La gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo
1Jn. 2.18-21; Sal. 95; Jn. 1, 1-18
‘Pues de su plenitud
todos hemos recibido gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por
medio de Jesucristo’.
Es lo que seguimos celebrando con toda intensidad en estos días de la Navidad.
Ahora la vivimos, lo queremos vivir intensamente, pero es lo que cada día de
nuestra vida celebramos y vivimos en nuestra fe en el Señor Jesús.
El evangelio, el principio del Evangelio de Juan que
hoy se nos ha proclamado, que ya se nos proclamó en la misa del día de Navidad
y que volveremos a escuchar el próximo domingo, nos habla de luz y de vida, nos
habla del Verbo de Dios que planta su tienda entre nosotros. Es lo que hemos
venido contemplando, celebrando, viviendo. Todo resplandecía de luz y de alegría
en la noche de la navidad. Allí se manifestaba la gloria del Señor. Los ángeles
entre resplandores celestiales anunciaban su nacimiento y cantaban la gloria de
Dios. Todos sentíamos cómo se nos renovaba nuestra vida por dentro cuando
contemplábamos el misterio del nacimiento del Señor.
Llegó el momento de la plenitud de los tiempos, como
mañana de nuevo escucharemos. Las promesas del Señor tenían su cumplimiento y
lo anunciado por los profetas lo veíamos palpable delante de nuestros ojos.
Llega el Mesías del Señor, el Ungido de Dios, nuestro Salvador. Y la salvación
de Jesús nos trae gracia y vida, nos comunica la verdad de Dios porque es la
Palabra que nos revela a Dios. ‘A Dios
nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien
nos lo ha dado a conocer’.
No buscamos la salvación por otros caminos, porque
sabemos que nuestro único Salvador es Jesús. ‘De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia’. A El acudimos
desde nuestras tinieblas y desde nuestra muerte, desde nuestro mal y nuestro
pecado, porque sabemos que El es de verdad nuestro Salvador.
Todo esto lo seguimos saboreando y no perdiendo la
intensidad de la fe y de la alegría con lo que lo vivimos. Es un peligro y
tentación que nos acostumbremos y al final perdamos esa intensidad. Son las
tinieblas que nos acechan y que de mil maneras quieren oponerse a la luz. ‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla
no la recibe’, que nos decía el evangelio. Una forma sería que ya no le
diéramos nosotros importancia a la luz
de la navidad, o nos quedáramos en alegría bullanguera, o centráramos nuestras
preocupaciones en otras cosas. Es la atención y la vigilancia que ha de
mantener el verdadero creyente en Jesús para querer llenarnos siempre de su
vida y de su gracia.
Nos decía también el evangelio ‘al mundo vino y en el mundo estaba… y el mundo no la conoció. Vino a
su casa y los suyos no lo recibieron’. ¿Le reconocemos? ¿le recibimos? Y ya
no es solo que en Belén no hubiera sitio en la posada. ¿Le habremos dado posada
en nuestro corazon? Cuando nos quedamos en una navidad superficial y externa,
solo de parranda, de comidas o de regalos nos estará sucediendo esto. Cuántos
han celebrado la Navidad sin Jesús porque solo han sido unas fiestas para pasarlo
bien y comer juntos, pero no han dejado que Jesús entrara en sus corazones, ni
siquiera tuviera una presencia simbólica al menos en medio de sus fiestas; y
sin Jesús no hay verdadera Navidad. ¿Todos tendremos en verdad deseos de la
Salvación que Jesús nos viene a traer?
Si aún nos queda alguna puerta que abrir en nuestro
corazón para que llegue Jesús a nuestra vida siempre estamos a tiempo. No
dejemos pasar de largo la navidad por nuestra vida.
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