Nos cuesta entender lo que pueda significar sacrificio y dolor para vivir el cáliz de la entrega y del amor para hacernos servidores de todos como Jesús
1Pedro 1, 18-25; Sal 147; Marcos
10, 32-45
Da la impresión que Jesús tiene prisa; nos dice el evangelista que
mientras caminaban subiendo a Jerusalén se les adelantaba, de manera que los discípulos
se extrañaban y lo seguían asustados. Presentían que algo quería decirles Jesús,
que algún anuncio importante tenía que hacerles.
Efectivamente tomando aparte a los doce comienza a hacerles el
anuncio: ‘Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, les dice, y el Hijo del
hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le
escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará’. Pero
como tantas veces les sucede no entienden, no terminan de comprender lo que Jesús
les está anunciando. ¿Cómo van a entregarlo a los gentiles? ¿Cómo es eso que se
burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán, le darán muerte? Y eso que está
diciendo de la resurrección al tercer día ¿quién lo puede entender?
Nos cuesta entender lo que pueda significar sacrificio y dolor, sobre
todo cuando parece que todas las cosas marchan bien. Nos hacemos nuestras
ideas. Queremos que todo marche como la seda y no nos pase nada. Por eso los discípulos
cuando ven que hay mucha gente que sigue a Jesús, que le escuchan, que son
capaces de marcharse al descampado con tal de estar con Jesús, no pueden
imaginar que las cosas puedan cambiar. Nos sucede tantas veces en la vida y no
terminamos de prepararnos para cuando puedan llegar esos momentos más
difíciles.
Y aun así las ambiciones se despiertan en el corazón. Como a los dos
hermanos Zebedeos. Acaban de escuchar a Jesús que habla de entrega y de muerte
y ellos ahora vienen pidiendo puestos de gloria. Uno a tu derecha y otro a tu
izquierda, todo el poder para ellos, que nadie se les adelante. Por eso
surgirán también en los demás las desavenencias, las desconfianzas, los celos, quizás.
Pero Jesús les habla claro. ‘No sabéis lo que pedís’, les dice.
¿No me habéis oído hablar ahora mismo de entrega, de pasión, de muerte? ¿No
habéis terminado de entender el bautismo de sangre por el que he de pasar? ‘¿sois
capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo
con que yo me voy a bautizar?’ Y ellos muy entusiasmados, no sé si
conscientes del todo de la respuesta que daban dijeron que sí.
‘El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo
con que yo me voy a bautizar’. Costará entenderlo, costará aceptarlo pero
el seguimiento de Jesús entraña vivir su misma vida, vivir su misma entrega,
pasar por su misma pascua. Porque el amor tiene sus exigencias, seguir a Jesús
no es simplemente dejarnos llevar, vivir el plan de vida que Jesús nos propone
significará también tomar nuestra cruz, hacer nuestras renuncias, ofrecer el
sacrificio de nuestra vida. Y Jesús les hablará de hacerse el último y el
servidor de todos, porque es lo que Jesús mismo ha hecho. ‘Porque el Hijo
del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en
rescate por todos’.
¿Estaremos nosotros dispuestos también a beber el cáliz del Señor y
bautizarnos en su mismo bautismo?
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