Un ciego al borde del camino que nos inquieta en el corazón con sus gritos suplicantes o simplemente con la presencia de su discapacidad
1Pedro 2,2-5.9-12; Sal 99;
Marcos 10,46-52
‘Muchos le regañaban para que se callara’, dice el evangelista
que fue la reacción de algunos que acompañaban a Jesús ante los gritos del
ciego Bartimeo. Siempre me ha hecho pensar este episodio. Parecería lo más
lógico que tal como iban acompañando a Jesús en el camino hacia Jerusalén y
dando por supuesto que en ellos habría fe en Jesús, que muchos habrían sido
testigos de sus milagros o incluso beneficiarios de los mismos, más bien
alentaran al ciego para que le pidiera a Jesús la curación de su ceguera.
Pero le regañaban para que se callara… Molestaban quizá los gritos del
ciego porque les impediría que ellos escucharan lo que Jesús iba diciendo; o
molestaba más bien aquella ceguera que pudiera estar recordándoles otras
cegueras, las que ellos mismos llevan en el alma; molestaba ver a su lado a una
persona con una discapacidad, desde aquel concepto que tenían de que la
enfermedad era un castigo del pecado, y vete a saber qué habría hecho aquel
hombre para que se hubiera quedado ciego; nos molesta, nos repugna quizá en
ocasiones encontrarnos con personas con discapacidades que tratan de moverse a
pesar de su imposibilidad, de hacer cosas a pesar de sus limitaciones, de vivir
con dignidad de personas aunque haya discapacidades físicas, cuando nosotros
con la entereza quizá de nuestros miembros nos consideramos quizá mejores o con
mayor dignidad; nos molestan porque quizá nos recuerden muchas cosas, o porque
tenemos miedo de que un día nosotros nos podamos ver así. En muchas cosas
podemos pensar, pero no somos tan distintos de aquellos que regañaban al ciego
para que se callase.
La presencia de Jesús tendría que recordarnos o enseñarnos muchas
cosas. Como sucedió entonces. Jesús sí se detuvo junto al camino para escuchar
y atender aquellos gritos. ‘Jesus se detuvo y dijo: llamadlo. Llamaron al
ciego diciéndole, ánimo, levántate que te llama’. Bastó el gesto de Jesús
para que cambiara la actitud de aquellas personas. Ahora ellos también se
interesaban por él, ahora también le ayudaban para que se pudiera acercar a Jesús.
Cómo tenemos que aprender a tener los mismos gestos de Jesús. Muchas
veces no hace falta muchas cosas. Tampoco es una compasión paternalista la que
hemos de tener hacia el pobre o el discapacitado. Compasión, sí, porque es
amor, pero sabiendo detenernos, ponernos a su lado, ofrecer una palabra o una
mirada, tender nuestra mano o nuestro corazón donde encuentre apoyo, ayudar a
que con dignidad siga caminando hacia delante. La pobreza o la discapacidad no
merma la dignidad de la persona que está por encima de todas esas limitaciones
que pudiera haber en nuestra vida; la dignidad la perdemos por otras cosas o
razones.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Es la pregunta de Jesús y ha de
ser nuestra actitud. Quizá solo nos pidan cercanía y una mano tendida que ayude
a caminar, una palabra de aliento, o una presencia que estimule a vivir con
dignidad. Cuánto podemos hacer cuando hay amor del bueno en nuestro corazón.
La capacidad" nos robó el grito de esperanza nuestra: ya los ciegos son los que no quieren ver y no los invidentes- no existimos otra vez- nos quiere como mendigos siempre y no podemos pretender ni dignidad ni emanciparnos
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