Escuchemos la voz pero descubramos
la Palabra para reconocer a Jesús
1Jn. 2,22-28; Sal. 97; Jn. 1, 19-28
El evangelista Juan había dicho en versículos
anteriores Es la primera presentación
que se hace del Bautista en el evangelio de Juan. ‘surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía
como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz’.
Las noticias han llegado a Jerusalén y desde allí
envían sacerdotes y levitas a que le preguntaran: ‘Tú, ¿quién eres?’ La austeridad de Juan en el desierto, su manera
de predicar, los anuncios de la inminencia de la llegada del que había de
venir, el bautismo en que hacía sumergirse a los pecadores que querían
arrepentirse de sus pecados, suscitaron dudas en los círculos de Jerusalén. Se
crean expectativas e interrogantes. ¿Será un profeta? ¿Será el Mesías? ¿Será
Elías que ha vuelto? Por eso envían esa embajada.
‘No lo soy’ es la respuesta del Bautista a
todas las preguntas. Ni es el Mesías, ni se considera un profeta, ni es Elías
que ha vuelto de nuevo. El sólo es la voz. Lo que habían anunciado los
profetas. Es la voz que se va a dejar oír en los desiertos porque hay que
preparar caminos; es la voz que anuncia la inminente llegada del esperado de
todos los tiempos. El no es nadie, tan poca cosa se siente que ni siquiera se
considera digno de desatar la correa de su sandalia y eso que era trabajo de
los esclavos y sirvientes. Solo la voz, porque la Palabra está por llegar. Por
eso bautiza con agua, el que viene
bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Es más, está ya en medio de ellos, aunque no lo conozcan. Pronto le escucharemos
señalarlo como el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo. El es solo la voz que señala donde está esa Palabra,
quien es ese Cordero. La Palabra eterna de Dios, que existe desde siempre, por
quien todo fue hecho; la Palabra que es Vida y es Luz que ilumina a todo
hombre, aunque los hombres no la quieran reconocer, planta su tienda en medio
de ellos. No lo reconocerán; no habrá sitio para ellos en las posadas de Belén,
ni los corazones siempre se abrirán a esa Palabra queriendo permanecer sin vida
y sin luz. Pero, ‘entre vosotros hay uno
que no conocéis y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias’.
Nosotros escuchamos este texto del Evangelio que nos
habla de Juan el que venía a preparar los caminos del Señor y en esta lectura
continuada que vamos haciendo lo estamos leyendo y meditando cuando ya hemos
celebrado la navidad que estamos prolongando aun en las celebraciones de estos
días hasta la Epifanía. Pero también tendría que hacernos pensar.
Por una parte está la figura de Juan con su austeridad
y su espíritu de penitencia, pero está también su humildad. Jesús más tarde
dirá de él que es grande, ‘el mayor de los nacidos de mujer’, pero él se
considera el último, indigno de hacer las cosas más humildes. Así es su
humildad de la que tendríamos que aprender.
Como también tenemos que aprender a escuchar la voz,
pero a reconocer la Palabra, reconocer a Jesús en medio nuestro. De cuántas
maneras Jesús quiere hacerse presente en medio nuestro, ser nuestro Emmanuel.
Le contemplamos niño y pobre en Belén, recostado entre las pajas de un pesebre.
En cuantos hermanos con su pobreza y con su dolor que pasan a nuestro lado en
el camino de la vida tenemos que aprender a reconocerle.
Cuántos que se sienten desplazados en la vida, como en
algún otro momento hemos reflexionado; cuántos que nadie considera y todo el
mundo desprecia porque sus apariencias o su presencia no nos son agradables. ‘Todo lo que a uno de estos hicisteis a mí
me lo hicisteis’, nos dirá luego a lo largo del evangelio. Por eso tenemos
que tener los ojos bien abiertos para no pasar de largo, para no ser
insensibles al dolor y el sufrimiento de los hermanos.
Escuchemos la voz pero descubramos la Palabra para
reconocer a Jesús.
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