La cintura ceñida y las lámparas encendidas para acoger al Señor y El nos irá sirviendo
Rom. 5, 12-15.17-21; Sal. 39; Lc. 12, 35-38
‘Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas’. Se
ciñe el que está dispuesto a caminar o a servir. Se enciende la lámpara para
iluminar la estancia o para alumbrar el camino que hemos de recorrer o el
camino del que llega.
Hoy nuestras calles y caminos están siempre iluminados
como consecuencia del mundo en el que vivimos. Pero no siempre ha sido así y
nos conviene comprenderlo para entender bien el sentido de lo que Jesús nos
quiere decir. Quizá nosotros los mayores vivimos otras experiencias de
oscuridad o de falta de luz en nuestros caminos y senderos. Hoy mismo si falla
la luz pública que ilumina nuestras calles, encendemos algún tipo de luz que
saquemos de nuestras casas o pongamos a la puerta para que el que pasa o el que
llegue pueda orientarse y saber el camino.
El evangelio con esas imágenes del que se ciñe o del
que tiene encendida la lámpara nos está hablando de la vigilancia con que hemos
de vivir nuestra vida. Claro que buscamos la luz de Cristo y no queremos que
nos falle la luz de la fe. Pero hemos de estar atentos para que no se nos
apague y nos quedemos en la peor de las tinieblas. Pero esa vigilancia, como comprendemos
por las palabras de Jesús no es una espera pasiva, porque nos dice que nos
ciñamos como el que va a partir a realizar un trabajo o el que está dispuesto a
servir. Es vigilancia activa porque se ha de estar atento a que no se apague la
luz, sino que se mantenga encendida.
Y nos es necesaria esa vigilancia para nosotros mismos,
para que no perdamos ni el rumbo ni el sentido de nuestra vida y también para
que estemos dispuestos a recibir al que llega. ‘Aquí estoy para hacer tu
voluntad’, repetimos en el salmo. ¿Cuál es esa voluntad del Señor? ¿En qué
se nos va a manifestar? Hacer la
voluntad del Señor es tener ceñida nuestra cintura y encendidas nuestras
lámparas siempre dispuestos al amor y al servicio, siempre dispuestos a acoger
al Señor que llega.
Y llega el Señor a nuestra vida y hemos de estar
dispuestos a acogerle. Que no nos suceda como a las vírgenes necias que no
tuvieron aceite y se les apagaron las lámparas. Es necesario que estemos
atentos para acoger al Señor que llega a nuestra vida y no nos confundamos y
pueda pasar de largo junto a nosotros y no lo reconozcamos.
Llega el Señor a nosotros en su Palabra y en la gracia
de sus sacramentos. Pero bien sabemos que llega el Señor a nosotros en el
hermano, en el prójimo que está a nuestro lado o se acerca de alguna manera a
nosotros. Y Jesús está detrás del rostro de ese hermano, de ese prójimo, de ese
pobre que nos tiende la mano o está esperando de nosotros una sonrisa o una
palabra de ánimo. Jesús está detrás de ese rostro del hermano que sufre, o que
nos puede parecer una piltrafa por la apariencia con que se nos pudiera
presentar en su pobreza o en la miseria de su vida marcada por muchas llagas. Tengamos
encendidas nuestras lámparas para iluminar los rostros de nuestros hermanos con
nuestro amor y nuestro servicio.
‘Dichosos los criados
a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela… porque están siempre
dispuestos para abrirle apenas venga y llame… si llega entrada la noche o de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos’. Pero fijémonos en lo que nos dice
el Señor, cuál es la dicha que vamos a tener. ‘Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá
sirviendo’.
Si estamos vigilantes, ceñidos y dispuestos para
servir, con las lámparas encendidas para reconocer al Señor sea cual sea la
hora en que llegue o la apariencia con que venga a nosotros, será el Señor el
que nos siente a la mesa y nos irá sirviendo. Es hermoso. Cuando estemos de
verdad dispuestos a servir, será el Señor el que nos sirva a nosotros, porque nos
regala su gracia, porque nos hace participar de su reino, porque nos hará
herederos de su gloria.
¡Qué dicha más grande podemos alcanzar! ¿No sentimos un
gozo especial en el corazón cuando escuchamos estas consoladoras palabras de
Jesús? Creo que nos tenemos que sentir más impulsados a vivir esa vigilancia y
esa esperanza. Será el Señor el que nos va a servir a nosotros.
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