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miércoles, 23 de octubre de 2013

Administradores de los dones de Dios siempre en bien de los demás

Rom. 6, 12-18; Sal. 123; Lc. 12, 39-48
‘Si supiera el dueño de casa a qué hora va a venir el ladrón, no le dejaría abrir un boquete’; estaría vigilante, pondría una mayor defensa o una mayor atención por aquellos lugares que se pudieran considerar más sensibles, estaría atento para no dejarse sorprender. ‘Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre’.
Sigue el Señor precaviéndonos para que andemos vigilantes. Por muchas razones, con mucha atención. Viene el Señor a nuestra vida, y podríamos no reconocerlo; viene el Señor y podría pasar de largo si nosotros no le abrimos nuestras puertas. Andamos con muchas puertas cerradas hoy, y decimos porque hay miedo e inseguridad. Pero quizá la inseguridad la tenemos dentro de nosotros porque nos distraemos, porque no estamos atentos, porque quizá nuestra fe se haya enfriado o debilitado y no le demos importancia a ese paso del Señor por nuestra cercanía, esperando que nosotros le abramos las puertas.
Nos dice que ‘a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre’. Pudiera sucedernos que estamos tan entretenidos con nuestras cosas materiales, con nuestras preocupaciones y agobios que hayamos perdido ese sentido de trascendencia que tendríamos que darle a nuestra vida; nos encontramos tan satisfechos con las cosas que tenemos que ya no aspiramos a bienes más altos y podemos perder la sensibilidad a lo espiritual; quizá incluso hasta queremos hacer el bien y andamos preocupados por tantos problemas que vemos en la vida, que solo nos preocupamos de hacer cosas por nosotros mismos para resolverlas, pero no somos capaces de ver el lugar de Dios en todo eso que hacemos.
Viene el Señor a nosotros y si le abrimos las puertas de nuestro corazón El va a despertarnos de esos nuestros ensueños y nos va a ayudar a descubrir la verdadera hondura que tendríamos que darle a nuestra vida. Nos despertará a lo espiritual; nos abrirá horizontes de trascendencia; nos hará mirar a lo alto para que alcancemos grandes metas en la vida; se presencia será para nosotros una fuerza nueva, una vida nueva para nuestro corazón para que en nuestras luchas y trabajos, que muchas veces se nos hacen difíciles, no nos sintamos derrotados ni fracasados sino que con la fuerza de su gracia y de su Espíritu sigamos avanzando en la búsqueda de todo eso bueno pero con el horizonte y la mirada de Dios en todo lo que hacemos.
Ante la advertencia de Jesús ‘Pedro le preguntó: Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?’ Se sentían en cierto modo aludidos en las palabras de Jesús que les dirá que a ellos que se les ha dado una gracia especial y han recibido especiales dones del Señor - ¡cuánto sería lo que tenían que agradecer por esa cercanía de Jesús con ellos y a los que iba a confiar una misión especial en medio de la nueva comunidad! - se les exigiría más, pero que esa advertencia valía para todos porque todos habían de reconocer los dones recibidos del Señor de los que tendrían que dar cuenta porque eran como administradores de esos dones de Dios.
Efectivamente, esto tiene que hacernos pensar a todos, porque todos hemos de reconocer los dones con que Dios nos ha regalado. Y de la misma manera que un administrador o un encargado no puede aprovecharse de su situación para actuar de mala manera y tratar mal a los demás, así hemos de cuidar la respuesta que damos a los dones que Dios nos ha dado.
Empezar por reconocer cuanto de Dios recibimos; darnos cuenta de nuestros valores y cualidades para hacerlos fructificar como tantas veces nos enseña Jesús en el evangelio; una actitud de acción de gracias a Dios, por otra parte, por esa gracia con la que el Señor nos acompaña siempre en el camino de nuestra vida; y un ser capaz de poner al servicio de los demás eso que somos y valemos, poco o mucho, pero con lo que tenemos que contribuir también al bien de los otros, a la felicidad de los que están a nuestro lado.

Somos administradores de esos dones de Dios y ante El un día hemos de dar cuenta. ‘¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así’. Que con ese corazón fiel podamos presentarnos delante del Señor.

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