Ojalá
se despierte en nuevo ardor en el corazón para que no se pudra y apague en una
cisterna el mensaje del Evangelio que tiene que incendiar nuestro mundo
Jeremías 38,4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos
12,1-4; Lucas 12,49-53
Esto parece la guerra, habremos escuchado
o habremos dicho en alguna ocasión. Y no
es solamente por esas terribles guerras que asolan en estos momentos nuestro
mundo – que también nos hacen pensar, ante las cuales también hemos de buscar
la manera de reaccionar porque además estamos viendo el juego de los poderosos
como estos mismos días hemos contemplado -, ni pensamos en los desordenes que
vemos en nuestra sociedad con tantas ambiciones e incluso hasta con luchas
callejeras, pensamos más bien en esas confrontaciones que vemos a diario en nuestra
sociedad sobre la distinta manera de ver o de resolver las cosas, pero es
también lo que podemos sufrir cuando queremos ser fieles a nuestros principios,
a nuestros ideales, a nuestros propios planteamientos y encontramos oposición,
surgen enfrentamientos y acosos, se trata de destruir desprestigiando a quien
piensa o actúa distinto y se arma, sí, una guerra sorda pero que nos llena de
sufrimientos.
Es la reacción que está teniendo Jesús
o que encuentra en su entorno mientras va anunciando el Reino de Dios. No todos
lo comprendían, en muchos encontraba oposición, también trataban de
desprestigiarlo atribuyendo incluso a Satanás los signos y milagros que
realizaba. Humanamente, ¿cómo se sentiría Jesús? El Evangelio nos habla de
aquellas tentaciones en el monte de la cuarentena antes de comenzar su
predicación, muchas veces hasta los mas cercanos a El le querían hacer cambiar
de rumbo, se vio envuelto en quienes querían manipularlo y hacerle decir cosas
que a ellos les agradara, siendo consciente de lo que iba a ser el final sufre
la tentación de la angustia y la soledad – porque hasta los más cercanos se han
dormido – en el huerto de Sinaí previo a su prendimiento.
Pero Jesús se mantiene fiel, sube
decidido a Jerusalén cuando sabe lo que va a significar aquella Pascua;
mantendrá el pulso cuando tiene que convencer una y otras vez a sus discípulos
más cercanos que la verdadera grandeza no es a la manera de los poderes de este
mundo, sino haciéndose los últimos y los servidores de todos. ‘No se haga mi
voluntad, sino la tuya’, será finalmente su oración.
Y nos dirá que por ahí también hemos de
pasar nosotros. Porque el discípulo no es mayor que su Maestro. En otros
momentos anunciará persecuciones y tribunales, incluso hasta llegar a la
muerte. A Pedro le dice que cuando se recupere después del mal momento que
pasará con sus negaciones – todos tenemos momentos oscuros – pero ha de
mantenerse firme para confirmar en a fe a sus hermanos.
Son las palabras que escuchamos hoy en
el evangelio y que nos pueden resultar demasiado fuertes, porque si no las
entendemos bien hasta nos pueden resultar contradictorias con lo que era la misión
de Jesús y lo que realmente era su vida. Habla de fuego con que se incendiará
nuestro mundo. ¿No decíamos antes esto es la guerra?
Ese es el fuego que va a producir
revoltura en nuestro interior, es el ardor y la inquietud cuando estamos
convencidos de verdad de algo, es la radicalidad con que hemos de vivir y
manifestar nuestra fe porque no nos andamos por las ramas sino que vamos a la
más profunda raíz de las cosas, aunque parezca que en esos momentos no convenga
– con cuantas diplomacias de falsedad andamos tantas veces -, aunque resulte
aparentemente contraproducente porque esa palabra que anunciamos, este
testimonio que damos levante sarpullidos en algunos, aunque produzca tensiones
incluso entre los más cercanos, aunque resultemos incómodos pero tenemos que
ser fieles, porque no podemos andar poniendo algodones que intenten suavizar el
impacto que pueda producir la Palabra de Jesús, la Palabra de Dios que
proclamamos.
¿Seremos cristianos que auténticamente
estemos prendiendo de ese fuego del evangelio a nuestro mundo? ¿Qué nos ha
sucedido para que nuestra palabra, nuestro anuncio del evangelio, nuestra vida
no sea una llamarada de fuego que prenda en nuestro mundo? El mundo quiere
meternos en una cisterna sin agua, como querían hacer con Jeremías como
escuchamos en la primera lectura, para que allí nuestra verdad se pudra, la
verdad del evangelio quede oculta, no llegue a ser ese puñado de levadura que
haga fermentar a nuestro mundo.
¿Nos seguiremos dejando meter en esa
cisterna porque seguimos con nuestros complejos y cobardías, con nuestras
indecisiones y nuestros miedos? ¿Se despertará ese nuevo ardor en el corazón?
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