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martes, 31 de diciembre de 2013

La gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo

1Jn. 2.18-21; Sal. 95; Jn. 1, 1-18
‘Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo’. Es lo que seguimos celebrando con toda intensidad en estos días de la Navidad. Ahora la vivimos, lo queremos vivir intensamente, pero es lo que cada día de nuestra vida celebramos y vivimos en nuestra fe en el Señor Jesús.
El evangelio, el principio del Evangelio de Juan que hoy se nos ha proclamado, que ya se nos proclamó en la misa del día de Navidad y que volveremos a escuchar el próximo domingo, nos habla de luz y de vida, nos habla del Verbo de Dios que planta su tienda entre nosotros. Es lo que hemos venido contemplando, celebrando, viviendo. Todo resplandecía de luz y de alegría en la noche de la navidad. Allí se manifestaba la gloria del Señor. Los ángeles entre resplandores celestiales anunciaban su nacimiento y cantaban la gloria de Dios. Todos sentíamos cómo se nos renovaba nuestra vida por dentro cuando contemplábamos el misterio del nacimiento del Señor.
Llegó el momento de la plenitud de los tiempos, como mañana de nuevo escucharemos. Las promesas del Señor tenían su cumplimiento y lo anunciado por los profetas lo veíamos palpable delante de nuestros ojos. Llega el Mesías del Señor, el Ungido de Dios, nuestro Salvador. Y la salvación de Jesús nos trae gracia y vida, nos comunica la verdad de Dios porque es la Palabra que nos revela a Dios. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’.
No buscamos la salvación por otros caminos, porque sabemos que nuestro único Salvador es Jesús. ‘De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia’. A El acudimos desde nuestras tinieblas y desde nuestra muerte, desde nuestro mal y nuestro pecado, porque sabemos que El es de verdad nuestro Salvador.
Todo esto lo seguimos saboreando y no perdiendo la intensidad de la fe y de la alegría con lo que lo vivimos. Es un peligro y tentación que nos acostumbremos y al final perdamos esa intensidad. Son las tinieblas que nos acechan y que de mil maneras quieren oponerse a la luz. ‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibe’, que nos decía el evangelio. Una forma sería que ya no le diéramos  nosotros importancia a la luz de la navidad, o nos quedáramos en alegría bullanguera, o centráramos nuestras preocupaciones en otras cosas. Es la atención y la vigilancia que ha de mantener el verdadero creyente en Jesús para querer llenarnos siempre de su vida y de su gracia.
Nos decía también el evangelio ‘al mundo vino y en el mundo estaba… y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron’. ¿Le reconocemos? ¿le recibimos? Y ya no es solo que en Belén no hubiera sitio en la posada. ¿Le habremos dado posada en nuestro corazon? Cuando nos quedamos en una navidad superficial y externa, solo de parranda, de comidas o de regalos nos estará sucediendo esto. Cuántos han celebrado la Navidad sin Jesús porque solo han sido unas fiestas para pasarlo bien y comer juntos, pero no han dejado que Jesús entrara en sus corazones, ni siquiera tuviera una presencia simbólica al menos en medio de sus fiestas; y sin Jesús no hay verdadera Navidad. ¿Todos tendremos en verdad deseos de la Salvación que Jesús nos viene a traer?

Si aún nos queda alguna puerta que abrir en nuestro corazón para que llegue Jesús a nuestra vida siempre estamos a tiempo. No dejemos pasar de largo la navidad por nuestra vida. 

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