2Ped. 4, 7-13;
Sal. 95;
Mc. 11, 11-26
Algunas veces al escuchar el sonido de un instrumento musical decimos que está desafinado porque las cuerdas de dicho instrumento al no estar en la tensión apropiada no nos darán claramente los sonidos que deberían darnos. Es necesario afinar, decimos, darle la tensión apropiada a aquellas cuerdas, ponerlas en su punto para que el instrumento nos pueda dar una música verdaderamente armoniosa y bella.
Me pregunto si en nuestra vida y en nuestra vida cristiana no nos sucederá así también en muchas ocasiones. No estamos afinados; no estamos en la tensión apropiada; simplemente hemos dejado que la vida marche a su aire. Aunque incluso parezcamos buenos quizá nos pueda faltar una finura espiritual en lo que hacemos, una profundidad, una tensión en aquello que hacemos para que en verdad podamos dar el fruto que tendríamos que dar.
Es cuando vamos enfriándonos espiritualmente, nos vamos aflojando en nuestra oración, nos falta un pararnos a reflexionar, a revisar, a buscar nuevos cauces de crecimiento. Como una planta que hemos plantado en una maceta o en el jardín pero no la hemos cuidado y no la hemos abonado convenientemente, que entonces le faltará fuerza en su crecimiento y no nos dará los resultados apetecidos en aquellas bellas flores o en aquellos abundantes frutos que desearíamos.
¿A qué viene todo esto? Más que nada porque necesitamos reflexionar y revisarnos. Y a mí me ha hecho reflexionar en todo esto la Palabra del Señor que hoy se nos ha proclamado. Por una parte porque el Señor vendrá a buscar fruto en la higuera de nuestra vida; porque el Señor querrá purificarnos de todas aquellas cosas que hemos dejado introducir en el templo de nuestro corazón que no son agradables a Dios, ni son lo dignas para quien lleva el nombre de cristiano y aspira a la santidad.
Pero también por los consejos o advertencias que nos hace Pedro en su carta. ‘Ante todo, mantened en tensión vuestro amor mutuo’, nos decía. Aquello que decíamos al principio de la cuerda musical convenientemente tensa para que dé el sonido apropiado. Pues la cuerda del amor en nuestra vida y del amor mutuo tiene que tener la tensión apropiada. No podemos dejarla aflojar porque no nos dará el estilo de amor que nos enseña Jesús en el evangelio. Decimos que amamos, pero quizá nos falta delicadeza, nos falta apertura de nuestro corazón para acoger siempre al otro sea quien sea. Decimos que amamos, pero hacemos nuestras distinciones y mantenemos nuestras reservas. Decimos que amamos y nos cuesta llegar a la comprensión y al perdón. Decimos que amamos, pero nos falta generosidad y responsabilidad. Tensemos la cuerda de nuestro amor. Que suene hermosa en nosotros la armonía de la comunión y del amor.
Recogemos algunas de las cosas que nos va diciendo el apóstol: ‘Sed moderados y sobrios… ofreceos mutuamente hospitalidad, sin protestar… que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás… el que toma la palabra (porque tiene la misión de enseñar), que habla Palabra de Dios… el que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido…’
Tensemos, sí, la cuerda de nuestro amor, en la oración, en la escucha de la Palabra, en la vivencia sacramental, en nuestra unión con el Señor.
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