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sábado, 2 de julio de 2016

La alegría con que manifestamos nuestra fe sea evangelio para los demás que anuncia el gozo del Reino de Dios que queremos vivir

La alegría con que manifestamos nuestra fe sea evangelio para los demás que anuncia el gozo del Reino de Dios que queremos vivir

 Amós 9,11-15; Sal 84; Mateo 9,14-17

‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?’ Es la respuesta que les da Jesús a aquellos que vienen a preguntarle por qué sus discípulos no ayunan mientras sí lo hacen los discípulos de Juan y los de los fariseos.
Hemos de entender esta comparación entre el ayuno y la alegría de una fiesta de bodas por lo que eran las costumbres entonces. Recordamos que en una ocasión Jesús nos dirá que cuando ayunemos que no lo note la gente, sino que nos lavemos la cara y nos perfumemos para que nadie sepa que estamos ayunando; y es que la costumbre era que quien ayunara tenía que mostrar con esas señales exteriores de tristeza y de duelo que estaba haciendo ayuno. De ahí la respuesta de Jesús ‘¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?’
Creo que nos pasa a muchos cristianos, no manifestamos con nuestro porte, con nuestra manera de presentarnos la alegría de nuestra fe, el gozo de sentir con nosotros la presencia del Señor. Hay tantos que van siempre con el ceño fruncido, que parece que van amargados por la vida, a pesar quizá de ser muy religiosos, de venir mucho a la Iglesia. No se les nota la alegría de la fe, parece que siempre están malhumorados. Creo que es un contrasentido.
El cristiano tendría que ser la persona más alegre del mundo. ¿Sabéis por qué? Porque un cristiano se siente siempre amado de Dios. Y quien se siente amado tiene que sentir gozo en su corazón; y esa alegría y ese gozo del corazón no es para guardárselo y tratar de ocultarlo sino manifestarlo con toda nuestra vida, con ese entusiasmo por la vida, con ese optimismo en sus luchas y por su esperanza. Y eso contagia a los demás, eso despierta en los demás deseos de vivir también esa alegría y esa esperanza. Es lo que tenemos que hacer.
Todavía pesa quizá en nosotros aquello que nos decían de pequeños que en la Iglesia teníamos que comportarnos bien, y eso significaba estar seriecitos, poco menos que inmóviles para no molestar a nadie mientras durara la celebración. Casi no nos podíamos reír. Y eso queda de alguna manera en muchos cristianos en nuestras celebraciones tan serias, tan faltas de alegría y de entusiasmo. Quizá escuchemos aun a alguna persona mayor, y no solo por los años, quejándose de lo bulliciosas que pueden ser unas celebraciones en las que los jóvenes participan intensamente con sus cantos y con su alegría.
Hoy Jesús termina diciéndonos en el evangelio que es necesario unos odres nuevos para el vino nuevo y que no nos valen remiendos. Tenemos el vino nuevo de la fe, del Reino de Dios que queremos vivir, de la presencia del amor del Señor en nuestra vida, unas nuevas actitudes, una nueva alegría tiene que brillar de verdad en nuestra vida. Con esa alegría con que manifestamos nuestra fe también nos estamos haciendo evangelio para los demás, porque contagiar esa alegría de la fe es contagiar del evangelio nuestra vida y la vida de los demás.

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