Ana hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel
1Jn. 2, 12-17; Sal. 95; Lc. 2, 36-40
El pasaje del evangelio sería continuación del que
hubiéramos escuchado el día 29 en la lectura continuada, que era la
presentación de Jesús en el templo. Hoy se nos habla de aquella anciana piadosa
que llena de esperanza en la pronta venida del Mesías acudía todos los días al
templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
El corazón de los sencillos tiene una sensibilidad
especial para captar las cosas de Dios. Entre tantos niños que eran presentados
en el templo cada día ella reconoce en que tiene en sus brazos el anciano
Simeón que allí se están cumpliendo las promesas de Dios. ‘Acercándose en aquel
momento, daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la
liberación de Israel’.
Ancianos eran Zacarías e Isabel, ‘que eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos
y la leyes del Señor’, y se llenaron de las bendiciones del Señor, como
hemos venido escuchando en los días anteriores a la navidad, con el nacimiento
de Juan, el Bautista. Una anciana nos la pone Jesús como modelo de
desprendimiento y generosidad cuando da todo lo que tiene en el cepillo del
templo, aunque calladamente porque no ha de saber tu mano izquierda lo que hace
la derecha, pero Jesús fijándose en ella y resaltando su generosidad para
nuestro ejemplo. Una anciana será propuesta por Jesús en una parábola como
ejemplo de oración perseverante y confiada a pesar de que parecía no ser
escuchada.
Hoy contemplamos a Simeón y a Ana, piadosos y llenos de
fe y de Espíritu Santo, a quienes se les descubre en su corazón los misterios
de Dios. Simeón profetizará sobre lo que es y significa aquel niño que es
presentado al Señor en el templo y Ana hablará a todos anunciando igualmente
que se cumplen las promesas de Dios. ‘Hablaba
del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Hermosos ejemplos y hermoso testimonio el que se nos
ofrece. Cuántas lecciones podemos recibir de los mayores; qué riqueza de vida
cuando se ha aprendido a vivir en el temor del Señor queriendo en verdad dar
gloria a Dios con todo lo que hacemos, y no apartándonos nunca de los caminos
del Señor.
Creo que todo esto
nos puede ayudar a reflexionar en muchas cosas. Porque somos mayores
podemos pensar que ya nada podemos hacer, que nuestra vida es casi como un
estorbo para los demás y por las discapacidades y limitaciones que nos van
surgiendo con los años nos creemos que ya nada podemos hacer ni para nada
servimos. Un grave error tener estos pensamientos. Siempre hay unos valores,
siempre hay una riqueza en nuestra vida, eso que llamamos la sabiduría de los
años, con la que podemos contribuir y mucho a la vida de los demás.
Parecía que Isabel porque era de edad avanzada y estéril
nada podía contribuir pero Dios le tenía reservada una gran misión, la de ser
la madre del Precursor del Mesías; aquellas otras dos ancianas que hemos
mencionado nos ofrecen un ejemplo grande de generosidad y de perseverancia; Ana
a quien hoy hemos contemplado en el Evangelio había dedicado su vida a la
oración - ‘no se apartaba del templo día
y noche’ - y su vida era una continua alabanza al Señor. Ahí tenemos
caminos, ahí se nos dan pautas de cuanto podemos hacer y cómo con nuestra
oración e intercesión al Señor podemos ser una poderosa palanca que sostenga a
nuestro mundo.
Pero aún más, vemos en Ana una misionera, una
evangelizadora, porque está anunciando con valentía a todo el mundo la Buena
Noticia de la llegada del Mesías. En este mundo que ha ido perdiendo el sentido
de religiosidad y de relación con Dios y hasta el sentido cristiano de la vida,
el testimonio de unas personas maduras en su fe que nos trasmiten el mensaje de
Jesús, puede ser muy valioso. Cuánto podemos hacer en este sentido.
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