Hebreos, 10, 12-23;
Sal. 39;
Lc. 22, 14-20
‘Para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote… Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo’. Así se expresa en la liturgia la fiesta de Jesucristo sumo y eterno Sacerdote que celebramos en este día. ‘Cristo, Mediador de una nueva Alianza, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa’, que nos dice la carta a los Hebreos. Sumo y eterno Sacerdote como lo proclamamos hoy.
La Palabra de Dios proclamada en este día nos lo señala bien. Cristo, Sacerdote, Víctima y Altar, que se ofrece a sí mismo por nuestra redención; que es el verdadero templo de Dios; que es nuestro intercesor y mediador en el cielo, donde está sentado a la derecha del Padre, como hemos contemplado y celebrado en estos días con su Ascensión, y nos ha señalado también la carta a los Hebreos que hoy hemos escuchado. Por su parte el evangelio nos recuerda esa Sangre de la Alianza nueva y eterna; alianza sellada con la Sangre de Cristo, que se derrama por nosotros.
‘Teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que El ha inaugurado para nosotros… y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura’. ¿Cómo no vamos a sentir gozo en el corazón teniendo un sacerdote así que nos abre las puertas del cielo y no sólo se ha entregado por nosotros sino que sigue intercediendo por nosotros en el cielo?
Pero cuando contemplamos el sacerdocio de Cristo vemos cómo quiere El hacernos partícipes de ese sacerdocio, porque hace un pueblo sacerdotal. ‘Perpetúa en la Iglesia su único sacerdocio’. Por una parte ‘confiere el honor del sacerdocio real a todo el pueblo santo’; recordemos que hemos sido ungidos en el Bautismo para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes.
Pero quiere aún más. ‘Con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión’. Es el sacerdocio ministerial por el que llamados y elegidos por el Señor con un amor especial, por el sacramento del Orden Sacerdotal, participan – participamos - de la misma misión de Cristo, como ‘ministros y dispensadores de sus misterios’.
Como nos resume de forma hermosa el prefacio: ‘Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos’.
Hoy es un día especialmente sacerdotal, muy especial para nosotros, los sacerdotes, porque contemplando el sacerdocio de Cristo sentimos el gozo en el corazón de que Cristo así haya querido hacernos partícipes de su sacerdocio. Es un día también muy importante para todo el pueblo cristiano para comprender el ministerio de los sacerdotes, saber estar a su lado valorando su misión y su entrega, para orar también intensamente por sus sacerdotes para que el Señor nos ayude a mantener nuestra fidelidad a Cristo en este especial compromiso adquirido con nuestro sacerdocio.
Hemos venido celebrando un Año Sacerdotal que el Papa quiso convocar en la conmemoración del Santo Cura de Ars; un año para ayudarnos a valorar, a amar ese sacerdocio, por una parte nosotros los consagrados, pero también todo el pueblo cristiano aprenda a amar a sus sacerdotes; para que sepa ofrecer su apoyo frente a tantos peligros por una parte y ataques por otro lado que podamos sufrir; para que el pueblo cristiano ore por sus sacerdotes.
Somos débiles y sin embargo tenemos que ser santos. Cuánta santidad necesitamos para tratar los misterios santos que Dios pone en nuestras manos. Necesitamos fortalecernos de verdad en el Señor para mantener esa fidelidad, esa entrega, ese amor renovado y nuevo como el primer día. Lo podremos hacer, es cierto, en la medida en que seamos cada día más santos. Pero lo podemos hacer con el apoyo del pueblo cristiano con su oración. Cómo nos sentimos reconfortados y fortalecidos cuando vemos tantas almas buenas que nos quieren, nos arropan, nos ayudan y oran por nosotros.
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