Un camino de plenitud que nos lleva a la felicidad y dicha del Reino que emprendemos siendo fieles a la ley del Señor
1Reyes
18,20-39; Sal 15; Mateo 5,17-19
A veces quisiéramos hacer desaparecer todo lo que nos suene a norma o
precepto, porque nos parece que eso nos sujeta y nos coarta nuestra libertad,
porque cada uno quisiéramos hacer solamente aquello que nos apetece. Olvidamos
quizá que en lugar de ver esas normas o preceptos que regulan nuestra vida
personal y nuestras relaciones con los demás y con la sociedad son mas que unos
imposiciones unos principios fundamentales que lo que buscan por encima de todo
es nuestro propio bien y nos ayudan a alcanzar esa plenitud de vida que todos
en el fondo deseamos.
Unos principios que nos ayudan a comprender lo que es verdaderamente
el bien de la persona, de toda persona, y no mirado solamente desde un punto de
vista personal e individual, así comprendemos lo que verdaderamente es recto y
es lo deseable para nuestra vida, cuando tantas veces andamos confundidos y dejándonos
arrastrar simplemente por el ambiente que nos rodea.
Ya sabemos las tendencias que aparecen en nuestra sociedad – y eso ha
sucedido en todos los tiempos no es solo cosa de estos momentos con ciertos
movimientos sociales que parece que ven rebrotando – donde parece que se quiere
vivir de una forma anárquica sin querer someterse a ninguna normal o ley que
regule la convivencia social. Ahora todo lo resolvemos con asambleas donde el
que más grita parece que tuviera más razón pero donde tenemos que reconocer que
la bondad o malicia de las cosas no está simplemente en lo que una mayoría
pueda opinar o votar; esos principios son algo mucho más hondo.
También en nuestro ámbito eclesial algunas veces podemos tener esa tentación
y estamos deseando en nombre de una vuelta a los contenidos fundamentales del
evangelio un hacer desaparecer normas o preceptos que por una parte regulen la
vida de la Iglesia, pero como decíamos antes sean esos principios que nos
ayuden a descubrir lo que verdaderamente es fundamental.
Esa tentación vemos que también existía en los tiempos de Jesús.
Frente al rigorismo de los fariseos con un cumplimiento riguroso y
excesivamente formal de la ley de Moisés queriendo imponer sus criterios a todo
el mundo, también había movimientos donde querían que todo cambiase. Es lo que Jesús
vemos que quiere corregir; quizá en algunos con la aparición de aquel profeta a
quien muchos ya consideraban quizá como el Mesías, pensaban que ahora todo se
iba a abolir porque era necesario romper con todo.
Jesús habla claramente. ‘No creáis
que he venido a abolir la Ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley…’ Jesús les habla de plenitud, de perfección, de
purificación quizá necesaria, pero de fidelidad a la ley del Señor que es
inamovible.
Es lo que realmente tenemos que buscar,
esa fidelidad a la ley del Señor, que es camino de vida y de felicidad. Ha
comenzado Jesús su discurso allá en el monte, como ya hemos reflexionado, señalándonos
un camino de dicha y de felicidad, que es el camino del Reino de Dios que hemos
de emprender. Nos hará descubrir el verdadero sentido de Dios y el lugar
fundamental – es el Rey y Señor – que ha de ocupar en nuestra vida, pero nos ayudará también a descubrir el verdadero
sentido de nuestra relación con los demás que son nuestros hermanos.
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