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lunes, 21 de octubre de 2013

Nuestras terrenas seguridades y la seguridad de la salvación eterna

Rom. 4, 20-25; Sal.: Lc. 1, 69-75; Lc. 12, 13-21
¿Dónde ponemos nuestras seguridades? Buscamos en la vida tener seguridad para un futuro, para el mañana, para lo que nos pueda suceder. Buscamos seguridades y queremos tener unos bienes, unas riquezas, un trabajo asegurado, un seguro que cubra todas las contingencias que me puedan ir apareciendo en la vida.
Al niño o al joven le decimos que estudie para que tenga asegurado su futuro; queremos tener un trabajo estable que me garantice que no me va a faltar nada; vamos acumulando unos bienes para tener de donde echar mano cuando vengan los malos momentos, y cosas así que pensamos que son las que nos dan la seguridad a la vida.
Pero ¿no estaremos equivocándonos en lo que consideramos lo más importante para nuestra vida? ¿Cómo es nuestra escala de valores? ¿Nuestras seguridades se quedan en las cosas materiales o en lo que vivimos ahora en esta vida? ¿No habría que buscar algo más trascendente que le dé una mayor hondura a la vida? ¿Dónde están los valores del espíritu?
No digo que no tengamos que desarrollar todos nuestros valores y cualidades, porque de eso además nos hablará Jesús en otros momentos del evangelio; no digo que no tengamos que usar de unos bienes materiales porque realmente son con los que realizamos los intercambios necesarios para ir teniendo lo más esencial de lo que necesitamos. Pero ¿la vida se queda reducida a eso? ¿Algunas de esas cosas que buscamos para que nos dé seguridad van a alargar realmente nuestra vida? ¿Qué sería lo que nos haría verdaderamente felices?
Son muchas las preguntas que nos pueden ir surgiendo en nuestro interior. Es bueno que nos hagamos preguntas, analicemos bien lo que hacemos, revisemos quizá nuestras posturas o nuestra manera de pensar. Y también tendríamos que dejarnos iluminar por la luz del evangelio. ¿No decimos que somos cristianos? Lo de ser cristiano no es un nombre a la manera de título que pongamos encima de nuestra cabeza, si no hay unas actitudes profundas que estén no solo teñidas, sino empapadas de verdad de evangelio.
Vinieron a decirle a Jesús que mediara en unas disputas entre dos hermanos pos cuestiones de herencias o de la posesión de bienes materiales. Y Jesús dice que El no ha venido para ser mediador en esas disputas o en esas cosas. El ha venido para iluminarnos por dentro y ayudarnos a descubrir lo que verdaderamente es importante y nos puede ciertamente hacer grandes.
Y nos habla Jesús el hombre que tuvo tan buena cosecha que tuvo que agrandar sus graneros y que con lo que tenía o había ganado pensaba que ya no necesitaba trabajar más porque tenía en verdad su futuro asegurado. ¿Su futuro asegurado? ¿Qué iba a ser de su vida? ‘Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?’
Vivimos con nuestras codicias y andamos agobiados algunas veces acumulando cosas. Cuantas cosas acumulamos en la vida de las que no queremos desprendernos de ninguna manera y cuantos apegos en consecuencia en nuestro corazón. ¿Realmente necesitamos todo lo que tenemos y todo lo que vamos acumulando? Simplemente el ver las cosas algo así como amontadas porque así nos puede parecer que tenemos más, ¿es lo que realmente nos hace más felices?
‘Guardaos de toda clase de codicia’, nos dice Jesús. Y ya en otro momento le hemos escuchado decirnos que acumulemos tesoros, no en la tierra, sino en el cielo. Aquí andaremos preocupados porque nos los pueden robar o se nos pueden estropear. Como aquel que había ido acumulando billetes y billetes y cuando un día fue a buscarlos se encontró que se habían enmohecido y estropeado. ‘Así será el que amasa riquezas para si y no para Dios’, nos dice Jesús. ¿Dónde no se nos van a estropear ni nos los van a robar? Cuando somos generosos para compartir olvidándonos de nosotros mismos porque la cuenta se nos estará acumulando en el cielo.

¿Cuál sería la verdadera seguridad que tendríamos que buscar? ¿Buscamos con tanto ahínco la seguridad de la salvación eterna?

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