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viernes, 27 de mayo de 2016

No podemos ser solo una higuera llena de hojas sino que en nuestra vida se han de manifestar los frutos del amor como respuesta al amor eterno de Dios

No podemos ser solo una higuera llena de hojas sino que en nuestra vida se han de manifestar los frutos del amor como respuesta al amor eterno de Dios

1Pedro 4,7-13; Sal 95; Marcos 11, 11-26

Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas…’ Caminaba desde Betania a Jerusalén y dice el evangelista que Jesús sintió hambre. Pero en la higuera todo se había quedado en hojas, no tenía fruto.
Una imagen bien significativa de lo que Dios pedía de su pueblo; una imagen bien significativa de lo que nos pide a nosotros también. Ya nos hablaba el profeta de la viña amada que tanto había cuidado su amo, pero que no dio uvas buenas, sino agraces; ya nos hablará Jesús también de la viña en la parábola en la que tanto empeño había puesto el amo para confiarla luego a unos labradores que la cuidaran y rindieran fruto, pero no lo hicieron. En el mensaje del evangelio siempre hemos de ver la relación de unos textos con otros y como se explican mutuamente.
Hay una referencia clara al pueblo de Israel. Ahí estaba su historia, una historia de salvación, una historia de amor de Dios por su pueblo a lo largo de la historia; cuánto había hecho por su pueblo con sus profetas y reyes, con la liberación de Egipto y el paso del mar Rojo, con la travesía por el desierto guiados por Moisés, a la sombra de la nube que los cubría, con la luz de la salvación que les conducía. Y ya sabemos bien la respuesta.
Pero el texto de hoy nos relata más cosas, porque al llegar al templo y ver su situación Jesús quiere purificarlo. ‘¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos…’ El lugar santo que tenia que servir para dar culto al Señor, para el encuentro vivo con Dios en la escucha de la Ley y los Profetas y en el cántico de alabanza al Creador se había convertido en un mercado. 
Cómo tenemos la tentación de profanar lo más santo, de convertir aquello que tendría que ayudarnos a nuestro encuentro con el Señor en algo que satisfaga nuestros intereses o busque acrecentar nuestras ganancias. Cuantas tentaciones tenemos de manipular lo más religioso y sagrado solo buscando nuestro interés egoísta. Cómo queremos manipular o chantajear de alguna manera a Dios en nuestra relación con El porque realmente no buscamos la gloria del Señor. ‘El culto que me dan está vacío…’ es la queja del Señor a través de los profetas y que nos refleja también el evangelio.
Por eso hoy tenemos que preguntarnos con toda sinceridad tras la escucha de este evangelio cuál es el fruto que nosotros estamos dando como respuesta a todo lo que es el amor del Señor que de manera tan maravillosa se derrama sobre nuestra vida.
Jesús terminará hablándonos de la fe, la fe capaz de mover montañas, cuando en verdad ponemos toda nuestra confianza en el Señor. No se trata, entendemos bien, de cambiar la geografía de cuanto nos rodea, sino de esa transformación de nuestro corazón. No es un adorno externo que nos ponemos, sino que tiene que ser algo hondo que en verdad transforme y de un sentido nuevo a nuestra vida. Esa fe que nos hace sentirnos amados por un Dios que es Padre del que verdaderamente hemos de sentirnos hijos amados.

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