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martes, 19 de agosto de 2025

Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios

 


Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios

Jueces 6,11-24ª; Salmo 84;  Mateo 19, 23-30

¿En manos de quien dejamos o ponemos lo que podríamos llamar ‘los destinos de la vida’ o la verdadera solución de los problemas que nos encontramos? Fácilmente lo dejamos en los que consideramos poderosos, los que parecen los más influyentes de la sociedad, en los que nos parecen más sabios porque son los que han estudiado, en aquellos que quizás se nos presentan en su prepotencia como los únicos que saben como resolver esos problemas de la sociedad?

Eso nos lo podemos encontrar en muchos lugares de nuestra sociedad, como algunas veces nos puede suceder también en nuestro propio ámbito eclesial. Alguna vez me he encontrado en alguna reunión parroquial donde se encuentran personas diferentes – si es que tendríamos que hablar así -, con cultura diferente, con preparación muchos quizás para emprender muchas cosas por sus estudios, por los trabajos que realizan, por el estatus que desempeñan quizás en el propio ámbito de la sociedad, pero personas que nos parecen humildes, que nos parecen incultas, que no tienen esos ‘estudios’ pero que calladamente se desempeñan en la vida; quizás a estos que nos parecen más humildes les cuesta expresar sus opiniones, dejan que sean los otros los que siempre hablen y da la impresión que tienen la última palabra, pero nos encontramos de pronto que aquella persona callada en un momento hizo una observación que cambió completamente los planteamientos que se hacían, que daba una visión nueva y verdaderamente renovadora; era el buey mudo que de repente bramó y se hizo notar y nos enseñó donde podíamos encontrar la más valiosa sabiduría.

Me he alargado en esta consideración partida de la experiencia, porque realmente es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. Parte el evangelio del episodio ayer comentado del joven rico, que atado a sus riquezas no supo dar el paso adelante en lo que Jesús le ofrecía para que alcanzase la verdadera plenitud de su vida. Y yo nos dice Jesús algo que es verdadera revolucionario y desconcertante para la mentalidad que entonces tenían, y que algunas veces permanece en nosotros.

‘En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos...’ y Jesús les habla del camello que pasa más fácilmente por el ojo de la aguja que los ricos por la puerta del Reino de los cielos. Los discípulos se quedan desconcertados y se preguntan, ‘y entonces, ¿quién puede salvarse?’ Y es cuando Jesús nos pide que no nos apoyemos ni en poderes de este mundo ni en sabidurías humanas. Tenemos que buscar algo más hondo que Dios ha sembrado en nuestros corazones y que tenemos que saber descubrir. Nos está pidiendo toda nuestra confianza en Dios. ‘Dios lo puede todo’, viene a decirles.

Dios lo puede todo pero sigue confiando en el hombre, sigue queriendo contar con nosotros. No es cuestión de buscar milagros espectaculares que nos lo den todo resuelto. El milagro está en que sentimos en nosotros esa fuerza y esa sabiduría de Dios para mantenernos fieles y leales en nuestras metas, en lo que queremos alcanzar no ya solo para nosotros sino para los otros y para la sociedad que queremos mejor. Es la fuerza interior que Dios nos da para superar malos momentos de flaqueza y tentaciones, para querer siempre dar un paso más, para hacer que haya mayor humanidad en nuestras relaciones, para no perder ese optimismo que nos hace caminar con alegría a pesar de los sufrimientos o tropiezos que podamos encontrar y mantener la esperanza de que podemos hacer siempre algo mejor.

Nos exigirá desprendernos de nuestro yo, nuestro egoísmo, nuestra ambición, nuestros apoyos humanos o materiales, pero aunque parezcamos pobres porque todo lo hemos dado, sabemos que Dios no nos falla, no nos sentiremos solos, se multiplicarán en torno nuestro esos signos de la misericordia y de la bondad del Señor, porque Dios está con nosotros.

Cuando Pedro y los discípulos le preguntaban a Jesús qué les iba a tocar ellos que lo habían dejado todo, Jesús les aseguraba que no les faltará ese padre o madre, ese hermano o hermana, esa persona que a su lado va a ser un signo de la misericordia y de la presencia de Dios. Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida.

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