9-12; Sal. 118; Mateo 9,9-13

¿Cómo es que te mezclas con esa gente? Hay que mirar bien con quien uno anda, porque el que nos vea va a pensar que somos todos iguales, hay que andarse con cuidado con quien uno anda no nos vayan a catalogar de la misma manera, hay que mantener y cuidar la imagen… Cosas así habremos oído muchas veces y no sé si las habremos pensado o actuado de esa manera.
Decimos que no somos racistas, que respetamos a todos, pero luego en la forma de actuar, en la forma de mantener una relación nos queremos guardar, queremos mantener las distancias, por si acaso… Y nos fijamos en las apariencias, y cuando tienen otra manera de presentarse que no es de nuestro agrado los queremos como apartar de nuestro lado; y si tienen una manera de pensar que nos pueda parecer revolucionaria, somos tan conservadores que no somos capaces de atisbar lo bueno que pudiera haber en su pensamiento, o la crítica que pudiera significar para nuestra manera de actuar en la que algunas veces caemos en el fariseísmo. Que eso nos está pasando todos los días, hemos de reconocerlo, y no siempre nuestra forma de actuar está muy acorde con lo que nos enseña Jesús en el Evangelio, que no hace ninguna discriminación.
Fijémonos en el evangelio que hoy nos propone la liturgia. Jesús pasa por delante del mostrador de los impuestos donde está Leví realizando su responsabilidad. Y Jesús se detiene para decirle a Leví que quiere contar con él. Jesús que quiere contar con un recaudador de impuestos entre el grupo de sus discípulos más cercanos. Pero si es un publicano, ya están pensando muchos; cómo es que a Jesús se le ocurre traerse a una persona de esa condición para formar parte del grupo.
Y Leví sigue a Jesús. Es más, agradecido por ese llamamiento e invitación de Jesús le ofrece una comida en la que van a estar también los que han sido siempre sus amigos y compañeros de profesión. Allí con Jesús y los discípulos que le han seguido siempre, en casa de Leví están sentados también un grupo de publicanos, que es como los llamaban los judíos a los recaudadores de impuestos, considerándolos a todos unos pecadores y ladrones.
¿Cómo es que a Jesús se le ocurre sentarse a la mesa con publicanos y pecadores? Allá aparecen pronto las críticas de los escribas y fariseos comentándoselo a los discípulos de Jesús. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Y Jesús que escucha estos comentarios. Es verdad pueden ser pecadores, aunque no los podemos considerar a todos de la misma manera, meterlos a todos en el mismo saco, pero el médico está para curar a los enfermos. Y esa es la misión de Jesús. Por eso en su corazón siempre va a resplandecer la misericordia.
¿De qué nos vale considerarnos buenos porque somos muy cumplidores religiosamente pero luego no somos capaces de tener misericordia con el hermano? ¿Cómo es que podemos decirle a Dios ‘perdona nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden’, si no hay la más mínima misericordia en nuestro corazón? ¿Cómo podemos hablar de misericordia y hasta querer convertirla en un lema y programa si luego discriminamos, si no somos capaces de perdonar de verdad, si no llegamos a tener la osadía y valentía de restituir en su dignidad al hermano que quizá haya caído pero se ha arrepentido?
Todo esto tenemos que reflexionarlo mucho y reflexionarlo también en nuestra iglesia. Que resplandezca esa misericordia no porque hagamos en un momento determinado unos gestos muy bonitos o hablemos mucho de eso si luego seguimos discriminando, no aceptando de verdad, marginando y olvidando a tantos porque no los consideramos dignos porque son unos pecadores. Cuántas personas puede haber heridas por esta causa y nadie se fija en ellas porque quizá eso no vende ante los ojos del mundo.
Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice hoy el Señor. Misericordia que de verdad salga del corazón, de lo más profundo de nuestro ser. 

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