No podemos ser solo una higuera llena de hojas sino que en nuestra vida se han de manifestar los frutos del amor como respuesta al amor eterno de Dios
1Pedro 4,7-13; Sal 95; Marcos
11, 11-26
‘Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba
algo; al llegar no encontró más que hojas…’ Caminaba desde Betania a
Jerusalén y dice el evangelista que Jesús sintió hambre. Pero en la higuera
todo se había quedado en hojas, no tenía fruto.
Una imagen bien significativa de lo que Dios pedía de su pueblo; una
imagen bien significativa de lo que nos pide a nosotros también. Ya nos hablaba
el profeta de la viña amada que tanto había cuidado su amo, pero que no dio
uvas buenas, sino agraces; ya nos hablará Jesús también de la viña en la
parábola en la que tanto empeño había puesto el amo para confiarla luego a unos
labradores que la cuidaran y rindieran fruto, pero no lo hicieron. En el
mensaje del evangelio siempre hemos de ver la relación de unos textos con otros
y como se explican mutuamente.
Hay una referencia clara al pueblo de Israel. Ahí estaba su historia,
una historia de salvación, una historia de amor de Dios por su pueblo a lo
largo de la historia; cuánto había hecho por su pueblo con sus profetas y
reyes, con la liberación de Egipto y el paso del mar Rojo, con la travesía por
el desierto guiados por Moisés, a la sombra de la nube que los cubría, con la
luz de la salvación que les conducía. Y ya sabemos bien la respuesta.
Pero el texto de hoy nos relata más cosas, porque al llegar al templo
y ver su situación Jesús quiere purificarlo. ‘¿No está escrito: Mi casa se
llamará casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, en cambio, la habéis
convertido en cueva de bandidos…’ El lugar santo que tenia que servir para
dar culto al Señor, para el encuentro vivo con Dios en la escucha de la Ley y
los Profetas y en el cántico de alabanza al Creador se había convertido en un
mercado.
Cómo tenemos la tentación de profanar lo más santo, de convertir
aquello que tendría que ayudarnos a nuestro encuentro con el Señor en algo que
satisfaga nuestros intereses o busque acrecentar nuestras ganancias. Cuantas
tentaciones tenemos de manipular lo más religioso y sagrado solo buscando
nuestro interés egoísta. Cómo queremos manipular o chantajear de alguna manera
a Dios en nuestra relación con El porque realmente no buscamos la gloria del
Señor. ‘El culto que me dan está vacío…’ es la queja del Señor a través de los
profetas y que nos refleja también el evangelio.
Por eso hoy tenemos que preguntarnos con toda sinceridad tras la
escucha de este evangelio cuál es el fruto que nosotros estamos dando como
respuesta a todo lo que es el amor del Señor que de manera tan maravillosa se
derrama sobre nuestra vida.
Jesús terminará hablándonos de la fe, la fe capaz de mover montañas,
cuando en verdad ponemos toda nuestra confianza en el Señor. No se trata,
entendemos bien, de cambiar la geografía de cuanto nos rodea, sino de esa
transformación de nuestro corazón. No es un adorno externo que nos ponemos,
sino que tiene que ser algo hondo que en verdad transforme y de un sentido
nuevo a nuestra vida. Esa fe que nos hace sentirnos amados por un Dios que es
Padre del que verdaderamente hemos de sentirnos hijos amados.
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